EL TREN - ADIOSES Y REENCUENTROS
Hay estaciones de tren bulliciosas. La
gente va y viene; unos pausadamente, otros con prisa. Cada estación tiene su propia personalidad. Las
hay pequeñas y acogedoras; solitarias estaciones en pueblosperdidos. Las hay
monumentales, como la que recibe a los pasajeros en Milán. Mágicas como la de
SantaLucía en Venecia, que es la antesala del Canal. El encanto de los andenes
reside en que siempre hay alguienque llega y siempre hay alguien que se va. Las
llegadas suelen producir júbilo, abrazos impetuosos, besos apasionados. Los
adioses suelen producir tristeza, abrazos cálidos, besos profundos. Tal vez el
encanto deltren reside en ese paralelismo que tienen las estaciones con la vida
de los seres humanos. Siempreesperamos un tren que nos saque del sufrimiento.
Siempre esperamos un tren que nos lleve hacia la felicidad. Cuando uno se
sienta en el andén fatigado, después de largos días de viaje, parece sentir que
la estación leacoge y protege. A pesar del cansancio, sabemos que esperamos ese
tren que nos va a llevar de vuelta al hogar.
En la estación
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Hay estaciones
míticas, como Termini en Roma, que dio nombre a una película dirigida por
Vittorio De Sica y protagonizada por Jennifer Jones y Montgomery Clift. El film
“El Tren” dirigido por John Frankenheimer e interpretado por Burt Lancaster,
Paul Scofield y Jeanne Moreau, nos traslada a los trenes de la 2ª Guerra
Mundial y la importancia de este transporte en esos momentos. “La
bestia humana” del director Jean Renoir, basada en la novela escrita por
Émile Zola en 1890 y protagonizada por Jean Gabin y Simone Simon, cuenta una
historia de amor y asesinato con las vías del tren como escenario de pasiones
irrefrenables. Todo un abanico de posibilidades nos ofrece el tren. El expreso
de Shanghai deJosef von Sternberg, con una Marlene Dietrich en su mejor
momento, nos lleva de Pekín a Shangai, para contarnos la historia de una mujer
de dudosa reputación que provoca el desmoronamiento de un caudillo chino para
salvar al hombre que ama. El libro “Asesinato en el Orient Express”
de Agatha Christie es una de las novelas más famosas de la
escritora.
Estación
de Santa Lucía en Venecia
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Sería interminable la lista de obras que
este medio de transporte ha inspirado. Estaciones como la de Austerlitz en
París, nos dejan a pocos metros del Sena. A quién no se le han humedecido los
ojos mientras el tren nos alejaba rumbo a otros destinos, en una experiencia
llena de magia y nostalgia. Al igual que sentir como el tren en que viajamos
nos acerca a la estación en la que nos espera una mujer enamorada. Esa es la
fascinación del tren que, con su traqueteo característico, se desliza por
líneas férreas que acarician las orillas de los ríos, por montañas silenciosas,
por llanuras en las que nuestra vista puede perderse en el horizonte, por
oscuros túneles persiguiendo la luz. El amor nos entrega nuevas sensaciones
movidos por el ritmo de los vagones sobre los raíles. Podemos ver el sol
muriendo en las montañas o el mar, naciendo entre los árboles o proyectando su
reflejo en las aguas del río. Los trenes han sido vagones de muerte para algunos; vagones de libertad para otros. Pero
siempre nos llevan a algún lugar. Los dijo Gilbert Bécaud en su canción:
“Siempre hay un tren que va a algún lugar…”
La Ría de Vigo desde el tren. Regresando a
casa.
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Recuerdo
estaciones abandonadas, vías muertas. Es una de las escenas más tristes que se
pueden ver contemplando algo material. Una estación perdida respira adioses.
Las historias se han congelado en sus andenes. Todo es silencio, pero parecen
oírse las voces de los viajeros que pasaron por sus instalaciones.
Para buscar un nuevo rumbo, sólo es
necesario una pequeña maleta, un andén en una estación, y tomar algún tren que
tenga plazas vacías. Siempre nos llevará a otro lugar. Es una puerta abierta al
destino.
Buen viaje.
Viajar
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FRAGMENTOS QUE
TRANSCURREN EN UN TREN
DE LA NOVELA
“SI VUELVES AL PASADO,
ACUERDATE DE MI”
El
tren se aproxima a la estación Central Santa Maria Novella. Los dos llevan
mucho tiempo sin ver Florencia. Están en silencio. A pesar de que Samuel no ha
dejado de ser un parlanchín, en estos momentos no sabe que decir. Desde la
ventanilla, mientras el tren va cediendo velocidad con su sonido
característico, comprueban que Arturo sigue teniendo el mismo aspecto
desaliñado. “Dos años son poco tiempo para cambiar”. Piensa Mariola mientras lo
mira. Samuel sonríe. Es el primero en saltar del vagón y abrazarse con Arturo.
Mientras, el joven observa como Mariola desciende del tren…
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Amanecer en
Francia desde el tren
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-Hermanita, siempre has estado un poco
loca –dice Samuel mientras continua mirando el paisaje. Un paisaje que se
muestra poderoso, recio. Las montañas se alzan quebradas y romas. Un verde
intenso jalona su piel. Los bosques espesos privan de vez en cuando la visión
de los macizos montañosos con el discurrir del tren.
-Tú me entiendes ¿Verdad? Samuel.
-Intento entenderte. Pero sabes que la
mejor decisión que podías tomar es rehacer tu vida.
-Y la estoy rehaciendo. Esto es rehaer
mi vida. Estoy reconstruyendo la realidad.
-¿Para qué quieres la realidad? Nunca
he entendido esa aspiración absurda que tenéis la mayoría de la gente por
descubrir la realidad. El arte, que es lo más grande que ha hecho el hombre, es
todo una mentira. Una representación falsa de lo real.
-Tal vez a un nivel material si,
Samuel; pero el arte es la manifestación de los sueños, las sensaciones, los
sentimientos.
-¡Que bien hablas hermanita! De mayor
quiero ser como tú.
-¿Cómo yo? Una ex flautista tullida.
-No sé lo que hizo en París Marcos, no
sé que hizo en Valencia, ni siquiera sé lo que hizo en Florencia antes de
conocerlo. Sé que con nosotros fue un ser humano maravilloso. ¿Qué más quieres?
-Saber quién era ese hombre. Donde
están sus orígenes. Nada más.
-¿Nada más? Yo creo que tú buscas una
respuesta que nadie te va a poder dar. Por qué un ser humano puede ser cruel en
París, hipócrita en Valencia y genial en Florencia.
-Necesitaba venir.
-Lo sé Mariola; y por eso estoy aquí.
Lo único que me molesta es esa tirria que has cogido ahora con no volar.
-¿Recuerdas uno de los últimos vuelos
antes de que acabara la gira?
-Si, unas turbulencias de nada.
-Para ti, que eras un niño, muy
divertidas. Yo no he pasado más miedo en mi vida.
-Pues yo no he sido zarandeado tanto
en mi vida como ahora.
-¡Exagerado! Si fueran los trenes de
hace cincuenta años. Pero estos son estupendos.
-Mira, llueve.
La lluvia para Samuel es una mera
anécdota; para Mariola es el signo inequívoco de que también en su interior
hace tiempo que una lluvia espesa no deja de caer.
-Esta es mi parada, hermanito.
El tren decrece su ritmo y va parando
lentamente.
-¿Tienes las señas del hotel de la
ciudad?
-Si. Ya no soy un niño. Tú a lo tuyo.
Mariola Salnés baja del tren sin equipaje. Son las ocho de la mañana.
Espera poder coger el último tren de las ocho de la noche para reunirse con su
hermano en la ciudad. La estación es apenas una caseta con una puerta y dos
ventanas. Está desierta. La sensación de abandono es manifiesta. El hombre
sentado en un carcomido banco de madera mira de soslayo a Mariola mientras baja
del tren. Es una mujer formada. Si pudiese haberla conocido antes se daría
cuenta que sus formas contundentes se han ido esculpiendo en estos años hasta
alcanzar la plenitud de los treinta y cuatro…
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El sol
reflejándose en el río.
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Las
antiguas estaciones de tren siempre tienen cierto aire nostálgico. Tal vez por
ser escenario de continuos
adioses y encuentros. La mañana es fría. Apenas hay gente en el andén. Mariola
observa a Samuel. Se ha convertido en un joven. Esta en la etapa más vital de
la existencia. Nos consolamos diciendo “Todas las etapas de la vida tienen su
encanto” “La madurez es el momento ideal”; pero lo cierto es que no hay ninguna
otra etapa de la existencia que tenga más esplendor que la juventud. Busca el
ser humano consuelo prolongando la juventud incluso más allá de los treinta. La
cruda realidad es que son unos pocos años que pasan veloces y todo lo que viene
después nos hace volver a recordar ese tiempo mágico. El final de la vía, con
los dos gigantescos topes donde acaba su camino el tren, es un tajo firme en el
largo recorrido del viaje. Detrás de la estación espera la ciudad. Pero es el
trayecto lo que cuenta. Los raíles por los que se deslizan los trenes son fríos,
mudos; cortan las praderas, horadan las montañas y surcan los espesos bosques.
Pero el interior del tren es cálido. Puedes ver salir el sol después de una
noche agitada; o ver morir su luz en el horizonte. Puedes ver la vida de las
gentes mientras atraviesas los pueblos y ciudades. Lugares que se divisan en el
horizonte mientras el tren no ceja en su vagar constante. Mariola Salnés abraza
a su hermano en la fría mañana. Hasta que ella tuvo su edad, la vida le fue
sencilla. Desea que para él lo siga siendo y no le pase lo que a ella; que los
acontecimientos cambiaron toda su juventud y la llevaron a la madurez de una
manera inexorable. Samuel sonríe a su hermana tras los cristales del interior
del vagón. “Tiene todas las papeletas para ser feliz”. Piensa Mariola. Su
carácter desenfadado, la forma en que ve la vida. El tren se va alejando y
siente el frío de la mañana mientras ve como se pierde en el horizonte…
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