CUANDO LAS CARRETERAS ERAN CAMINOS DE TIERRA - A MI AMIGO JUAN CARLOS OTERO
El destino es un
extraño sin rostro que acecha en la oscuridad del cuarto donde brotan las
horas. Cuando jugábamos en las polvorientas calles del barrio a las canicas y
el trompo, mientras invadíamos las fincas cercanas para asaltar sigilosos los
árboles frutales de los vecinos, o cuando nos peleábamos sin descanso con
nuestra habitual mala leche; no sospechábamos nunca que llegaría un día en que
la época desenfadada de la niñez se desvanecería sin apenas darnos cuenta y
pasaría a formar parte de los lejanos recuerdos que el tiempo va diluyendo sin
piedad. Entonces, las horas latían en nuestras manos con fuerza y brillaban los
ojos ante cada nueva aventura. Las playas y sus frías aguas eran cristalinas
como nuestros pensamientos aún no lacerados por los años. En aquel campamento
de verano suspiramos por unos ojos verdes tan profundos como inalcanzables. No
lo sabíamos entonces. Pero era el tiempo del despertar a la vida más intensa.
La niñez |
La música era un
juego y envolvía nuestra existencia como un bálsamo milagroso. Cada nota habla
hoy de instantes escondidos en la memoria. Porque, aunque este ahora se nos
antoja cruel y despiadado, debemos pensar que las luces aún no se han apagado.
Sucede como al final de aquellas primeras verbenas, cuando uno regresaba a casa
y sentía el silencio después del jolgorio de las gentes, Un vacío que
desasosiega el alma. Pero, como entonces, debemos pensar que pronto habrá una
nueva “actuación”. De nuevo se encenderán las luces, sonará la música y el
público aplaudirá. Nosotros, que hemos conocido el calor de los espectadores y
esa soledad de los cuartos vacíos; sabemos lo que es eso.
Primera actuación en público como clarinetistas |
Hoy el cielo es
gris y sus nubes amenazantes envuelven los sentidos y aprietan el ánimo.
Entonces, el sol brillaba en lo alto, mientras sumergidos en las aguas,
jugábamos bajo las olas. Tal vez los cuerpos estén marcados por las cicatrices
del tiempo. Pero, como cuando tocábamos hasta la extenuación, hasta que
nuestros labios sangraban por la constante presión; los dos sabemos que somos
los supervivientes de una generación de músicos que conocieron el renacer de
todo un nuevo concepto de entender este arte.
La adolescencia |
Desde aquellas
primeras clases en un conservatorio de aulas con techos altos y largos
pasillos, al que se accedía por unas crujientes escaleras de madera. En
aquellos reductos donde unos pocos jugábamos con el clarinete y el saxofón;
donde todos nos conocíamos. Hasta hoy, en que aquel sabor antiguo ha quedado
para siempre en nuestros instrumentos primeros ya callados; han pasado muchas
cosas. La tonal y brillante melodía de entonces, se fue sincopando sin apenas
darnos cuenta. Los acordes tríadas fundamentales se fueron enriqueciendo.
Séptimas y novenas hicieron acto de presencia. Comprendimos que las cadencias
no siempre eran perfectas. Ni siquiera plagales. Que en la vida había acordes
que no resolvían como nos habían contado. Que la existencia tenía mucho más de
blues, que de canción infantil para flauta dulce o melódica. Así, se fueron
diluyendo las ilusiones. Los niños rebeldes, nos convertimos en jóvenes
rebeldes, adultos rebeldes. Hasta que la vida nos fue marcando un compás cada
vez más irregular, cada vez más compuesto.
La juventud |
Hoy, sabemos que
un cuarto de tono puede hacer cambiar radicalmente la melodía de la vida; que
la existencia no es tan simple como una tercera mayor o menor; que hay escalas
pentatónicas mucho más rotundas que una simple escala menor armónica. Sobre
todo aquello que aprendimos a fuerza de tesón y noches sin dueño, se ha
extendido hoy un velo sutil pero poderoso. Quieres liberarte en un gesto
ansioso y desesperado. Entiendo tu prisa, tu angustia por volver a sentir el
tacto metálico de las llaves y hacer sonar el saxo que te espera. Pero recuerda
aquellos días en que bajo las aguas aguantábamos la respiración mientras
hacíamos la competencia a los peces. Cuando ya no teníamos aire, subíamos a la
superficie donde brillaba el sol de estío. Tarde o temprano tiene que llegar
ese día. Una bocanada de aire fresco volverá a inundar los pulmones, y el blues
que hoy es triste, sonará vivo; y una improvisación sin fin, volverá a dar la
bienvenida al lugar donde habitan las antiguas melodías reencontradas. Esa ha sido
la suerte en nuestras vidas. Que la música nunca nos ha abandonado.
Los sueños anclados |
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