O.K. CORRAL - DUELO INTERPRETATIVO PARA LA HISTORIA DEL CINE
Al menos una vez a la semana, como mínimo, intento
volver a los clásicos; sean literarios, musicales, cinematográficos o de otra
índole. Hace unos días que he vuelto a ver una vez más el inigualable
wester Duelo en O.K. Corral; que en España vino a llamarse Duelo de titanes. Ni los que nos
dedicamos, con mayor o menor fortuna, a esto del arte en cualquiera de sus
formas, sabemos donde está la clave de la obra maestra. Uno experimenta, busca,
se empapa de conocimientos, intenta y, en ocasiones, como la película que nos
ocupa, surge algo magistral. Porque, Duelo
en O.K. Corral, queriéndolo o sin querer, está llena de alegorías, de
matices, de épica, de disección psicológica de los personajes. Basada en un
hecho histórico que ocurrió en un 26 de octubre de 1881 detrás de un corral en
Tombstone, Arizona; las versiones cinematográficas han sido muchas y variadas.
Destacando entre ellas una de John Ford titulada My darling Clementin, en España Pasión
de los fuertes.
Lo cierto es que,
el cine ha sabido hacer de un acontecimiento puntual –se dice que el tiroteo
duró 30 segundos- toda una epopeya, sublimación del bien y del mal, drama del Viejo
Oeste para la leyenda. Y es la película Duelo
en O.K. Corral, realizada por John Sturges en 1957, la más clara muestra de
ese espíritu cinematográfico hoy imposible de encontrar en el panorama actual.
Un Wester al más puro estilo, pero con cierto aire decadente. Con todos los
elementos de las películas de vaqueros pero, a la vez, un trasfondo humano que
invita a la meditación. A todo ello ayuda la combinación de una excelente
fotografía de Charles Lang Jr. y la banda sonora de Dimitri Tiomkin, con la
canción Gunfight at the OK corral,
que sigue sonando en nuestros oídos después de finalizar la película.
La película de Sturges es la prueba más palpable de
que, la clave no esta en lo que uno cuenta, sino en como lo cuenta; la visión
que puede dar el creador mediante la expresión de su obra de cualquier
acontecimiento real o imaginario. Sería interminable hablar con detenimiento
del reparto salpicado de aciertos. Rhonda Fleming y Jo Van Fleet son las dos
actrices que dan credibilidad a sus personajes. Una con su serena dignidad –que
no pierde ni entre rejas en la cárcel- en el papel de Laura Denbow, y la otra con su desgarrada pasión interpretando a Kate Fisher. John Ireland en el papel
del pistolero mercenario Johnny Ringo,
tiene el porte suficiente para hacerse digno rival de Doc. Un Lee Van Cleef,
que aparece solamente en los primeros instantes de la acción, con su aviesa mirada,
entrando con sus dos colegas en el salón al inicio de la película, ya nos da el
pulso de lo que vamos a presenciar.
Y en plena
juventud, Dennis Hopper como hermano pequeño torturado de los Clayton. Pero lo incuestionable es que
la película no hubiese sido igual sin la presencia de Burt Lancaster en el
papel de Wyatt Earp y Kirk Douglas en
el de John "Doc" Holliday.
Estos dos gigantes interpretativos en la plenitud de sus carreras; estrellas de
Hollywod, al tiempo que grandes actores; dotan de una épica y un romanticismo
legendario a los personajes que dan vida.
Pero es esa dualidad que muestra la
película, esa ambigua y fina línea que separa el bien del mal; lo que da a los
dos protagonistas una relevancia que va mucho más allá de ser unos vaqueros del
Viejo Oeste. Earp representa la
justicia instituida con normas y leyes muy definidas. Doc representa la libertad absoluta, sin ataduras ni barreras. Parece
que ninguna de las dos opciones es la acertada. Tal vez no exista una tercera
opción. Lo de “En el término medio está
la virtud” se ve muy relativizado cuando los acontecimientos imponen
elegir. Pero, aunque pueda sonar tópico y tradicionalista, por encima de sus
personalidades perfectamente definidas, Earp
y Doc atesoran unos valores que para
ellos son inamovibles, y van mucho más allá de su actitud ante hechos
puntuales. Tales que, incluso a su pesar, creen en la amistad, creen en la
familia, creen que hay cosas por las que merece la pena morir; porque al vivir
sin ellas, los principios sobre los que se asienta una vida se desmoronan como
un castillo de naipes. John
"Doc" Holliday (Kirk Douglas) descastado y rechazado por la
sociedad, hasta tiene un momento de regreso a sus raíces cuando abre su reloj
de cadena y observa el retrato de sus padres y la dedicatoria que estos
grabaron en él cuando se hizo dentista. Wyatt Earp (Burt Lancaster) a pesar de
rechazar el estilo de Doc, no puede
ignorar su amistad, porque sabe que en el interior del acabado pistolero late
un hombre leal y de palabra. Burt Lancaster
nos ofrece en esta interpretación una media sonrisa tranquilizadora; muy
alejada de la sonrisa falsa, irónica y sarcástica de El fuego y la palabra. Es la seguridad de un hombre que cree en la
justicia imperante; hasta que ve como uno de sus hermanos, el más joven, poco
después de mantener una charla con él
sobre sus proyectos de futuro, es abatido por las pistolas en las calles
de Tombstone mientras hace la ronda
nocturna en su lugar. Wyatt Earp,
arrodillado, toma el cadáver de su hermano y, en una emoción contenida y
estática, construye una suerte de piedad inimaginable en el Lejano Oeste. Doc, por su parte, asiste respetuoso al
dolor contenido de su amigo. No hay frases grandilocuentes, ni reflexiones con
hermosos artificios literarios. Los adustos gestos de los dos monstruos de la
interpretación lo dicen todo. Esto es el cine.
La esperanza en la juventud sigue vigente
en el otro joven de la familia rival, los Clayton,
el mencionado Dennis Hopper. Borracho por las calles del pueblo, es llevado por
Earp a casa. Un Burt Lancaster que
parece deslizarse con lenta elegancia por las polvorientas calles durante toda
la película, entra en la casa de sus enemigos para llevar al joven borracho.
Sólo la madre en el interior. Otro momento cinematográfico único e irrepetible.
Burt Lancaster, en el interior de la casa en el umbral de la puerta, de
espaldas a la cámara, cara a la madre del joven, se quita el sombrero con un
gesto de paz, lenta, cortésmente, como acariciando el aire, en señal de respeto
ante la canosa mujer. Toda una composición sin parangón que dura unos segundos
pero dice mucho del talante del personaje Wyatt
Earp. El consejo que le da al muchacho sentado frente a él, es toda una
lección de vida. “Siempre hay quien
desenfunde más rápido que tú. Y cuanto más uses la pistola, antes encontrarás a
ese hombre”. Así intenta explicar Earp
al joven, que con la vida no se puede jugar siempre, porque acaba pasando
factura.
Si la gestualidad es fundamental en la película; tampoco está
exenta de diálogos que invitan a la reflexión y van definiendo a los
personajes. Uno es la sentencia que John "Doc" Holliday (Kirk Douglas)
emite en una de sus muchas discusiones con Kate
Fisher (Jo Van Fleet). “Se trata de
ética. Es algo que alguien como tú no podría entender”. También es el
personaje de Kirk Douglas, quien dice otra de las frases a tener en cuenta.
Sucede cuando está junto al fuego en medio de la nada nocturna y Earp (Burt Lancaster) se preocupa por su
salud. Doc responde: No dejaré que me mate lentamente. Lo único
que me asusta es morir en la cama. No quiero irme apagando. Y es el mismo Doc, en otra escena, el que dice a Earp: “Tú y yo nos parecemos mucho. Ambos vivimos con una pistola. La única
diferencia es la estrella”. El guionista Leon Uris, dejó para el personaje
de Doc las mejores sentencias. La situación de dependencia que tienen él y Kate
Fisher (Jo Van Fleet) ante la adversidad, hace que sus escenas sean tensas.
Pero, como dice Doc, “No es culpa tuya.
No es culpa mía. No es culpa de nadie. Así es la vida”. El desencadenante
de esa escena es una anterior en la que, delante de Kate, Ringo (John Ireland)
en la pequeña habitación donde ella había pasado la noche con él, reta a Doc, se burla y lo humilla tirándole la
bebida a la cara. Doc permite la
humillación pensando en su amigo Earp
y lo poco que merece la pena un hombre como Ringo.
La presencia y
personalidad de Wyatt Earp (Burt Lascaster)
queda patente en la escena en que un numeroso grupo de pistoleros ha tomado el
salón. Cuando Earp hace acto de
presencia, cesa la música, todo se detiene; es entonces cuando sólo un actor del
carácter y la profundidad de Burt Lancaster puede hacer creíble ese momento. La
diferencia más palpable entre Earp y Doc, es que el primero tiene un motivo
por el que vivir, está enamorado y cree en la posibilidad de una vida mejor.
Mientras que Doc sabe que tiene sus
horas contadas y su destino es una muerte cercana. En un atisbo de lucidez, Doc intenta aconsejar a Earp. Pero este le responde: “A la mierda la lógica. Es mi hermano quien
yace ahí”. Es ese el punto de inflexión donde la trama adquiere un carácter
diferente. Lo que hasta el momento había sido algo profesional por parte de Earp; ahora se ha convertido en algo
personal. Algunas escenas después, vemos a Burt Lancaster como nunca antes lo
habíamos visto en una película. Tiene miedo, pero no por su vida; sino por la
de los suyos, porque los crímenes cometidos queden impunes. Va a la habitación
de Doc, que yace moribundo en la cama,
y lo zarandea. “Te necesito, Doc. No me
defraudes”. Y Doc no le
defraudará al día siguiente en el famoso duelo.
Duelo en OK Corral, tiene todo lo que
tienen que tener una película de vaqueros. Polvo, pistoleros que se buscan y un
paisaje árido de calles ásperas y árboles grandiosos que extienden sus largas
ramas hacia el cielo, fotografiados con maestría por Charles Lang Jr.. Pero
Sturges consigue convertir una simple película de vaqueros, en todo un canto al
honor. Pero no ese honor firme y anclado en convicciones impuestas. Un honor
que nace del interior de sus protagonistas principales, de sus sentimientos más
puros y simples. Podría verse como la historia de una venganza. Podría parecer
que tiene un final feliz. Pero no es así. Earp
tira su placa sobre el cadáver de un adolescente al que su testarudez por
permanecer aferrado a premisas erróneas lo ha llevado a la muerte. Lo hace en
un gesto que nos habla de lo inútil de la violencia, el rencor y la venganza. Doc vuelve a ser el jugador y bebedor
empedernido que tiene los días contados. Pero los dos afrontan su destino con
la serenidad de que han obrado de acuerdo a lo que su corazón les dictaba. Tal
vez erróneamente –no soy yo quien para juzgarlo-, pero llevados por
sentimientos puros. Por encima de las leyes impuestas a los hombres, por encima
de sus vidas. Confieso que estos dos actores han sido siempre mi debilidad. A
pesar de sus personalidades poderosas, han sabido interpretar papeles muy
diferentes a lo largo de su carrera.
Duelo en OK Corral tiene dos elementos
fundamentales que podemos llamar pasivos pero determinantes. Uno es la banda
sonora y la canción de Dimitri Tiomkin interpretada por Frankie Laine, y otro,
el omnipresente cementerio de Boot Hill, que nos está recordando la
imposibilidad de luchar contra el destino.
El director John Sturges daría a la
historia del cine películas como, otro clásico del western titulado, El último tren a Gun Hill; la original Conspiración de silencio; y las famosas Los siete magníficos -western crepuscular, versión de Los siete samuráis de Akira Kurosawa- y La gran evasión.
Hablar de las carreras de Burt Lascaster y
Kirk Douglas sería interminable. Ahora toca quedarnos con ese recuerdo de Earp y Doc en Duelo en OK Corral;
y la eterna e incomprensible magia del cine. Aquellos que tuvimos la suerte de
ver la mayoría de estas maravillosas obras en la gran pantalla cuando éramos
niños, guardamos toda la esencia de un tiempo en que es gesto, la palabra, la
imagen y la música; no eran una ensalada de conceptos presumiblemente muy innovadores
que pretendían buscar una originalidad artificial. El cine y el arte eran, en
un porcentaje mucho mayor que hoy en día, auténticos; porque la gente contaba
las cosas sin demasiada pompa ni artificio. El genio era genio. Primero, porque
así había nacido; y segundo, porque se había formado desarrollándose en
determinada faceta artística. No por una suerte de fanfarria y publicidad
absurda donde todo esta mezclado y ya no hay límites entre la creación y la
simple consecución de metas que no llevan a ninguna parte, ni dicen nada, ni
hablan al corazón. Cuando digo hablar al corazón, no me refiero a un simple
despertar en el público de llantos o carcajadas; sino en dejar en las personas
un poso de reflexión sensitiva. Por pequeño que sea. Donde exista esto; estará
el arte. Y la película Duelo en O.K.
Corral, queriendo o sin querer, sumerge al espectador en la historia que
cuenta, y nos deja, al finalizar, una sensación emocional de haber asistido a
algo mágico. Es el cine.
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