EL ÁRBOL


    Hierático, creciendo lentamente, soportando en silencio los más calurosos días de estío, las más frías noches invernales. Su tronco es lo más cercano a un corazón cargado de experiencias, de sensaciones, de vivencias cobijadas en el fondo del alma. Si todo lo vivido se pudiese fotografiar, probablemente no sería un halo de luz radiante; sino algo muy parecido a un tronco arbóreo centenario en donde el tiempo ha ido perfilando, dando y quitando, hiriendo y acariciando, con su paso lento e inexorable. Pretendemos mostrar nuestra cara más amable, nuestra llamada “mejor” imagen. Pero, tal vez sería mucho mejor mostrar nuestro interior, con las cicatrices, los sueños, las derrotas, las victorias, lo querido, lo deseado. Al principio probablemente nos causaría asombro; incluso terror. Pero pronto nos habituaríamos, y el acto de mostrarnos tal cual somos nos haría más libres, más auténticos, más… humanos tal vez no sea la palabra adecuada; más arbóreos. Exhibiendo una frondosa copa de cosas bellas y un robusto tronco de cosas ásperas; pero, en el fondo, con la hermosura que da la autenticidad de lo natural. De mayor quiero ser árbol. Un robusto árbol de tronco poderoso. Ser apoyo y alivio para los débiles y cansados. Porque, en muchas ocasiones, la contemplación de la naturaleza nos revela muchas más cosas que lo que pueda expresar el lenguaje humano. No ha existido poeta capaz de mostrar la esencia del esplendor que sigue habitando en pequeños rincones. La mayoría de las veces, fuera de la gran urbe, lejos de todo y de todos. Allí, en un rincón cualquiera donde nos podemos encontrar con nosotros mismos sin que nadie perturbe nuestra verdad.


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