VERANO DE LOS 80 - VERANO DE 2025

 


      LOS RECUERDOS

    Cuarenta años han transcurrido entre una fotografía y otra. Cuarenta años que han pasado con la intensidad del mar batiendo sobre la costa, con la ligereza de la suave brisa acariciando las copas de los árboles, con la fuerza del sol abrasando los verdes prados, con la frialdad de la luna reflejándose en las quietas aguas.

    El tiempo, con su intangibilidad, es como un bálsamo invisible que empieza a sernos aplicado cuando nacemos sin que lo hayamos pedido, y en nuestros primeros años creemos poder usarlo con la seguridad de que no tiene fecha de caducidad.

    Desde muy niño –tal vez por los hechos que acontecieron en mi entorno más cercano- fui consciente de la muerte. Supe entonces que el tiempo era lo único que poseía; y de que cómo lo usase dependería que mi vida fuese plena o vacía. Así lo hice; hasta que, llegada la juventud, no desperdicié ni un segundo en arañar cada instante efímero con intensidad.

    Decía Carl Jung que "La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. Y tenía razón. Hoy sé con certeza que de esa enfermedad ya no moriré.

    Al filo de los sesenta años puedo decir que he vivido; que fui y soy libre; y que he pagado y sigo pagando, sin importarme, el precio de esa libertad.

    La intensidad del día a día habita en mi interior como un modo de existir. Viviendo el hoy con esa intensidad, no me importa decir que los recuerdos lejanos son cada vez más cercanos.

    Cuando escucho: “Yo vivo el hoy. El pasado no me interesa”. “La nostalgia no sirve para nada”. Pienso que, tal vez esas personas opinan así porque su pasado no ha sido lo suficientemente pleno y por lo tanto no enriquece su presente; o porque, como todos, han cometido errores en el pasado, pero ellos no han sido capaces de asumirlos; o, simplemente, porque tener pasado significa que vas envejeciendo y caminando hacia la muerte y eso se les hace insoportable.

    El recordar el pasado, sin caer en la melancolía, es revivir la historia de nuestra existencia. Las arrugas que marcan la cara y las cicatrices que habitan nuestro cuerpo, no son más que el testimonio de que hemos vivido. Renegar de eso, es renegar de la vida misma, e intentar una eternidad física que no existe.

    En pleno siglo XXI hay rostros alisados por las calles, en las películas, en la televisión. Jóvenes aún adolescentes comienzan a retocar su cara en busca en una imagen “perfecta”. ¿Y su interior?

    Cuando la respuesta a esta y otras muchas cuestiones es que “Estamos en otro tiempo. Hemos progresado”, esbozo una sonrisa con más pena que alegría.

    Los tiempos no han cambiado. El ser humano es el mismo de siempre. Se sigue matando, sigue ejerciendo el poder cuando lo tiene sin compasión maltratando a sus semejantes, sigue deseando la riqueza para bañar su vanidad en grandes fortunas que no podrá llevarse a la tumba; sigue, sigue y sigue. Nada ha cambiado.

    Cuarenta años han pasado entre una foto y la otra. Recuerdo el instante de esa foto y de muchas otras anteriores y posteriores en el tiempo. Estoy sereno, porque aquel joven que yo era y sigue en mi interior, hoy, con arrugas, con cicatrices, con menos energía; ha conseguido saber un poco más, amar un poco más, sentir con más profundidad, entender a sus semejantes y el mundo de una manera más reflexiva.

    No existe la felicidad. La existencia no es más que una inmensa tormenta en una breve jornada lluviosa por la que nos abrimos paso entre la borrasca, y en diversas ocasiones encontramos por casualidad un lugar soleado y placido donde disfrutar. Entender esto es comprender el ahora y la profundidad de la vida.

    Es necesario recordar el pasado porque ha existido. El futuro no sé si existe.

   Recuerdo a los amigos con los que compartí mi niñez y juventud, aquellos que me ayudaron a salir adelante en momentos difíciles; las amigas y los amores no alcanzados o logrados; y las gentes que se cruzaron en mi camino, de las cuales, la mayoría de las veces no consigo perfilar sus caras, pero me han dejado su esencia.

    Recuerdo que fui feliz. Recuerdo que sufrí. Recordar es haber asimilado nuestra existencia y lo vivido.

    Ahora, me sentaré a la mesa, disfrutaré de la cena y la compañía de la mujer que amo; sintiendo la vida en toda su intensidad.

 

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Foto ©Julio Mariñas

Compositor y escritor

 

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