ÉTICA, MORAL Y OTROS VALORES - UN CÓDIGO DE HONOR - PROFESIONALES Y AFICIONADOS (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - XXII)
Desde que Bob Dylan cantó por
primera vez The times they are a changin, hace ya unas cuantas décadas, la
profética canción no ha dejado de cumplirse, porque los tiempos han ido
cambiando de forma vertiginosa. La otra mítica canción es de Enrique Santos Discépolo,
el tango Cambalache, y nos habló del
malvado siglo XX. Pero, después de todo aquello, hemos entrado en el siglo XXI
con muy poco aprendido y sumidos en un marasmo de bruscos cambios tecnológicos
que comienzan a sobrepasar al vulgar mortal y sólo favorecen a unos cuantos que
son lo bastante vanidosos como para, sólo por su propio bienestar, arruinar a
una nación, una coalición de países o todo un sistema mundial de relativo
bienestar. Pero, todo eso, al correr del tiempo, acabaría siendo una mera
mancha en la ya de por si sucia historia de la humanidad, sino fuese porque va
acompañado de una pérdida total de los valores. A la vista del panorama que se
abre ante mis ojos, no puedo por menos que pensar que, un elevado porcentaje de
la población mundial, piensa que la ÉTICA es el nombre de una vecina anciana
que vive en el edificio de al lado. Por otra parte, es posible que muchos
comiencen a pensar que MORAL es una marca de algún cosmético de última salida
al mercado. En lo que respecta a VALORES, se entiende, única y exclusivamente,
como beneficios de mercado. Así las cosas, mientras nos llenan la cabeza de
pájaros sin alas y de sueños sin paraísos, las nuevas generaciones van
creciendo bajo el manto infecto de ideologías carentes del más mínimo código de
honor; porque la inmensa mayoría de la gente sigue ciega y no se resigna a
entender que, ciertos movimientos y ciertas ideologías tenían su razón de ser
en un contexto histórico y una situación determinada –probablemente con gran
acierto unas y desacierto otras-, pero, en pleno siglo XXI, la inmensa mayoría
de los movimientos de los siglos anteriores carecen de credibilidad y fuerza
para cambiar las cosas. Sin embargo, seguimos anclados en las mismas historias,
con la salvedad de que ya no es sólo que “El dinero pueda comprarlo todo”; es
que “Sin dinero no podéis tener nada”. Ese es al final el mensaje subliminal
que va implícito en cada discurso, en cada nueva norma, en cada corriente
social propiciada por los que manejan los hilos. Bajo la consigna de “Todo es
política”, bulle un nido de gusanos que se alimentan del cadáver putrefacto de
lo que en algún tiempo fue el ser humano. Porque “ser humano” se ha convertido
en querer a los animalitos y a las flores -que está muy bien y es muy loable-
aunque para ello tengas que odiar a un elevado número de tus congéneres. Ser humano
es amar a la naturaleza, mientras tus vecinos se mueren de hambre. Y las bocas
se llenan diciendo: “Quiero un mundo justo y hermoso”. Pero, el que no piense
como yo o me lleve la contraria, será para mí un ser execrable al que tendré
derecho a juzgar y ejecutar verbalmente en la plaza pública. Este es el mundo
que nos han ido brindando para que nos creyésemos sabedores de algo, líderes y
emprendedores. Un mundo tan superficial y arbitrario que hace de cada individuo
un juez de los semejantes a los que apenas conoce, o de los que no sienten o piensan
como él. Al tiempo que lo hace también víctima de estos mismo individuos. Antes
existían delincuentes profesionales que tenían un código de honor, que se
ceñían a unas reglas inamovibles. Soy un ladrón, pero no un asesino. Te robaré,
pero no peligrará tu integridad física. Hoy, cualquier aprendiz puede quitar la
vida a un semejante por el mero deleite de matar o un simple afán de ser portada
en los medios de comunicación o protagonista de una miniserie televisiva. Hoy,
si eso, te voy matando, y después ya veo si tienes dinero o no. El mundo se ha
convertido en un lugar inseguro, donde casi nadie es quien dice ser. A pesar de
la consigna “¡Que globales somos!”, el “yo” predomina por encima del “nosotros”.
La obra de un artista puede dormir en la sombra mientras este pasa hambre, y
sin embargo, cualquier descerebrado puede forrarse colgando un video de unos
segundos en la red. Tal vez sea verdad que la ÉTICA se ha convertido en una
señora anciana que es un mero elemento decorativo. Tal vez la MORAL se corresponda
a una marca de algo último modelo. Es posible que lo único que valga sean esos
VALORES mercantiles. ¿Y después? ¿Hasta dónde? ¿Puede el ser humano vivir sin
sueños ni ilusiones? ¿La vida tiene tan poco valor como para que, esos mismos
que tanto la defienden, pisoteen los más elementales derechos humanos?
Demasiadas preguntas. Cuando vivimos en una sociedad en la que los dirigentes políticos
y “terratenientes” son la principal imagen en los medios de comunicación y
acaparan informativos y tertulias; poco más hay que decir. Recuerdo un tiempo
en que las tertulias hablaban de literatura, de cine y cosas de ese tipo y, de
vez en cuando, de política. Recuerdo un tiempo donde la ficción era un bálsamo
para vivir, y no nos estaban escupiendo en la cara cada día una realidad más amarga.
Recuerdo un tiempo en que los malos daban la cara y no se escondían tras un
muro llamado democracia. Por lo menos sabíamos a qué atenernos. Hoy no sabemos
quién es quién. Todo se ha adulterado y confundido en un cúmulo de
informaciones entrelazadas, a cada cual más esperpéntica. Antes en las guerras
había treguas, los rivales se enfrentaban en duelo al amanecer, y no en los
tribunales, enviando a otros para batirse por ellos. Antes callaban tus palabras
a fuerza de represión. Hoy te dicen que eres libre; pero hablas y hablas en un
batiburrillo de infinitas informaciones, por lo que tu mensaje queda ahogado en
un mundo de cosas superfluas y efectistas. Las cosas empezaron con frases como “Yo
no tengo nada contra los homosexuales. Tengo muchos amigos y compañeros gays”. Cuando
la escuchaba, siempre pensaba. ¡Cuánto sabe la gente de la vida íntima de sus
amigos y compañeros! A mí jamás me ha preocupado la condición sexual de mis
amigos o compañeros. De hecho, carezco de información suficiente sobre sus
intimidades, a no ser que haya compartido algo íntimo con ellos, para saber lo
que son. Si es que en el sexo hay que ser algo. Al igual que tampoco doy
explicaciones sobre mí vida íntima, tampoco las reclamo. En principio, creo que
sería deseable empezar siendo bisexual, y después, ya veremos. El encasillamiento
sexual fue el primer signo de que, aunque muchos pensaron que abría puertas de
libertad, algo estaba empezando a resultar extraño. Otra de las frases con la
que empezó la cosa fue: “Un hombre de color ha resultado…” ¿Un hombre de color?
Por aquel entonces pensaba al oírlo que, desconocía que yo no tuviese color. Es
decir, que fuese un hombre descolorido. Sentado a la mesa, comiendo con algún
músico de otras latitudes, y hablando de este tema, me decía: ¡Pero qué coño es
eso de “de color”! ¡Yo soy negro!
Esas frases sobre la condición sexual de la persona o el color de su
piel, comenzaron a instaurar lo políticamente correcto. Después, había y hay
una muy interesante que es: “Cualquier tipo de extremismo es malo”. Entonces,
comenzó una progresión de las clases políticas hacia un centro –que nadie sabía
ni aún se sabe dónde está- de tal modo que, supuestamente, los de ideas severas
en sus formas se suavizaron y los revolucionarios se suavizaron también. Craso
error. Mi extremismo será malo, en el caso de que yo sea en algún aspecto
extremista, siempre y cuando lo quiera imponer a los demás por la fuerza. Pero,
tener ideas definidas y situarse en un lugar, no implica ser demoníaco
ni perverso. Después vino la frase definitiva: “Todos tenemos derechos, pero
también obligaciones”. Bajo esa consigna, acabamos teniendo un noventa y nueve
por ciento de obligaciones, y un uno por ciento de derechos. No me den ustedes
tantos derechos, que ya los tengo por el hecho de ser humano como ustedes,
y dejen de aplastarme con tantas obligaciones. Así, vivimos unos años
masajeados en el aceite de la hipocresía, en un mundo donde todos éramos estupendos,
porque la sexualidad era dulce, las pieles tenían colores suaves, la política
era un jardín de rosas muy centralizado y los derechos y obligaciones vivían en
una supuesta armonía.
Pero todo era mentira. Porque la sexualidad suele ser salvaje, los seres
humanos tenemos infinitos colores de piel, la política es un nido de avispas y
vivimos bajo la opresión de mil obligaciones impuestas en pos del bienestar.
Los tiempos siguen cambiando; pero
¿nosotros? ¿Qué ha sido de nosotros?
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