LOS QUE ESTÁN CONMIGO O LOS QUE ESTÁN CONTRA MÍ

 

 

    En un mundo que ha cambiado tanto en las últimas décadas ¿por qué no han surgido nuevas ideologías?, ¿se han agotado las opciones de pensamiento social que podían dar lugar a movimientos beneficiosos para todos los ciudadanos, en vez de movimientos reduccionistas que favorecen a unos pocos en detrimento de los demás?

    La respuesta es sencilla y compleja a la vez.

    El ser humano lleva durante todo este primer cuarto del siglo XXI acotando cada vez más su forma de pensar. El avance de la nuevas tecnologías -que deberían estar a su servicio-, en la mayoría de los casos, debido al uso que se hace de las mismas, han convertido al hombre en esclavo de los nuevos sistemas; estando presentes en la cotidianeidad del día a día, creando así una dependencia material que ha propiciado que el individuo este subyugado a un entramado social artificial del que se ve imposibilitado de escapar.

    El homo sapiens ha logrado expandir su pensamiento haciendo que alcance grandes cotas de complejidad gracias al lenguaje escrito. Lenguaje que llegó a su cumbre en los siglos XIX y XX, dando lugar a infinidad de corrientes de pensamiento y expresiones artísticas que bebían de toda la cultura pasada para aplicarla a su presente.

    Pero, en las últimas décadas, todos aquellos logros han pasado a formar parte, en la mayoría de los casos, de un gran corpus apartado de la enseñanza y de la vida de los ciudadanos, que, si bien está como nunca al alcance de la mano, para la estructura cerebral del pensamiento humano del siglo XXI resulta en exceso complejo y, por lo tanto, arduo de analizar. Vamos, que el personal no se molesta en revisar ni en abordar esas fuentes de cultura para descubrir su verdadera riqueza, prefiriendo invertir su tiempo en otros alicientes que pueden ser en principio más divertidos, pero a la larga, dada su superficialidad, se convierten en tediosos y, por lo tanto, necesitan ser sustituidos continuamente por otros nuevos estímulos de la misma índole. De eso se nutre un mercado de productos, muchas veces banales, cada vez más extendido, que juega con ese tedio subyacente en los humanos actuales.

    Así las cosas, no resulta extraño que no se originen nuevas corrientes de pensamiento profundo de carácter humanista y precursoras de una igualdad real que englobe a todos los ciudadanos. Porque para ello es necesario tener unas bases sólidas que sólo da el abordar el conocimiento del pasado de una manera ecléctica y sin fanatismos.

    Por eso, la actualidad no es más que una mala reedición de lo vivido en el pasado, un continuo regreso a las ideologías anteriores siempre enfrentadas: izquierda-derecha, dictadura-democracia, etc.; sin que nadie salga del círculo donde nos encontramos metidos, que gira incesante sin solución de continuidad.

    Para los dirigentes en más fácil apoltronarse en la retórica del pasado –en muchas ocasiones también por su falta de cultura teórica y vivencial- y, en base a ello, ejercer sus acciones políticas obsoletas en un mundo actual que nada tiene que ver con el mundo en el que aquellas ideologías pasadas tenían cierto sentido, al no saber entonces todo lo que sabemos hoy.

    Por otro lado, es una forma cómoda de tener a la gente encasillada y enfrentada en dos facciones; con algunas escisiones cada vez más extremas para abarcar a toda la sociedad, pero a fin de cuentas es la eterna lucha entre los dos bandos.

    Es la simplificación más burda para dirigir los países, pero, no cabe duda, que a los que manejan los hilos les da resultado.

    Ese es el principal motivo que contesta a la pregunta de ¿por qué no han surgido nuevas ideologías?

    Lo que resulta terrible, no es que los dirigentes utilicen esos métodos; lo más terrible es que los ciudadanos se los han comprado.

    Con este reduccionismo de pensamiento a nivel político para controlar a las gentes, ya todo puede ser reducido siempre que sea susceptible de enfrentar a dos elementos que, aunque en la práctica no están o no deberían estar enfrentados, en la teoría del discurso sí se promueve dicho enfrentamiento: mujeres-hombres, heterosexuales-otras tendencias, blancos-negros, ricos-pobres; e incluso dentro de cada una de esas realidades duales enfrentadas se generan otras más pequeñas que, no sólo se enfrentan a la opuesta, sino a la misma fuente que las generó, además de entre sí. De tal modo que, hasta la más mínima corriente de pensamiento basada en pocas premisas puede encontrar un contrario o contrarios para subsistir en la jungla de ideologías escindidas de las dos principales.

    Así hemos llegado a este caos de civilización en el que ya nadie se fía de nadie, en el que los demás son visto sólo como un vehículo de aprovechamiento propio y lo importante es tener ideas fijas que la gente considera propias, pero le han sido inculcadas, a muchos ya desde la infancia. Un panorama frío y desasosegante en que el estrés y la depresión son las lacras que acosan a muchas de las personas de una sociedad hipócrita y enferma de falso realismo, a las que se les ha privado de la libertad de soñar, donde sólo lo práctico y rentable para alcanzar el éxito es validado a nivel social, por lo que los logros en el terreno personal, al no tener proyección pública, no son vistos por el individuo como tales logros.

    Estos contesta a la segunda pregunta de ¿se han agotado las opciones de pensamiento social que den lugar a movimientos beneficiosos para todos los ciudadanos, en vez de de movimientos reduccionistas que favorecen a unos pocos en detrimento de los demás?

    No interesan movimientos globalizadores que integren a la mayor parte de los ciudadanos. Esto supondría la unión entre gentes de diferentes formas de ver el mundo, y  sin duda generaría alternativas innovadoras, lo cual sería nefasto para aquellos dirigentes que mantienen sus puestos y privilegios sustentándose en los discursos radicales. Porque si los movimientos fuesen más eclécticos, el pueblo pasaría a ser el protagonista, con el consiguiente detrimento de la presencia constante y la relevancia de los políticos a nivel mediático.

    Esta es otra confusión muy extendida, el pensar que los políticos tienen que abrir los informativos y ser una especie de estrellas, líderes inquebrantables que llevarán a sus seguidores a un mundo idílico donde todos serán felices en un pensamiento único, al excluir cualquier disidencia.

    Por ese motivo, surge cada vez más la figura del líder único. Una especie de profeta sin el cual, todos los que no refrenden su discurso ganarían terreno y esto provocaría la entrada de nuevas figuras políticas que serían una especie de entes malvados.

     “Antes de mí todo era malo. Después de mí vendrá el caos”. Esa viene a ser la máxima que enarbolan los dirigentes de partidos y movimientos.

    Es una forma de desprestigiar y anular todo lo pasado, así como todo lo nuevo que pudiese aparecer de la unión de modos de pensar diversos.

    Las industrias que tienen el poder económico, los dirigentes políticos y los medios de comunicación, se nutren unos a otros señoreando la cúspide de la cadena social. Todo lo que se salga de ahí, es devorado sin compasión para poder mantener la gran mentira en la que vivimos.

    Hay que dar una imagen de permanente conflicto y tener a los ciudadanos pendientes y en vilo lanzando continuamente acontecimientos luctuosos y asuntos preocupantes para no permitir a la gente que tenga tiempo para reflexionar.

    Pocos pensamos ya que el verdadero político es aquel que trabaja en la sombra, del cual la mayoría de las veces no sabemos el nombre y que hace todo lo posible por mejorar a su pueblo y la vida de sus paisanos.

    Hoy la mayoría de los políticos que están en los “niveles superiores” ya no representan al pueblo; sólo se representan a ellos mismos. Y para ello tiene muy claro que no les importa decir la famosa frase: “Estos son mis principios, y si no le gusta tengo otros”.

    Con estos mimbres, desde los bandos ideológicos hasta los bandos sociales de corrientes de pensamiento, hay una máxima no escrita: “Vivimos del temor y el enfrenamiento de los ciudadanos. Si queremos mantenernos, tenemos que avivar constantemente la llama del conflicto entre facciones, entre personas. De ello depende nuestra supervivencia y nuestra economía”.

    Por eso, el lema de todo este abanico de políticas sociales que nos invaden es: “O estás conmigo o estás contra mí”.

    En este panorama social, del que todos somos culpables, gran parte de los ciudadanos caminan como pollos descabezados creyendo que saben, pero sin saber muy bien en qué estado de podredumbre nos encontramos, anestesiados por un aluvión de noticias y soflamas que, a fuerza de oírlas repetidas una y otra vez, se han instalado en sus mentes.

    Rota la principal premisa que podía hacer pensar que la libertad social, con matices, existía, la que nos permitiría afirmar: “Somos libres porque podemos decir lo que pensamos sin ser castigados judicial o socialmente”; todo vale para condenar al ostracismo a cualquiera que sea sospechoso o a cualquiera que disienta o no comulgue en algunos puntos con los movimientos reduccionistas que nos invaden y están vigilantes -como una policía orwelliana- de lo que podamos decir o hacer, hasta de un simple gesto. Los acólitos de estos movimientos pueblan las calles y las redes sociales, sentencian a todo aquel que consideran disidente de sus ideas, y lo ponen en el punto de mira. Es la nueva inquisición del siglo XXI, que dicta lo que es “pecado” y lo que no. Y los líderes que proclaman lo que esta bien y está mal, jaleados por una multitud de seguidores, son como una especie de seres de luz que no tienen defectos y sus valores están por encima de todos los demás que no avalan su forma de pensar.

    Vivimos en un sistema totalitario extendido a  nivel global por las redes, que no deja a las personas ser lo que quieren ser o decir lo que quieren decir; donde tiene el mismo valor la palabra de una persona con experiencia y cultura, que cualquier necio anónimo; donde se dictan leyes para legislar sobre como debe ser el comportamiento de los ciudadanos, incluso en su intimidad; donde se está desvelando que todos aquellos dirigentes que hablan de conciencia social y demás, son iguales que aquellos que critican las nuevas tendencias para avanzar hacia logros sociales comunes.

    Lo más demencial de todo esto, es que esta farsa se reviste de palabras como: democracia, libertad, igualdad. Porque ya no es necesario demostrar nada para ser creíble. Y aunque se demuestre lo contrario, los seguidores de cualquier tendencia siguen ciegamente a sus líderes, que no necesitan tener palabra para ser creíbles. Se puede mentir con total impunidad. No es necesario asumir responsabilidades. Cuando se equivocan, la culpa es del otro, y pueden seguir predicando lo que esta bien o lo que esta mal.

    Es un panorama con unos líderes infantilizados, con unos ciudadanos infantilizados y con la mayoría de las instituciones subyugadas a lo políticamente correcto.

    Se supone que vivimos en una sociedad más libre que nunca; pero hay clases de ciudadanos. Los ciudadanos modélicos son: los que son feministas (aunque muchos/as no conozcan en profundidad a las mujeres), los que son de relaciones sexuales “diversas” (aunque muchos/as no sepan lo que es verdaderamente una relación), los que adoran a los animales y consideran que es necesario exterminar cualquier práctica que se considere perjudicial para ellos (aunque muchos/as tengan a sus mascotas encerradas en un piso víctimas de la vorágine de la ciudad y no hayan pisado en su vida un campo, ni sepan lo que es cuidar a los animales de granja), los que se alimentan sólo de vegetales (aunque muchos/as no hayan estado en un campo de labranza para sachar patatas o en una vendimia, y jamás hayan plantado un árbol), los que leen libros muy actuales, preferentemente de contenido social que alabe todo lo mencionado anteriormente y, a poder ser, escritos por mujeres (aunque muchos/as de esos escritores no hayan leído a los clásicos ni conozcan, al menos, la literatura del pasado siglo XX; y además tengan una escritura pésima y básica, pero eso sí, políticamente correcta) y, para finalizar, en este modelo de virtud ciudadano, es necesario odiar los toros, la caza, el boxeo y, no a los ricos, sino a los que son más ricos que ellos; y, por supuesto, detestar a todos los personajes históricos que no hayan cumplido en sus épocas con los parámetros impuestos en la actualidad; sean políticos, escritores, pintores, cineastas, actores, etc.; y con ello detestar todos los momentos históricos que no vayan acorde con el pensamiento único actual. Eso sí, no hace falta estudiarlos con profundidad; con agarrarse a cuatro cositas que hayan escuchado ya es suficiente para vetar libros y películas, tirar estatuas o atentar contra todo aquello que hiere la sensibilidad de estos nuevos modelos de ciudadanos tan delicados y puros, con sus “sentimientos tan a flor de piel”.

    Con estos ingredientes tenemos al ciudadano perfecto para triunfar en este panorama social en que habitamos. Un ser integro por sus grandes principios y odiador nato de todo lo que no esté en su esfera de pensamiento; es decir, despreciador de todo lo que no sea “los suyo” y “los suyos”.

    Yo, que he intentado conocer en profundidad a las mujeres, que he sabido lo que es tener unas relaciones con fuertes vínculos, que he cuidado a los animales en la granja y he tenido perros y gatos (cuando sabía que podía cuidarlos), que he sachado patatas, he estado debajo de las viñas vendimiando y he plantado muchos árboles, que he leído más libros clásicos de los que puedo recordar y he intentado evolucionar cada día como escritor para encontrar la palabra y la frase precisa, que me gustan los toros y el boxeo, que no me importa que la mayoría de la gente que me rodea sea más rica que yo, ni tenga un pensamiento diferente al mío, y que he procurado ahondar en la historia de la humanidad y sus personajes para entender un poco más de mí mismo y lo que me rodea; yo, soy todo lo contrario a ese modelo de ciudadano perfecto.

    Yo, que soy un ser humano curtido por la vida, que ha sabido de la enfermedad y la muerte desde niño, que ha tenido que enfrentarse al final de casi todos sus familiares y gran parte de sus amigos, y al abismo de un posible final de su propia existencia; yo, con mis imperfecciones y mi lado oscuro, nunca me he considerado con el derecho a juzgar a nadie. Bastante he tenido con disfrutar y sufrir la vida.

    Tal vez eso sea lo que debería hacer este personal infantilizado y crecido entre algodones; enfrentarse con la verdadera realidad, para entender que, el pensamiento único conduce al fanatismo y la destrucción de la persona como ente propio y lo aborrega en una masa informe formada por otros fanáticos como él.

    El grado de hipocresía es tal que, para no vomitar, hay que tomarse este escenario en el que vivimos como una comedia. Lamentablemente es una comedia que, como estamos pudiendo verificar al contemplar lo que pasa en el planeta –cada vez más cerca de nosotros, los ciudadanos de las sociedades del bienestar- del que nos hemos autoproclamado líderes, en más de una ocasión se puede convertir en una tragedia para muchas personas. Porque los principales actores de este drama, lo impulsan y mantienen, ya que ellos siempre suelen acabar en mayor o menor medida “salvándose” de pagar por sus despropósitos; mientras que las gentes que ahora los aplauden y jalean enardecidos, sufren y sufrirán las consecuencias; y los que no juguemos a ese juego también.

    Yo no estoy con nadie, ni estoy contra nadie.

    La pena ante tanta degradación ya se me pasó hace tiempo.

    Sé que es posible vivir a pesar de “ellos”, porque son menos importantes de lo que se creen y de lo que se imaginan la mayoría de ciudadanos.

    Hoy, 7 de octubre de 2025, puedo decir que vivo en un mundo al que no pertenezco, porque lo he visto alejarse de todo lo bello y profundo de la existencia. No quiero formar parte de un entramado social donde la mentira, la violencia y el desprecio, campan a sus anchas.

    Tengo vida suficiente detrás de mí, como para preferir este rincón donde me siento a escribir, mientras, a ratos, contemplo los árboles, el cielo y alguna nube despistada que me habla de lo insignificante que soy y me recuerda que todo pasa, y que lo único real es el instante en que se vive. Este, donde me encuentro en paz conmigo mismo. Que ya es decir mucho.

 

 

 

©Julio Mariñas

Compositor y escritor

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