SOLITARIAS CALLES DE MONTMARTRE
Amanece en París. El viento sopla sobre la ciudad y un cielo amenazante se abate sobre el
viejo barrio donde la bohemia tuvo su refugio. Las calles están solitarias. Recuerdo al
personaje de mi novela “Cuando el lobo aparece”. Ese hombre que recorría las calles de París
intentando escapar de una maldición, intentado escapar de su propio destino. Eso es lo que
todos hacemos un poco, intentar eludir la certeza de un final que tarde o temprano sabemos
llegará. Recuerdo, desde estás escaleras que suben al Sacre Coeur, a los seres querido
desaparecidos. París se abre ante mis ojos. Aunque el día esta gris, siempre acaba saliendo el
sol y rompiendo sus rayos contra las aguas del Sena para inundar toda la ciudad de vida. Tal
vez sea uno de los motivos por los que quiero a esta ciudad. Aquí puede uno abstraerse de la
cruda realidad, de todo lo perdido y lo añorado. No me siento menos importante que el rico
que pasea las calles, ni más importante que el vagabundo que dormita en el banco del parque.
París tiene algo que hace a todos iguales en nuestra condición de insignificantes mortales. Hoy
sopla un viento fuerte. Un café crème en Place du Tertre aligera el ánimo. ¡Cómo olvidar
París! Unos ojos me miran enamorados. Es tan efímera la existencia de lo bello. La vida me
ha quebrado el rostro a golpes de cuchillo; sin piedad. Cuando uno cree que la mar está calma,
de pronto estalla la galerna y arrastra todo. Como dijo el sabio “Posees sólo aquello que no
puedas perder en un naufragio”. He naufragado muchas veces. A veces, el temporal me ha
llevado a malecones sombríos y llenos de brumas. Otras, a playas de arenas finas y aguas
cristalinas. ¿Qué más puede pedir un hombre? He vivido. Montmartre está solitario. Apenas
algún pintor distraído. Acabo mi café y bajo lentamente sus estrechas calles donde habita la
esencia de otras vidas, otros sueños, otras historias; probablemente similares a la mía, a la de
cualquier persona. París me habla continuamente. He regresado a nuestra cita. La ciudad me
lo agradece, enseñándome de nuevo sus infinitos rostros que inspiran mi cansada alma de
artista. Pasarán los días, los sueños irán desvaneciéndose en versos, en melodías, en frases
cadenciosas. Montmartre está hoy solitario. París me ha querido regalar este momento, para
mostrarme la otra cara. La más romántica, la más real, la más bella. Donde puedo respirar
toda la historia de sus calles y sentir que, una vez más, la vida late en el corazón de la ciudad
callada.
Foto de Julio Mariñas |
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