HACIA EL FINAL DEL PRIMER CUARTO DEL SIGLO XXI

    (Este artículo está basado en mi experiencia personal que, considero, es la de mucha gente de mi generación. Aunque soy consciente de que puede haber infinidad de variantes al respecto. Todo lo que reflejo en las líneas siguientes va precedido de la frase “Salvo algunas excepciones”. Simplemente puntualizo esto, para no tener que recurrir a ella continuamente durante el escrito)

 

    En algunas ocasiones, al indagar sobre la vida de algún creador (escritor, músico…), viendo la fecha de su muerte ocurrida en algún momento crítico de la historia de la humanidad –el inicio, el transcurso o el final de una guerra-, he pensado cómo serían sus últimos días al sentir que dejaba un mundo convulso donde los seres humanos estaban enfrentados. Hoy en día, a mis 58 años, estoy casi convencido de que, por muchos años que me puedan quedar de vida, en el momento de mi muerte el planeta tierra no estará disfrutando de un período de paz.

    Lo cierto es que no me intranquiliza ni preocupa la idea. Camino hacia la vejez con la satisfacción de haber nacido a mediados de los años sesenta del siglo pasado, cuando la dictadura de Franco comenzaba su lento declive. Mi adolescencia transcurrió durante un proceso de transición hacia la democracia donde cada día se abría una nueva puerta para la libertad. Mi juventud fue en los arrebatadores ochenta y principios de los cambiantes noventa. Y la madurez coincidió con un final de siglo donde los avances tecnológicos y en otras materias del saber humano sufrieron un cambio profundo, antes nunca visto; lo cual ha propiciado que, en la actualidad, el acceso a partes de la cultura a las que antes costaba mucho llegar, esté hoy al alcance de la mano en un ordenador; algo impensable unas décadas atrás.

    Como ejemplo; cuando era niño veía en los cines del barrio películas del espacio donde desde una nave hablaban con la tierra y al mismo tiempo se veían unos a otros con total nitidez. Una fantasía, que uno pensaba que jamás podría hacerse realidad. Y hoy, no sólo eso ocurre; sino que cualquiera de nosotros puede hablar con otra persona que esté en otro lugar lejano del planeta y verla con una imagen limpia.

    Podría poner muchos ejemplos. Mi generación ha sido privilegiada, no sólo por el tiempo de libertad que ha vivido, sino por ser testigo de las transformaciones asombrosas y los progresos en infinitas áreas del saber humano; algunas tan esenciales como la medicina.

    Pero estamos en el hoy, diciembre de 2024, afrontando el paso al último año del primer cuarto del siglo XXI;  y considero que estamos viviendo, no el peor tiempo –la historia de la humanidad esta llena de momentos malos-, sino el tiempo más hipócrita y banal de esa historia. Porque ahora tenemos acceso a la realidad de lo que está pasando desde diversos puntos de vista; y sin embargo, el ser humano parece más ciego y más confuso que nunca.

    Mi niñez transcurrió en el barrio del Calvario de la ciudad de Vigo; con sus pequeños negocios de productos básicos para la existencia, y sobre todo kioscos, librerías y cines de barrio que marcarían mis primeros años. Una existencia sencilla muy cercana a las generaciones anteriores. He contemplado cómo, sobre todo a partir del año 2000, los cambios tecnológicos y sociales se producían a una velocidad inimaginable, alejando a mi generación de las nuevas de un modo abismal. A día de hoy, siento que ya no pertenezco a este marco social. Pero no por una cuestión de edad, ni nostálgica; sino por una forma de ver la vida y el entorno que nos rodea.

    Sería interminable la lista de variantes que hacen del mundo en el que yo me desarrollé algo ajeno a todo lo actual. Por lo que sólo mencionaré algunas que han hecho cambiar de modo radical la mentalidad de los nacidos después de los años noventa del siglo pasado, e incluso un poco antes.

    Lo importante siempre está, no en las grandes cosas, sino en el detalle. El proceso mental y físico que nos lleva a realizar algo es lo que conforma nuestro pensamiento y, por tanto, nuestra forma de ser.

PRIMER CASO

    A principio de los años 70 del siglo pasado yo soy un niño, y mi vida se puede resumir a grandes rasgos así. Siento el abrigo del hogar junto a mis padres. Con algunos familiares y amigos del barrio y la escuela, son el círculo en el que me muevo. Y cuando digo me muevo, es importante resaltar que “me muevo físicamente”, con una autonomía impensable para un niño de hoy en día. Previo consentimiento de mis padres, puedo ir solo a la escuela, a casa de un amigo, de mis abuelos o al cine. Digamos que ya de niño comienzo a tener cierto grado de independencia que me hace desarrollar una serie de mecanismos para enfrentarme a diversas situaciones, adversas o no, sin tener que estar custodiado permanentemente por mis progenitores. Parte del camino a la escuela transcurre por un sendero de tierra con muros llenos de vegetación a los lados donde se pueden observar arañas con su tela perfecta, en ocasiones resaltada por la incidencia de los rayos de sol de la mañana en las gotas de rocío que han quedado en sus hilos. Los lagartos comienzan a buscar también ese calor del nuevo día; y otra fauna muy diversa. Estoy en contacto con la naturaleza que late a unos cientos de metros de donde vivo. Para el colegio necesito libros, libreta, bolígrafo, lápiz y goma de borrar; que por supuesto cargo yo a la espalda. En clase, entiendo que el profesor, no sólo sabe más que yo de la materia que imparte, sino también de la vida.

    El niño actual, con un poco de suerte, va al colegio caminando por la acera de la mano de uno de sus progenitores; y en el peor de los casos, en un coche que lo deja a las puertas del lugar. El trayecto se realiza entre coches, edificios y gentes que caminan apresuradas sin pararse a hablar con nadie. No obstante, en más de una ocasión el niño está con la vista clavada en un teléfono móvil.

    En el barrio de los años setenta del pasado siglo, los niños jugábamos a infinidad de juegos sólo con nuestro cuerpo. También había canicas, trompos o artilugios que fabricábamos. Por entonces los juguetes sólo se recibían el día del cumpleaños y el de Reyes; y no siempre la economía familiar permitía que fuesen los más deseados, pero uno se conformaba. Los juegos se realizaban en parques de tierra con toboganes y otros artilugios de metal. En el colegio, los recreos también eran en campos de hierba y tierra. Además nos aventurábamos por lugares para nosotros desconocidos, como fincas o casas abandonadas. Subíamos a los muros, nos peleábamos con frecuencia sin por ello guardarnos odio ni rencor; salvo excepciones puntuales. Casi siempre llegábamos a casa  sucios, con las rodillas rozadas y algún moratón. En definitiva, estábamos aprendiendo a vivir y, sobre todo, pasándolo muy bien. En las clases era posible compartir pupitre con una niña que, si te pasabas un pelo, te podía dar un bofetón y dejarte la cara temblando. Vamos, que entendías a la primera, ya de niño, que “No es No”, sin ninguna ley estatal de por medio.

    Los niños de hoy en día juegan con pantallas, están sobreprotegidos y no pueden ir a la vuelta de la esquina sin sus padres, porque la ciudad se ha convertido en un sitio hostil y ellos en seres dependientes en exceso.

    En los años 70 del siglo pasado, el hogar era el refugio. A la hora de comer, alrededor de la mesa estaba la familia y se hablaba. En casa mandaba la madre (aunque hoy en día sea difícil de creer) Ella decidía sobre cualquier trastada, disputa entre hermanos o, incluso, problemas con profesores. Era la dueña absoluta. Mi padre trabajaba y, si mi madre consideraba que el problema era grave, entre los dos lo hablaban y tomaban la decisión acordada. (En algunos períodos mi madre también trabajó fuera de casa). En mi niñez nunca se me ocurrió cuestionar las decisiones de mis padres, porque, no sólo entendía, sino que creía firmemente que cualquier decisión que tomaran era por mi bien, porque me querían y mi bienestar era lo más importante para ellos. El teléfono en la casa sonaba cuando alguien conocido, familiar o amigo, llamaba para decir algo importante o si hacía tiempo que no nos veíamos, o si estaba fuera de la ciudad.

    El último elemento del hogar eran mis abuelos. Los ancianos eran respetados y se les escuchaba con atención, porque veían el mundo con la experiencia que da el paso de los años.

    Hoy, padres e hijos comen con los teléfonos móviles en la mesa, estando en permanente estado de alerta ante posibles llamadas o mensajes de “suma importancia”. Los teléfonos suenan a discreción invadiendo la intimidad y el silencio del hogar, y el 99%  de las llamadas y mensajes que llegan son efectuados por personas desconocidas y carecen de importancia para la existencia.

     Los progenitores en la casa son uno más y adolecen de autoridad moral sobre sus hijos. Además, deben tener sumo cuidado con aplicar alguna medida correctiva que vulnere los derechos de sus descendientes y pueda ser susceptible de sancionarse por “las autoridades competentes”. Esto es extrapolable a la escuela en el caso de los profesores.

     Con estos mimbres, tenemos unos niños que han crecido sin ningún contacto con la naturaleza, que apenas reciben estímulos naturales del entorno en que se mueven a diario, y que en su hogar y en la escuela para ellos sus padres y profesores no son el referente a seguir. El referente es lo que dictan las autoridades y los medios de comunicación a través de los distintos sistemas tecnológicos que usan los niños sin ningún tipo de filtro. Los ejemplos a seguir por ellos son las opiniones de personajes públicos famosos de dudoso bagaje cultural y débil capacidad de análisis. Los padres y profesores ya apenas educan; educan los sistemas de gobierno y los medios de difusión.

    Los abuelos de hoy sirven para ocuparse de los niños y consentirles todos los caprichos mientras la mayoría de los padres apenas tienen tiempo de estar con ellos durante su crecimiento.

SEGUNDO CASO

    Soy un adolescente que transita hacia la juventud a finales de los 70. Los últimos guateques hechos en los bajos de algún amigo agonizan para dar paso a las discotecas. (No voy a hablar de mis inicios como músico en las verbenas porque es una situación atípica no vivida por la mayoría) Las discotecas tienen música para bailar “suelto” y, de vez en cuando, una media hora de “música lenta” para bailar “agarrado”, en la que los chicos nos acercamos a las chicas a ver si conseguimos un baile en el que poder establecer un contacto más íntimo y físico. Es un juego de seducción con miradas de insinuación, indiferencia o ambigüedad. Si se consigue el acercamiento, la profundidad del mismo en la pista de baile dependerá de la chica.

    Cuando se establecía una pareja, el mayor o menor acercamiento se realizaba en el reservado de un bar, en el banco de un parque bajo un árbol, en la playa, debajo de una viña y, con el tiempo, si tenías coche (en mi caso un 600) en algún lugar apartado dentro del vehículo. Cuando ya no pedían en los hostales y hoteles el libro de familia (que, aunque parezca increíble, me lo han llegado a pedir en los años 80), se podía acceder a una cama.

    Hoy, desde la ventana de mi casa veo el monte, el cielo, los pájaros y otras cosas que aún me reconcilian con la vida. También veo a grupos de jóvenes en el parque, chicos y chicas, unos junto a otros con la cabeza agachada y la vista fija en un móvil mientras mueven los dedos de forma compulsiva.

    Después vuelvo a alzar la vista hacia el monte lleno de árboles y, bueno, no hace falta explicar lo que pienso. Lo seguro es que, si en la edad de la efervescencia están así, no quiero pensar cómo serán, ya no con mi edad, sino con 30 o 40 años. En fin; ellos se lo pierden. El tiempo que pasa no regresa.

TERCER CASO

    Siempre me ha gustado hacer ejercicio; no por una cuestión estética, sino para sentirme bien. Cumplir las normas de higiene básica y mostrarse con buen aspecto ante los demás es también importante. Pero nunca he intentado aparentar lo que no soy.

    Hoy en día, las personas de 30 y 40 años, en aras de las tendencias vigentes –o bien por el lavado de cerebro sufrido en las últimas décadas, o bien por no querer quedar desplazados- se han inscrito a una actitud y comportamientos ridículos intentando aparentar lo que en realidad no son. Así comienza la tarea para ellos de controlar lo incontrolable (cosa que muchos jóvenes ya están haciendo antes de que les lleguen esas edades). El deterioro físico exterior con cirugía, el deterioro corporal con sesiones de gimnasio interminables y el no quedarse atrás en la sociedad del “Qué buenos somos y cuántas leyes tenemos para portarnos bien” adoptando y defendiendo actitudes que ni han analizado, ni han reflexionado, ni han pensado que pueden arrasar con todo lo bueno construido hasta el momento.

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    Una vez expuestos estos tres puntos (de otros muchos que se podrían exponer) ya caminamos –según nuestros políticos y adoctrinadores de conciencias- hacia la sociedad perfecta. Una sociedad donde los niños crecen intocables en una burbuja; eso genera jóvenes despreocupados (o preocupados por temas genéricos desatendiendo a los cercanos) e hipersensibilizados a cualquier tipo de amenaza (todo el que no entienda la vida como ellos es el enemigo a erradicar); y desemboca en adultos faltos de recursos para evitar dejarse arrastrar por lo “predicadores de las nuevas morales” y dependientes de lo que los gobernantes y poderosos de turno quieran hacer con sus vidas.

    Que los cambios siempre han existido. Sí. Que siempre ha habido dirigentes que han querido subyugar por la fuerza o mediante el engaño a los ciudadanos. Sí. Que las leyes han servido en ocasiones para mejorar ciertas cosas. Sí.

     El problema es que ahora, los cambios son a nivel global, los dirigentes y poderosos del mundo actúan por unos mismos patrones de adoctrinamiento y las leyes que se aprueban en beneficio de diferentes causas no contemplan el daño que puedan hacer a los derechos de la totalidad de los ciudadanos.

     Es decir; antes la dictadura era dictadura, y las democracias (con sus aciertos y sus errores) democracias. Ahora, los dictadores se atreven a hablar de democracia. Y los supuestamente demócratas, bajo el paraguas de la democracia, aplican leyes antidemocráticas.

    Y todo esto, delante de una sociedad anestesiada, que recibe un volumen de información ingente, incapaz de asimilar por ningún cerebro, y mucho menos al ritmo de vida que se lleva hoy. Con el agravante de que los medios de información hacen durante muchos días noticia de una guerra, catástrofe o delito de un político durante la mayor parte de lo que dura un informativo (como si no pasase otra cosa en el mundo) y, repentinamente, el acontecimiento desaparece para dar paso a otro con el que se vuelve a lo mismo; mientras que la anterior guerra, catástrofe o delito se omite como si por arte de magia hubiese desaparecido. Y si no hay nada inmediato siempre queda el recurso de dedicar en 90% de la información, si es verano al calor que hace y si es invierno al frío.   

    A lo que llevará todo esto, no lo sé, y tampoco me importa demasiado.

    Para mí es todo mucho más sencillo. Un dirigente político, en primer lugar debería tener como prioridad el ocuparse menos de la igualdad de “esto o lo otro”, y ocuparse de la igualdad básica de todos los ciudadanos. Un techo donde vivir, el alimento suficiente y la atención a su salud necesaria.

    Un simple escritor y músico, señores políticos de toda clase o condición, les acaba de hacer su programa político:

 PARA TODOS LOS CIUDADANOS: VIVIENDA – ALIMENTO – ATENCIÓN SANITARIA

     Como ven. No hace falta mucho espacio para llevar su programa político.

    Y después nos ocupamos de “los diferentes” (que no sé cuales son, porque para mí todo el mundo es igual en el aspecto humano), de los animalitos, del cambio climático, de la amenaza de otros países, etc.

     Pero algo sé a ciencia cierta; el que no tiene donde vivir, o qué comer, o cómo curarse; le importa poco el resto.

    Hay que atender primero a los derechos básicos y dejarse de mierdas.

    Ninguno de los tres puntos mencionados se respeta en nuestra sociedad.

    En las calles hay gentes durmiendo sin un techo donde cobijarse. ¿Dónde está el derecho a la vivienda? Dónde, cuando la gente sigue siendo expulsada de sus hogares en los que llevan la mayor parte de su vida; aunque sean ancianos o enfermos.

    ¿Dónde está el derecho a tener cubiertas las necesidades mínimas de alimentación para sobrevivir? Los bancos de alimentos siguen trabajando para dar de comer a muchas personas en nuestro país.

    ¿Dónde está el derecho a una atención sanitaria? A día de hoy aún siguen saliendo noticias de muchas personas que tienen problemas para pagar el alto coste que suponen algunos tratamientos y la atención a la gente que padece enfermedades poco frecuentes es muy reducida.

    En lo que respeta a la Igualdad entre hombres y mujeres, sigue sin resolverse el principal punto: Muchas mujeres cobran menos que los hombres realizando el mismo trabajo. Menos discursitos de protección. La mejor protección que puede tener una mujer es ser independiente económicamente para poder realizar sus aspiraciones y mandar a tomar por saco al gilipollas de turno que este abusando de ella.

    Se hacen leyes para todo –dicen que en beneficio de…- pero no se soluciona lo que es en una sociedad la mayor desigualdad de sexos, la capacidad económica entre hombres y mujeres.

    Estos tres puntos mencionados no parece que los políticos de cualquier signo tengan intención de solucionarlos. Lo que parece, es que quieren que cada vez los ciudadanos seamos más dependientes de las instituciones, y abrir más y más ministerios y más sociedades vinculadas a ellos.

   Las excusas que escucho siempre son las mismas: “Eso es demagogia”. “El tema es mucho más complejo”. “Es que la ultraderecha” “Es que la extrema izquierda”. Bla, bla, bla.

    Vivimos en una sociedad en la que se habla de todo, menos de Amor; que es lo único verdaderamente importante.

    Me considero comprensivo con todo; pero sigo sin entender cómo la mayoría de la gente está tan ciega. El personal se está dejando educar y que eduquen a sus hijos los gobernantes con sus soflamas y la connivencia de los medios de comunicación.

    La vida no es lo que sale en la televisión, ni en Internet. La vida es mucho más dura de lo que creen la mayoría de las personas que viven una vida acomodada y pueden llegar a fin de mes.

    El ser humano es una animal que, como todos, busca su beneficio. Ahora, a poco que se abran los ojos para ver, es posible tener una panorámica de la historia del hombre y ver cómo nada cambia, aunque lo parezca. Todo el llamado progreso se ha hecho a base de guerras y destrucción, en las que siempre han salido perdiendo las clases más desfavorecidas. Y así seguirá.

    Pero calló Roma, y antes de ella otros imperios. Los de hoy también caerán. La vida seguirá. El ser humano algún día se extinguirá. Incluso el sol acabará apagándose.

     No somos más que motas insignificantes en un universo cambiante al que ignoramos tanto como él nos ignora.

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©Julio Mariñas

Compositor y escritor

 

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