CAERÁ EL TELÓN – De lo efímero de la existencia
Caerá el telón. Tarde o temprano acaba
sucediendo. Porque siempre hay una última vez para todo. Un día,
insospechadamente, o tal vez con premeditación y alevosía, caerá
definitivamente el telón. Y ese silencio tan aterrador que siente el artista
cuando la función termina y los focos se apagan, quedará suspendido en un
demoledor final sin remisión. Ningún Deus
ex machina podrá entonces remediar el vacío del abismo infinito que sepultará nuestra
memoria. Quedarán los anaqueles mudos de libros inundados en un llanto
contenido. Sobre la mesilla de noche, en la mesa del salón, sobre el
escritorio; tomos a medio leer; historias de las que nunca conoceremos el
final. Y la música que acompañó nuestras horas de adioses, nuestros instantes
tiernos, las pasiones salvajes al ritmo de sincopados juegos de armonías en
blues. Y nuestra imagen irá muy poco a poco siendo humo en la mente de aquellos
que amaron nuestra risa, nuestra mirada dulce, hiriente o desvaída. Las palabras
ardientes que lanzamos al aire, el verbo enardecido de juventud lejana, cuando
creíamos poder cambiar la historia y abrazamos quimeras perdidas de antemano;
será un eco cada vez más lejano en los oídos de aquellos que nos vieron vivir. Nos
gustaría al menos poder ser vislumbrados en la sutil niebla que en ocasiones
abraza las mareas, en el fugaz destello de las falsas estrellas que descienden
en las noches oscuras, en la gota de rocío que pugna por doblegar la hoja en su
descenso. Sin equipaje nos hallará la muerte. Las historias vividas buscarán su
refugio entre los vivos. Las que nunca fraguaron se perderán para siempre en el
vacío. Caerá el telón. Y seguirán las gentes su destino, ajenas al féretro
silente que acabará sin lágrimas que alivien su tétrica coraza. Y los
manuscritos huérfanos pedirán a gritos mi regreso. Pero ya no estaré para
consolarlos de su anonimato, ni volverán a sentir mi mano protectora. Y las
historias a medio esbozar serán como esa vida de infancia que se apaga sin haber vivido suficiente. La leve mano del
paso de las horas cubrirá con una pátina de dolor los lápices y plumas. Las
hojas en blanco quedarán sin el vestido de mis letras y, mudas para siempre,
serán pasto del olvido. Los viejos instrumentos, rígidos y estáticos, serán los
únicos que quieran sonar en este duelo. Pero sus oxidadas llaves, sus cuerdas
mal tensadas, las maderas abiertas como carne que sufre la puñalada hiriente
del olvido; acabarán en el rincón oscuro donde habita el tiempo que se ha ido.
Caerá el telón. Y el amor, amarrado al último suspiro de la vida, agitará su pañuelo lentamente en el desierto
andén de donde sólo parten los trenes que van al infinito.
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