RELATOS ROTOS - XXIV - TOC, TOC...
Toc, toc… Golpes secos en la
puerta de la habitación de madrugada. Temblor entre sábanas, sudor frío; en el
reino de la oscuridad todo se magnifica y hay amplios cielos nocturnos que
permiten al pensamiento volar hacia regiones inextricables, lóbregas simas; los
suspiros siembran su eco en el vacío, el alma no tiene lugares donde posar su
incertidumbre. Toc, toc… ¿Quién es? Nadie responde. No se esperan visitas a
ciertas horas. Ante la persistencia de las llamadas, la puerta chirría sobre
sus goznes y se abre dejando pasar un halo de luz lunar proveniente de la
ventana. Toc, toc… Todo es soledad. No hay una serena voz amiga que pueda
paliar con su dulce timbre la incertidumbre. Por fin, una silueta maléfica se
recorta en el umbral de la puerta; negro
espejismo y, dentro de toda esa oscuridad, unos ojos todavía más negros. Un
hilo rojo avanza lentamente por el suelo del pasillo, espeso río diminuto; la
luna hace acto de presencia cuando se abren las cortinas; tiene su cara visible
ensangrentada. ¿Cabe peor pesadilla? En el prado cercano vagan seres sin rumbo,
tambaleantes, descarnados; gimen; sus voces rasgadas, roncas, gorjeantes, son
un coro siniestro ininteligible en la noche de plenilunio. Toc, toc… en otras
puertas suenan golpes secos; otras puertas de otras habitaciones de otros
hogares. Siempre acaba llamando. Tal vez no hoy, no mañana; pero acabará
llamando. Las viejas casas están repletas de los ecos sordos que emiten las
voces de antaño, cuando había otras vidas; ilusiones, sufrimientos, amores y
odios, flotando en la esfera de lo intangible, hacen banal el presente; en un
ritual variante y extraño no escrito, siempre acaban siendo derrotados los
sueños. Toc, toc… Pareció surgir de la noche pasada. Luego amaneció y la vida
volvió a derramarse en un nuevo día. Mientras, en esa aparente calma, bajo ese
radiante sol y un cielo puro, sigue latiendo la sombra del destino en su
persistente ciclo inevitable.
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