EN EL ATARDECER
Un, dos… Un, dos… La niebla apenas deja
vislumbrar siluetas arbóreas, vegetación espesa; el pantano se muestra
tenebroso, sombras espectrales parecen flotar entre los juncos; la existencia
derramada en las aguas fangosas, la vida de los otros, la vida propia; un ave
emprende el vuelo, sus alas cortando el aire profanan el silencio del lugar;
murió la alondra, ¿qué nos queda? Un frío intenso, un largo invierno de adioses
y desconciertos. La vida esférica, envolvente, de la niñez, va adquiriendo
aristas, adoptando extrañas formas, indescifrables gestos. En la noche ulula el búho
insomne; mientras, un hombre camina tambaleante por el paraje hostil. Un, dos…
Un, dos… Alguien intenta contar de nuevo; punto de salida, punto de encuentro,
punto concreto e infinito. Las ramas murmuran extraños coros que flotan en la
noche lunar; un violín entona el lamento de los que no tienen voz. La Invisible
Línea Ensangrentada zigzaguea entre los juncos. Espesura de un ayer que duerme
su densidad en las arenas movedizas del desconsuelo. ¿Quién puede encontrar la
respuesta al vacío de muchos seres humanos? Pasión y compasión, cada vez más,
van siendo desterradas del lenguaje. Tal vez, en algún nido escondido entre las
jaras, aún progrese discreta la vida siempre nueva.
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