REGRESAR
Regresar una vez más; transitar las calles mortecinas; cruzarse con miradas aviesas, escrutadoras; a la hora del ocaso, cuando el día va cediendo su luminosidad y las luces y sombras comienzan una danza reveladora; con paso lento pero seguro, buscar los rincones escondidos donde “algo” quedó de “lo que fuimos”; esos leves vestigios intangibles, que son como espectros desterrados de un tiempo de esplendor y sueños; el árbol, indiscutible señor del monte cercano a la fría ciudad, habrá mudado su correosa piel donde, a golpe de navaja, grabamos nuestros sentimientos rendidos a la vida en un corazón que parecía unirnos para la eternidad. ¡Cómo no regresar! El tiempo desterrado, con su originalidad inquebrantable, siempre tiene un lugar en la memoria de la mortalidad hiriente. Regresar una vez más; con el aire de aquel que, sabe, ya no hallará más alma que la suya rota contra los cristales del viejo café. Entre las gentes ajenas al duelo, el mundo sentencia nuevas mañanas; mientras,