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Mostrando entradas de agosto, 2015

UNA MALETA Y LA LUNA - VIII

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    Y la noche se hace amplia, espesa, con un densidad asfixiante, señoreada por la luna que permanece en el firmamento escoltada por un séquito de nubes grises. Es una de esas noches en que los párpados parecen negarse a ceder ante el cansancio y los ojos se humedecen haciendo más espectral la visión de un cielo que sigue siendo desconocido para el hombre. Un murciélago distraído, con algún desarreglo en su sistema de ecolocalización, golpea súbitamente el cristal de la ventana profanando el silencio reinante. Tumbado sobre las sábanas sin abrir, imagino las calles desiertas, tétricas, apenas alumbradas por la amarillenta luz moribunda de algunas viejas farolas. Hasta mis oídos llega el acompasado y lejano percutir de unos tacones contra el pavimento; poco a poco va cobrando fuerza, hasta resultar molesto al quebrar contundente el silencio; del mismo modo, vuelve a diluirse y se desvanece. Es curioso lo evocador que puede resultar un ruido tan seco y anónimo. Tanto que, en a

UNA MALETA Y LA LUNA - VII

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     Y la noche cae dominando la vida de lo humano; extiende su manto suave pero implacable, obligando sutilmente al sueño reparador o, tal vez, a la vigilia inquieta donde los feroces monstruos del subconsciente abren sus fauces, babeantes, de alientos pestilentes y ojos encendidos; ocupando todo el lóbrego espacio de la habitación a oscuras. Desde mi ventana observo las luces del malecón de un amarillo macilento, mientras atisbo vagamente algunas barcas amarradas en la orilla. El mar que, a pesar de estar calmo, siempre contiene en su cuerpo algo de movimiento, como una inquietud innata provocada por el mismo latir de las entrañas de la tierra, las hace oscilar con levedad, como acunándolas enriquecieron su materialidad con cierta vida. ¿Estarán aún mis compañeros de tertulia en el viejo caserón? La noche ya es total y la luna llena se refleja en las aguas evidenciando su influjo. Un hombre tiene el valor que tienen sus sueños. ¿Cómo poder calcularlo? No hay mejor modo de so

UNA MALETA Y LA LUNA - VI

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    A medida que me alejo de la casa por un estrecho sendero de tierra, las voces de los que hasta hace unos instantes conversaban conmigo se van diluyendo y cobra intensidad el rumor del mar en los acantilados cercanos. El aroma de la brisa marina, ese sutil olor que tiene algo de pureza, de frescor y libertad, me ha traído a la memoria el recuerdo de otros tiempos. Entonces todo era mucho más sencillo, o al menos lo parecía. Fueron tiempos de desencanto. Aquellos momentos están vívidos en mí a pesar de las décadas transcurridas. Porque el desencanto no tiene que ser especialmente lesivo para el ser humano. Fue un tiempo lleno de vida. Una vida parcial, exaltación del Yo Existencial. Entonces me sentía como un médano en el desierto bullicioso que era la ciudad. El asfalto tiene algo de lesivo, de antinatural. El verde intenta brotar en los resquicios que no han podido ser cubiertos; allí, por donde respira la tierra; lo hace clandestino, sabedor de que las máquinas volverán a co

UNA MALETA Y LA LUNA - V

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    -¡Hombre! ¡Por fin apareces!     -Está interesante el desván.     -¿Qué hay por ahí?     -No guardarás una ninfa extraviada de su bosque.     -Sólo hay una maleta.     -¿Sólo una maleta?      -Sí.     -¿Una maleta con una ninfa dentro?     -No. Sólo una maleta.     -Recuerdo la discusión que tuve con mis padres siendo un chaval por culpa de una maleta.     -¡Vaya, Doctor! ¿Pero usted ha sido joven?     -¡Qué impertinente es usted, Señor Director! No sé cómo los músicos de su orquesta lo soportan.     -Adoran mi fina ironía.     -Bueno ¿y la historia?     -Tú tranquilo, Abogado; que de ella no nos libramos.     -Muy a su pesar, Director, la contaré. Creo que al Poeta, al Abogado y al… Meditador de áticos, les interesa, a juzgar por sus caras.     -Que no sea por mí.     -Tenía dieciocho años.     -Eso es empezar bien.     -No lo dude, Poeta; yo he tenido en algún momento de mi vida dieciocho años. Pues eso; mis padres se iban de viaje y y

UNA MALETA Y LA LUNA - IV

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    El Doctor y el Poeta siguen con su charla; mientras, los demás van llegando. Aún no se han mostrado inquietos por mi ausencia. Tienen para un buen rato. Saludos, bromas, formalismos. Tal vez no sea el momento de abrir la maleta con todo ese revuelo ahí abajo. Nunca me han gustado los encuentros multitudinarios; entendiendo por multitud más de dos personas. La experiencia me ha enseñado que el grado de autenticidad de los individuos es, por lo general, inversamente proporcional al número de los que participan en una determinada situación. Hay una serie de pautas no escritas que establecen unas líneas imaginarias de comportamiento y delimitan los impulsos más espontáneos de las personas. Estoy seguro; ahora que han llegado más contertulios, la conversación que tenían el Doctor y el Poeta ira quedando desvirtuada a medida que se produzcan las diversas intervenciones. Cada uno intentará llevar la discusión al terreno que sea de su interés o que más domine. Siempre ocurre así.