UNA MALETA Y LA LUNA - IV




    El Doctor y el Poeta siguen con su charla; mientras, los demás van llegando. Aún no se han mostrado inquietos por mi ausencia. Tienen para un buen rato. Saludos, bromas, formalismos. Tal vez no sea el momento de abrir la maleta con todo ese revuelo ahí abajo. Nunca me han gustado los encuentros multitudinarios; entendiendo por multitud más de dos personas. La experiencia me ha enseñado que el grado de autenticidad de los individuos es, por lo general, inversamente proporcional al número de los que participan en una determinada situación. Hay una serie de pautas no escritas que establecen unas líneas imaginarias de comportamiento y delimitan los impulsos más espontáneos de las personas. Estoy seguro; ahora que han llegado más contertulios, la conversación que tenían el Doctor y el Poeta ira quedando desvirtuada a medida que se produzcan las diversas intervenciones. Cada uno intentará llevar la discusión al terreno que sea de su interés o que más domine. Siempre ocurre así. Los conozco muy bien. Aunque aprecio a esa gente de ahí abajo; estoy un poco harto de ellos. Sospecho que van para largo las reformas del Café 666 donde tenían lugar las tertulias. Menos mal que la Señora Asunción nos ha dejado esta vieja casa, que era de sus padres, para reunirnos. Si he de ser sincero, no me importa demasiado. Llevaba ya meses asistiendo muy esporádicamente a las tertulias. Este desván ha sido todo un descubrimiento. La Señora Asunción es una viuda octogenaria muy agradable y lúcida. Algo supersticiosa, eso sí. “Aquí tienen la llave. Reúnanse cuando quieran. Aunque les aconsejo que eviten las noches de luna llena”. Todos nos quedamos un poco sorprendidos. Cuando se fue la Señora Asunción, algunos hicieron bromas con la advertencia, mencionando historias de hombres lobo y aullando burlonamente. Bueno, en cualquier caso, la vivienda está lo suficientemente apartada de la ciudad como para que no sea muy apetecible reunirse aquí de noche, con o sin luna llena. A pesar de la burlas, hay una necesidad tan imperiosa en el ser humano, hasta en las mentes más analíticas, de llenar su vida de misterios. Desde que he encontrado esta maleta, no puedo sacármela de la cabeza. Mi abuelo tenía una similar que aún conservo con sus cierres oxidados y el aspecto de haber aguantado secretos inconfesables. La Señora Asunción debe haberse olvidado de ella. O tal vez, era de sus padres o abuelos, y no recuerda su existencia.
    Tendré que bajar. No quiero que nadie suba a este rincón. Si alguno de los de abajo lo hiciera, sentiría que están profanando este lugar que ya considero mío por las innumerables sensaciones que me está brindando. Espero que siga atesorando la tranquilidad de este instante.

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