RELATOS ROTOS - XVIII - EL ADIÓS A LA VIDA DE TASCA
Erminaldo Dosestrellas fue un vividor recalcitrante que
estableció toda una ruta tabernaria por los lugares más sórdidos de la
geografía urbana. Le gustaba el vino espeso en grado sumo, hasta tal punto que
siempre llevaba en su bolsillo un lápiz con el que, sumergiéndolo verticalmente
en la taza, comprobaba el espesor vinícola. Si el grafito en cuestión aguantaba
el equilibrio sin vencerse, Erminaldo Dosestrellas sabía que esa era su bebida.
En lo que respecta a la alimentación, la cosa tampoco andaba demasiado sutil. Consumía
con preferencia hermosos pinchos de alto contenido en sal y picantes varios;
desdeñando todo menú que no llevase altas dosis de colesterol.
Arastelio
Sintraspón fue todo lo contrario a Erminaldo Dosestrellas. Bien vestido, pulcro
en el habla y la gestualidad, voz atenorada de una dulzura empalagosa, siempre
hablando con un grado de intensidad moderado y constante. En lo que concierne a
sus hábitos de toma de líquidos, apenas si conocía otros elementos que no
fuesen el agua y la leche. Su vida era metódica y de un tedio aplastante y
soporífero.
Erminaldo y
Arastelio se encontraron en diversas ocasiones en un café al que, el primero
consideraba algo pulcro para sus gustos, y el segundo lo tenía por un lugar
bastante mediocre. Lo cierto es que hicieron buenas migas y sus conversaciones
llamaban la atención de los demás clientes cuando se enzarzaban en reflexiones
más o menos interesantes. Un periodista que frecuentaba el café, anotó durante
algún tiempo muchas de aquellas conversaciones con la intención de algún día
darlas a conocer.
A continuación,
unos fragmentos de la conversación que mantuvieron la última vez que se les vio
juntos.
Erminaldo – Nos dicen
que Sí, pero es No. Nos dicen que No, pero es Sí.
Arastelio – Usted es
un desencantado.
Erminaldo – El mundo
es una fosa séptica. No espere nada. Porque sólo desencanto nos aguarda a la
vuelta del camino.
Arastelio – Está bebido.
Erminaldo – Beba,
beba su leche extraída de las ubres de una vaca cuya vida está condenada al
estatismo.
Aristaldo – La vida tiene la belleza de los
ojos con los que se mira.
Erminaldo – Mis ojos están cansados. La
sangre fluye por ellos con inusitada violencia.
Aristaldo – El amor
es lo que le falta a usted.
Erminaldo – El amor,
ese juego de espejos relucientes que siempre acaban rotos.
¡Hábleme!
¡Eleve su tono de voz!
Aristaldo – No es
mi estilo.
Erminaldo – La felicidad
siempre es un pájaro herido que sueña con volver a volar sin conseguirlo.
Aristaldo -Usted
es un descreído.
Erminaldo - ¿Es
delito el escepticismo?
¡Ah! Olvidaba que
la reflexión antitética sobre una sociedad, espejismo vago de proyectos
deslumbrantes, es un delito.
Aristaldo – Tal vez consiguiese recuperar su
sobriedad buscando oír el canto de las aves en el alba.
Erminaldo – Para mí
no hay albas. Yo sólo he visto
anochecer. El amanecer es algo que me han contado las gentes. Vago recuerdo de
la niñez lejana.
Aristaldo – La vida
se derrama sobre usted con violencia porque ha elegido la senda tenebrosa.
Erminaldo – Mientras el señor termina su
meditación debo partir. Mujeres en la noche me llaman para que ahogue en sus brazos
el delirio del absurdo que es vivir.
Aristaldo –
Espere. No vaya solo.
Y los dos se
perdieron en la noche. Erminaldo tambaleante con su voz rota. Aristaldo derecho
y elegante, en silencio.
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