AÚN RECUERDO
Aún recuerdo el momento en que Arthur apareció apoyado en el
marco de la carcomida puerta del ático donde entonces vivía. No pudimos evitar
el pasar juntos una temporada en el infierno. Tampoco tuvo nada de especial
aquel viaje. Salvo las conversaciones que entonces mantuvimos, frente a unos
vasos de absenta, sobre la bendición y maldición que conlleva el amar la
literatura. Charles, después de observarnos largo tiempo con vidriosa mirada, acababa
esbozando una sonrisa contenida. Fuera, en el jardín, Virginia regaba las
flores del mal. No sé qué le había dado con aquellas flores. Su imagen delicada
y algo trágica mientras contemplaba las plantas, sigue aún hoy grabada en mi mente. En este presente
del siglo XXI parece todo muy lejano. Pero no lo es tanto. Es difícil no tener
latente el privilegio de haber compartido, aunque en ocasiones sólo fuese unos
instantes, unas horas o unos días; momentos profundos con personas como ellos. La
playa no estaba demasiado lejos de la ciudad. Mary tenía la costumbre de
interrumpir siempre mis charlas a la orilla del mar con Byron, colgándoseme
del cuello. Monstruo, monstruo. Me susurraba al oído con una voz tan dulce como
rota. Era encantadora. Nunca pude entender porque Miguel se llevaba tan mal con
ella. Tal vez porque Mary no paraba de meterse con su mano atrofiada. Aunque
ella lo hiciese sin malicia. No así, Dante, que inconscientemente
siempre acababa clasificando a unos y a otros. Fue una buena época. La soledad
era muy respetada y todo giraba en torno a la literatura y el arte. Lo demás
era tenido por evidente y banal. También lo fue porque todos éramos jóvenes.
Ellos de algún modo aún lo siguen
siendo. Incluso el abuelo Víctor. Nunca he oído a nadie insultar con tanta
elegancia y tan poco desprecio. Como si en su insulto fuese implícita la
comprensión hacia los demás. ¡Miserables! Ese era su preferido. Después pasó lo
de Albert y la cosa comenzó a cambiar. ¿Hay algo menos romántico que morir en
un coche? C´est la vie. Afortunadamente, aunque no tanto como quisiera, los
sigo viendo con frecuencia. Como entonces, hablamos del amor, de la muerte; del
misterio de la vida en definitiva. Pero, ya nada es como antes. Acaso porque
todo tienen su tiempo. O no… Aún recuerdo el momento en que Arthur apareció
apoyado en el marco de la puerta del ático donde entonces vivía. Por desgracia,
ese lugar hace tiempo que desapareció, y con él, parte de todo lo vivido en un
tiempo de insultante juventud.
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