UNA MALETA Y LA LUNA - XVI - REFLEXIONES EN COMPAÑÍA DE CUATRO CADÁVERES AMIGOS



    REFLEXIONES EN COMPAÑÍA DE CUATRO CADÁVERES AMIGOS
II – EL POETA 
DEL AMOR Y DEL SEXO
    Unos versos entregados al vacío; como toda la poesía, nacidos en las profundidades del interior sereno; por amor, por deseo, por el inconformismo de no aceptar los límites del lenguaje y el raciocinio; así fragua el Poeta su creación hecha con palabras ensangrentadas, sí, de una sangre espesa, densa como arenas movedizas en un páramo nebuloso; de ahí el riesgo a quedar atrapado por los mismos versos que ambicionan la Libertad y el Amor; que nacen para calmar el alma, en ocasiones para volar como aves sin rumbo, erráticas golondrinas, vencejos o aviones, a los lugares donde nunca amanece; así, el Poeta, exaltado, lascivo, sensual, ebrio de juventud y desvarío, se aferra a las alas del águila que surca majestuosa los cielos de otoños ya vencidos; y crear versos es como amar al amor en toda su extensión que es infinita e inabarcable; esperando que en cada poema enardecido, el corazón de la nada abra sus transparentes velos y se entregue nuevamente al sublime despertar de los sentidos, a la ebriedad sin límites, cadenciosa o arrítmica; el Poeta es un rostro sin otro espejo que el rostro de la amada, es un soñador que nunca duerme, porque la noche se hizo pare él y sus desvaríos; así, su lírica de miel y desencanto, camina los senderos de cipreses vencidos en inclinados por los Vientos del Norte, buscando respuestas a ninguna pregunta, anhelando lograr lo que nunca se sueña porque la humana condición del hombre que él es, no alcanza más allá de las viejas quimeras; mientras, unos versos hechos de cuerpos ya olvidados, de labios desvanecidos, de nombres indescifrables, se mecen en la noche de los tiempos para la eternidad y sus misterios, y ese Amor que, aunque se ha intentado sin descanso, jamás podrá ser definido por el pobre lenguaje de los hombres; pero el Poeta, a pesar de haber sufrido las tempestades que quebraron la obra viva y la obra muerta de su nave contra los farallones cercanos a la costa, a pesar de haber naufragado en las áridas islas solitarias de arenas hostiles y desalentadoras; sigue en su travesía desgarrada y alocada, hacia cualquier lugar que pueda mantener viva la esperanza de arribar a nuevos puertos, a nuevos malecones de maderas abrazadas por el tiempo; solitarios lugares donde, en su ensoñación, aún tiene la esperanza de encontrar unos brazos amantes que consuelen sus noches de vigilia y desespero.

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