UNA MALETA Y LA LUNA - XIV
En el tétrico salón, con la única compañía
de los cuatro cadáveres; tomo conciencia de que estoy vivo. Si ayer me hubiese
quedado más tiempo, probablemente estaría muerto como ellos. ¿Por qué no? ¿Qué
ha sucedido? La muerte es tan categórica. Cuando se presenta admite pocas
disertaciones. Los seres humanos divagamos sobre la existencia y sus
conflictos, sobre el Posible Después de la Muerte. Pero, sobre el hecho mismo
de la muerte hay poco que decir. Fue el momento vivido en el ático frente a la
maleta lo que me quitó las ganas de seguir conversando. Es extraño como el
destino sigue haciendo honor a su nombre y nos aboca a situaciones
impredecibles. La contraventana que ha quedado entreabierta se bate ligeramente
contra el cristal y quebranta el silencio sacándome de mis reflexiones. A pesar
de lo dramático de la situación, una fuerza inusitada me incita a subir al
ático; ya que la maleta no se va de mi mente.
Tal vez sea el momento de llamar a la
policía. Lo pienso, pero no tengo la más mínima intención de hacerlo.
Desperdicié la última oportunidad de conversar con ellos ayer; todo porque me
obsesioné con esa maleta. Ellos, que fueron los que, en aquel primer día,
cuando era un imberbe tertuliano, me abrieron las puertas de su círculo con
naturalidad, sin ceremonias. Sí; aquel día que regresa como un continuo fluir a
mi memoria.
-Usted, Señor Director, tiene un alto
concepto de su arte con la batuta. Pero lo sublime no sólo está en las grandes
y multitudinarias manifestaciones artísticas.
-En eso lleva razón el Doctor. En ocasiones
he visto mucha más belleza en la maestría del hombre de campo cuando hiende la
tierra de labranza con su azadón, en el leñador cuando divide con simetría
maestra el tocón de madera con su hacha, que en las grandes sonoridades
sinfónicas. Y, dicho sea de paso, también una ciencia más pura y más exacta que
sus teorías científicas.
-Es usted un excelente reivindicador de la
simplicidad y la pureza. No entiendo por qué se pasa la mayor parte de su vida
en un despacho de abogados.
-Exigencias del guion, Señor Director. Mi
pasión era la zoología. Pero eso no parecía convencer a mis progenitores y,
bueno, ya saben.
-¿La zoología? Es usted una caja de
sorpresas.
-Ya ve, Poeta. No todos tenemos la suerte
de tener clara nuestra vocación desde la cuna.
-He de confesarle que me parece mucho más
sana la vocación a la zoológica o a la abogacía; que esa dedicación enfermiza a
la poesía.
-Parece mentira que, dedicándose usted a una
faceta artística como es la dirección musical, profese esas ideas.
-Aunque tengo que dirigir de todo, Abogado, yo promulgo una música
actual cercana a las matemáticas, analítica; lo más alejada posible de ese
romanticismo que considero enfermizo.
-Da pena oírlo.
-Comprendo sus sentimientos, Poeta. Soy un
Doctor sensible al arte. Pero, viendo el panorama musical, creo que las
opiniones vertidas por el Señor Director no son únicas; sino más bien las más
abundantes en los tiempos que nos ha tocado vivir.
-El mundo es una caja de podredumbre.
-Usted siga con sus poesías. Así le va.
-Prefiero eso, a ser un vendido, Señor
Director.
-¡Está usted loco, Poeta!
-Señores, por favor.
-No se preocupe, Doctor. No lo considero un
insulto. El raciocinio es patrimonio de demasiada gente. Puede quedarse con él,
Señor Director. Yo seguiré con mi locura y romanticismo, a su juicio,
enfermizo. Prefiero la enfermedad de los sentimientos profundos; a la de la
soberbia y la vanidad.
-No se lo tome usted así, Poeta. Al mundo
le pasa como al Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis
Carroll; tiene demasiada prisa; camina siempre como si llegase tarde, para no
ir a ningún lugar. Los abogados sabemos mucho de eso en los procesos judiciales
eternos que tenemos que afrontar.
-El arte nace en la soledad. Las óperas que
el Señor Director con tanta maestría dice interpretar, han surgido de creadores
que han dado vida a esos libretos, esas melodías, esas orquestaciones; en la
más profunda soledad. Sólo es posible generar verdadero arte cuando uno se
encuentra consigo mismo. Lo demás son manifestaciones pomposas de una sociedad
enferma que sólo quiere aparentar, y le importa una mierda los autores que han
dejado trozos de alma y de vida en esas obras que llenan teatros y dan trabajo
a infinidad de gentes. ¿Y para el autor qué queda? Con un poco de suerte las
migajas. Y en muchas ocasiones, ni eso.
-Se ha quedado a gusto, Poeta.
-Sí, muy a gusto, Doctor. El arte, como
todo, nace y muere en la soledad.
Aquella soledad de la que hablaba el Poeta
tiene tantos matices. Como esta que ahora siento en compañía de cuatro
cadáveres enigmáticos y, tal vez, reveladores de muchas cosas.
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