UNA MALETA Y LA LUNA - XV - REFLEXIONES EN COMPAÑÍA DE CUATRO CADÁVERES AMIGOS
REFLEXIONES EN COMPAÑÍA DE CUATRO CADÁVERES AMIGOS
I
- EL SEÑOR DIRECTOR
DEL
TIEMPO Y DE LA MÚSICA
Desciende la batuta y, con levedad
inusitada, el sonido redondo del clarinete flota en el ambiente del colosal
auditorio, ligado en medio piano que acaricia el aire llevando a los que
escuchan a las regiones mágicas de amaneceres templados, en los límites dulces
del ensueño, melodía en tono mayor que sutilmente con una ligera variación de
medio tono en una de sus notas, se torna en modo menor; así, perdendosi, el
aterciopelado timbre del clarinete en si bemol desciende a su profundo registro
grave para dar paso sin solución de continuidad al áspero fagot en cromatismos
tétricos, donde los parajes idílicos se tornan espesos matorrales que albergan
en su nocturnidad toda la alevosía posible, sombras anónimas entre árboles que
salpican el paisaje, colosos de peladas ramas y secos troncos de un gris pálido
surcados por incisivas y profundas vetas negras; de las cenizas apenas
perceptibles de un pianísimo sostenido por el corno inglés con su sonoridad
mate y lejana, asoman las flautas y el oboe que, en un crescendo agrandan su
intensidad con insistencia sobre el manto tímbrico de las cuerdas en
acordes de séptima y novena; esas cuerdas redentoras que con posterioridad en
un trémolo ostinato se disponen a abrazar el cielo y sus misterios en un alba
que lentamente anuncia un nuevo día; ahora, cuando ya el tutti orquestal se
hace patente, poderoso, imponente, gracias a los metales sonoros y marciales; los
timbales salpican oportunos el contundente y rítmico pasaje; enérgica baja y
sube la batuta, los brazos del Señor Director acunan el aire como si en ellos
sostuviese un recién nacido pleno de armonía y triunfo; el calderón suspende
autoritario toda esa explosión, de la que, enmudecido el resto, después de
breves ecos de metales; allí la trompeta con sordina, allá el trombón de varas
descendiendo, pizzicatos de cuerdas distraídas; asoma el arpa con sus arpegios
como cabellos de náyades flotando a la orilla de un río cristalino; y la flauta
dulcifica ese cauce suave en un pasaje de sincopadas formas; así, al movimiento
complejo de la batuta instigadora, se va meciendo el tiempo; tiempo que va
siendo recibido y mimado por el Señor Director, por cada uno de los músicos,
por el público atento; ese tiempo que no es posible de retener, pero sí es
posible de transformar con el mágico aliento de la música; esa arte enigmática,
intangible, discursiva hasta la extenuación, irrepetible en cada manifestación
viva y sentida; si existe alguna posible tregua en el discurrir de la vida;
está aquí, en la música, en esa batuta redentora, capaz de dar forma al
misterio sonoro a través de los instrumentos y sus intérpretes; en una
ceremonia de catarsis, cercana a los misterios que envuelven al hombre y su
universo; desde el escenario concreto y definido, hasta más allá de los límites
de lo ignoto; donde en la oscuridad más incisiva, aún parecen resonar los ecos
de lo eterno.
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