UNA MALETA Y LA LUNA - XVII - REFLEXIONES EN COMPAÑÍA DE CUATRO CADÁVERES AMIGOS
REFLEXIONES EN COMPAÑÍA DE CUATRO CADÁVERES AMIGOS
III – EL DOCTOR
DE LA MUERTE Y DE LA TRASCENDENCIA
Tantas
veces ha visto la muerte; apagarse el último hálito de vida en los quebrados
cuerpos, diluirse en un postrer suspiro llevado por un invisible velo
sentenciador; así, Doctor, que podemos esperar de la vida y sus vértices
inconclusos, del esférico canto existencial que apenas dura unas jornadas. Como
un sueño trazado en el terroso manto de la vida, así nuestra existencia fluye
indómita, delirante, arrebatadora; y a veces esa línea oscilante atraviesa
frondosos bosques, valles donde brotan manantiales que alimentan arroyos
cristalinos, lagos de prístinas aguas; en otras ocasiones, el discurrir vital
se ve inmerso en tenebrosas ciénagas, procelosos océanos donde habitan abisales
formas evocadoras de atávicos terrores, o en noches de una quietud extrema e
insultante sin luna ni ulular de búhos en las ramas; porque, Doctor, la
existencia reducida a una compleja y sentenciadora analítica, qué puede desvelar
de la esencia profunda sustentadora de las emociones y los sueños; apenas
matemáticas conclusiones sin mayor relevancia; tarde o temprano todos
recorremos el valle pedregoso salpicado de esqueletos arbóreos donde un sinfín
de cadáveres de aves que nunca más emprenderán el vuelo, yacen silentes y
hediondos, con sus alas quebradas por el destino aciago que a todos escolta
desde una lejanía mucho más cercana de lo que el mortal imagina; a la cual, no
obstante, prevenido en su intelecto, hace frente con mitos de trascendencia;
mientras, a toda aurora deviene un ocaso, a todo crepúsculo deviene un alba;
así, en un ciclo de ritmos encendidos por pinturas que la vida traza en el
horizonte, se ha escrito y se sigue escribiendo la historia de los seres
humanos, una historia ínfima en el incesante fluir del universo y sus
misterios. Usted sabe muy bien, Doctor, que inexorablemente, ese mismo oxígeno
que nos da la vida, conduce a nuestro organismo a un irreversible proceso de
oxidación celular, en una irónica pirueta de la naturaleza para que el ciclo continúen
su incesante fluir de vida y muerte; sólo el homo pensante, al abrigo de sus
sinapsis neuronales, genera un mundo paralelo de trascendencia en el que mece
su vida, intentado en vano permanecer eternamente en una infancia perdida, en
un nostálgico paraíso vivido en los albores de una supuesta pureza primigenia;
y así, el humano civilizado disimula la rotundidad de la muerte en asépticos
hospitales, en pulcros tanatorios confortables y dulces para maquillar el
rostro cruel del vacío insondable al que todo aquel que nace, por el hecho de
vivir, está abocado sin remedio; porque la vida es una película que nunca tiene
final feliz, un poema siempre inconcluso, una música con su último acorde disonante
suspendido y sin resolución, una pintura sobre lienzo desgarrado cuyas
tonalidades van cediendo su esplendor al paso inexorable del tiempo; porque no
somos más que un ínfimo destello en el misterio de un universo inabarcable.
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