Inicio de la novela "AQUEL VIGO LEJANO" de Julio Mariñas

 
    En la más septentrional de las Islas Cíes, por su cara Norte, allí donde la verticalidad de los acantilados hace casi imposible el recorrido para ningún ser humano, donde un poderoso Océano Atlántico desata sus iras en los días de tormenta y mar brava, hiriendo las graníticas moles isleñas que surgen de las aguas y abriendo cada día un poco más el corazón de las profundas furnas, gigantescas cavernas en las entrañas del duro granito, Nino se movía con soltura y agilidad pasmosas. Sus miembros largos alcanzaban los salientes y sus huesudas manos y anchos pies se asían a las ásperas piedras con inusitada facilidad. Con el pantalón gris remangado por encima de los tobillos y la camisa blanca sucia y hecha jirones, Nino se mimetizaba con el entorno como si fuese parte de las rocas. Quien hubiese podido contemplar al muchacho de doce años desafiando al vacío en aquella sierra de laderas verticales, sin duda no habría dado crédito a la escena. Pero, para Nino era algo habitual. Finalizando abril, con la llegada de la primavera,  por la mañana temprano, salía del puerto de Vigo la dorna de Xoan y “El Pesco”, dos curtidos marineros; el primero era alto y desgarbado, de su estrecho tronco con el pecho hundido salían dos largos brazos dibujados con abultadas venas que remataban en unas gigantescas y huesudas manos, los pequeños ojos grises, una larga nariz aguileña y el fino pelo blanco que le caía por la frente, dejaban entrever un carácter huraño y reservado; “El Pesco” era todo lo contrario, su metro sesenta y cuatro parecía mucho menos, debido a los anchos hombros y las cortas extremidades de poderosos bíceps; asomaba por la camisa la espesa mata de pelo que cubría su pecho,  y protegía su monda cabeza de las inclemencias del tiempo con una gorra que decía era herencia de su padre; de carácter abierto, lucía en su rostro una barba rubia muy cuidada, sus ojos eran grandes y azules, de mirada analítica y limpia.   
    Todos los días desplegaban la vela latina y navegaban los casi quince kilómetros que separaban el barrio del Berbés de las Islas Cíes. Una vez allí, dejaban al joven Nino en la playa de arenas blancas y aguas cristalinas, mientras ellos se dedicaban a pescar.

Foto de Julio Mariñas


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