CONVERSACIONES CON SENIA (VI) La noche y los sueños
-Vuelve la noche, Julio.
-Si, regresa otra vez.
-Yo amo la noche. ¿Y tú?
-Lo ha sido casi todo para mí. Es un reino
de silencio. Vacío que he podido llenar con sonidos y palabras como las que
ahora escribo.
-No te veo escribir.
-Es cierto. Estoy hablando contigo.
-¿La noche ha sido para ti un elemento de
inspiración?
-No en si misma. Ha sido y es un lugar en
el que parece imposible que nadie pueda quebrantar la soledad buscada. Tú de
eso sabes mucho, Senia. Aquí sola siempre, al atardecer, junto al río. A veces
me pregunto cómo serás a la luz del día.
-¿Y tú? ¿Cómo eres a la luz del día?
-Mejor que no te lo explique.
-¿Por qué?
-Las sombras de la noche siempre favorecen
los rostros quebrados por los años.
-Venga, hombre. Lo dices para que salga de
mi boca algún cumplido. Cualquiera diría que eres un anciano.
-No, no lo soy. Ni pongo demasiado empeño
en llegar a esa etapa. Pero, gracias a la noche, y debido a mi hábito de
arrancar horas al sueño, durmiendo una media de tres o cuatro horas diarias,
siendo generoso en el cálculo, tengo que añadir un buen puñado de años más a
los reales.
-¿No te gusta dormir, Julio?
-Dormir siempre me ha parecido un ensayo de
la muerte; y a mi la muerte, aunque no me preocupa en exceso, tampoco me
resulta excesivamente atractiva.
-Pero, cuando duermes, puedes soñar.
-Prefiero soñar despierto, Senia. Así sueño
lo que me da la gana, y no lo que impone el subconsciente.
-Yo siempre he tenido sueños dulces.
-A veces también me ha pasado. Pero en un
porcentaje muy pequeño. La mayoría de mis sueños han sido terribles pesadillas.
-Tienes un subconsciente tétrico y
turbulento.
-No lo sé. Tendría que visitar a Freud y a
Jung. Pero creo que eso ya no va a ser posible.
-Sutil ironía. Entonces, cuando llegue la
hora de morir vas a estar muy mal preparado.
Porque, si el sueño es un ensayo como tú dices, has ensayado muy poco.
-Si, muy poco. ¿No te animas a contarme uno de esos sueños
dulces que tienes, Senia?
-¿Y tú, una de tus pesadillas?
-Mejor no.
-¿Qué te pasa, Julio? Por un momento tu
cara se ha ensombrecido.
-Al final
somos todos tan iguales. Con nuestros miedos, nuestras alegrías,
nuestras frustraciones, nuestras esperanza.
-Si. Eso ya es sabido.
-Entonces ¿por qué hemos establecido tantas
diferencias? ¿Por qué ese abismo entre unos y otros?
-Duerme más, Julio. Dormir también es
olvidar, no pensar, evadirse, hibernar la incertidumbre.
-¿Cómo encontrar la palabra precisa, Senia?
¿Cómo encontrar la melodía exacta?
-¿Para qué?
-Para que todo cambie. Para mover al mundo
y a los humanos de su cerrazón, su vanidad, su soberbia.
-Siento desilusionarte, Julio; pero no creo
que exista esa palabra, ni esa melodía. Nadie puede cambiar siglos de crueldad
hacia lo indefensos, hacia los vulnerables.
-¿Por qué el arte? Es tan ambiguo todo. La
misma mano que escribe bellas palabras, puede matar. La misma voz que canta
hermosas melodías, puede herir y cambiar el destino de millones de seres
humanos.
-No tienes un buen día, Julio.
-Existen los días buenos cuando vives en un
mundo que no te gusta, cuando en tu recuerdo habitan las miradas de niños
hambrientos y desvalidos; las miradas de ancianos perdidas ante la caída de
todo lo que construyeron su sueños de juventud.
-La primavera está aquí una vez más. Tú
pareces no haber salido aún del invierno.
-Hay gentes, Senia, que no saben lo que es
la primavera; y nunca lo sabrán.
-Tienes que dormir, Julio. Eso es. Apóyate
en mi hombro. Así. Descansa.
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FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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