CONVERSACIONES CON SENIA (V)


    Advierto en los ojos de Senia cierto brillo. Lágrimas retenidas al borde mismo del precipicio de una mirada que no merece ser manchada por otro llanto que no sea el de la alegría. La observo en silencio. Respetando su emoción desconocida para mí. Cuando una lágrima comienza a deslizarse lentamente, silente, trazando una armoniosa trayectoria por el bello rostro, acerco mi mano y dejo que se pose sobre mi piel.
    -¿Cuánto tiempo necesita un ser humano para poder entender que la vida es una leve línea interseccionada por infinidad de trayectorias?
    -No lo sé. Si lo supiera, te lo explicaría para no verte llorar.
    -Es todo tan poco “humano”. ¿No crees, Julio?
    -La humanidad es, como todo lo que ha construido el hombre, un gran despropósito.
    Mientras crecemos nos van adoctrinando y aleccionando con un discurso preestablecido sobre la naturaleza del bien y el mal, sobre conceptos en diferentes ámbitos y facetas. Poco a poco, vas comprendiendo que nada era como te contaron; que la ética, la moral, todo aquello que atañe al interior del ser humano, son conceptos variables según épocas, circunstancias, civilizaciones, ideologías. Que los que ostentan el poder se pasan todos los valores por donde ya se sabe.
    -Nada es cierto, Julio. Como este río que fluye, todo varía y se transforma. Pero nos llenan de cadenas. Puedo sentir su peso.
    -Si tú, que eres joven, Senia, puedes sentir su peso. Imagínate yo.
    -¿Cómo las llevas?
    -Las fui rompiendo todas al correr de los años. Con el tiempo, quise volver a soldar algunas. Pero nada vuelve. Sólo el recuerdo nos lleva a los lugares donde habitó la felicidad.
    -¿Pero tú jamás has vivido de recuerdos?
    -Hubo un tiempo en que si. Recordar es olvidar el presente cuando te ahoga. Como te sucede a ti ahora, a juzgar por tus ojos vidriosos.
    -¡Crees que no es importante porque soy una joven…?
    -Nunca pensaría eso. Los conflictos que atañen a los sentimientos no tienen edad. La mayoría de los viejos piensan que los jóvenes son alocados y no quieren nada más que comerse el mundo. La mayoría de los jóvenes piensan que los viejos son inservibles y su vida no tiene ilusiones ni sueños. Pero ninguna de las dos cosas es cierta. Tú eres joven, Senia. Y, sin embargo, eres maravillosamente reflexiva a pesar de tus locuras. Muchos ancianos siguen soñando y viven de pequeñas ilusiones. Porque nunca se deja de soñar.
    -Hasta el último instante.
    -Si.
    -No me has preguntado por qué medio lloraba. ¿Sonríes?
    -Me ha gustado esa expresión de medio lloraba. Suena estupenda en tu voz dulce. No, creo que no es lo fundamental. Si lo quieres contar, bien. El sufrimiento de los otros nos puede parecer horrible siendo relativamente leve, o insignificante siendo brutal y terrible.
    -No te lo diré, Julio.
    -No importa. A fin de cuentas, llorar no es tan malo. Reír, llorar, gritar, gemir. Todo depende del grado de herida que esas acciones puedan causar en nuestro interior.
    -Me haces sentir libre.
    -Tú eres libre, Senia. No me necesitas para experimentar esa sensación.
    -Lo sé. La mayoría de las veces culpamos a los demás de nuestro dolor o nuestra alegría. Cuando está en nuestro interior y no depende en absoluto de los demás.
    -Suele ser lo más frecuente.
    Cuando era más joven escribí unos versos que me han acompañado siempre.
“Un niño llora en las escaleras, a las puertas del valle prohibido;
en el luchan vertiginosamente, lo que ha querido ser y lo que ha sido”.
    -Me gusta.
    -La mayoría de la gente acaba siendo otra cosa muy diferente de la que había soñado ser. Pero no lo reconocen. Prefieren no mirarse al espejo. Pasarlo por alto. O hacer pagar sus traumas a los inocentes e indefensos.
    -Tal vez sea, porque temen ver algo desagradable en extremo si se miran al espejo.
     -Tal vez, Senia.
    -Bueno, mientras tanto, tú yo nos reflejamos en el río.
    -Cada vez lleva menos caudal.
    -Si, cada vez menos.
    -¿Hasta cuando durará su cauce?
    -Tal vez sea eterno.
    -En este planeta no hay nada eterno, Senia. No hay nada eterno.

   
FOTO DE JULIO MARIÑAS

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