CARTA DE LA HIPOCRESÍA (Encontrada en un rincón olvidado)
Habéis venido a mí con el rostro
mendigante, cabizbajos, humillados, zaheridos. Pero yo no he sentido nada al
veros. Sois tan patéticos con vuestros mensajes
de concordia, vuestro buenismo, vuestro pensar que los seres humanos son
hijos de la bondad. Tengo un trono de alto material inflamable. Arrojo trozos
de él cuando me place y siembro el caos, la discordia, la duda insufrible que
os mantiene permanentemente azorados en el vértigo que da el abismo de la
incertidumbre. Porque sois mortales y yo sólo soy un concepto. Por eso tengo el
poder. Me importan un bledo vuestras debilidades, vuestras carencias, vuestros
sufrimientos. Que seáis infelices alimenta mi poder hasta límites impensables.
Bajo mi reino nadie está libre. Domino el mundo; probablemente, desde que el
homo adquirió cierto grado de raciocinio. He conseguido que la sociedad y sus próceres
apesten a mí. No podía ser de otra manera. Nadie está libre de mi influjo. Si
alguno es inmune a mi poder; todos mis súbditos, que son la inmensa mayoría de
los humanos, lo condenarán al ostracismo más salvaje. Todo a cambio de que yo,
la Hipocresía, siga reinando.
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