LA IMAGEN - (REFLEXIONES DE UN POETA EN LA SOMBRA - XXVII)
Primero fue la televisión, después la red. Y así, el ser humano se
convirtió en una imagen. Es muy posible que, siguiendo la teoría de la
evolución de las especies, si la nuestra perdura en el tiempo lo suficiente,
dentro de miles de años los hombres ya no tengan más que una cara con dos
gigantescos ojos; y fosas nasales, boca y orejas, se habrán reducido a unos
simples orificios diminutos. Nuestras manos serán una sencilla terminación
puntiaguda que servirá para apretar las teclas. De seguir así las cosas,
atrofiados los sentidos de tacto, gusto, sabor y oído; seremos cabezas con
ojos. Porque ya todo es imagen. Uno, que es aficionado a la fotografía y al
cine, ve con horror como, cada vez más, la imagen ha sustituido al individuo
como tal. El humanismo se precipita hacia un abismo sin fondo cuando, al igual
que en el Renacimiento el hombre fue el centro del universo, hoy es un
ordenador ese centro. Como en una suerte de Odisea 2001 colectiva y cutre, las
máquinas domésticas se han adueñado del hogar. Al igual que en algún tiempo con
la televisión, en la que casi todos decían ver los documentales de sobremesa; en
el ordenador sucede lo mismo, casi todos parecen utilizarlo para tener más
información, ser más sociables y abrirse al mundo. Pero, como en el caso de la
televisión; tampoco esto es cierto. La red se ha convertido en un arma que,
comparada con la televisión, es infinitamente mucho más incontrolable. Es como
comparar una bomba atómica con un tirachinas. La red es un lugar donde somos
vigilados, donde muchos parecen ser lo que no son, donde es posible
distorsionar la realidad, donde el efectismo y sensacionalismo del momento hace
que la mayoría no reflexionemos sobre la noticia que está llegando a nuestro
cerebro. Con la inmediatez y la ingente cantidad de información, se ha
conseguido que muchos pierdan la capacidad para reflexionar. Antes, uno podía
pasarse la tarde meditando a la orilla del mar o de un río, contemplando las
olas o la corriente. Ahora, las imágenes invaden nuestro hogar y van salpicando
nuestras neuronas que, en un peligroso juego de velocidad, van diciendo: “Estos
sí, esto no; esto es bueno, esto es malo; me gusta, no me gusta”. Se ha perdido
el término medio. Donde se decía que estaba la virtud. Ahora estás conmigo o
estás contra mí. Ya no hay la opción de: “Estoy contigo en esto; pero en esto
otro no”. El pensamiento se hace cada vez más expeditivo y totalitario. Cada
persona es el centro del mundo en la red y todos somos títeres de una comedia
en que, ciertas normas establecidas, nos marcan las pautas y nos ponen a favor
o en contra de los demás. Pero los seres humanos no somos una pantalla de
ordenador, no somos un video de treinta segundos, no somos una imagen
impactante tierna o violenta. Los seres humanos tenemos matices. Tenemos olor,
sabor, una voz no filtrada en una pantalla, una textura en nuestra piel. Por
eso creemos conocernos y no nos conocemos. Creemos poder juzgar al mundo desde
nuestra silla frente al ordenador. Y estamos siendo juez y parte. Los seres
humanos basamos cada vez más nuestros principios en la artificialidad de una
imagen. Mientras, la reflexión de los valores que han hecho al hombre “humano”
se diluye en un mecanismo que se nos escapa más y más de las manos.
El mirar al pasado con nostalgia, puede ser un ejercicio muy hermoso y
gratificante, pero no sirve de nada desde un punto de vista práctico. Lo que sí
deberíamos hacer los que conocimos otra realidad, es recuperar aquellas cosas
que hacían a las personas más auténticas. Lo debemos hacer, no por nosotros,
que ya tenemos poco remedio, sino por los niños y adolescentes para los que
somos el único puente que les puede hacer conocer un tiempo en que todo era
mucho más pausado y más palpable. Un tiempo en que “conocer” a alguien o algo
era todo un ejercicio de seducción, con sus fracasos y sus éxitos. Fue el
tiempo en que era posible perderse en la noche por solitarios caminos y
habitaciones. Sin móviles, sin ordenadores, las horas quedaban suspendidas en
una suerte de magia que podía prolongarse durante días; lejos del mundo; solos
el tú y el yo, conjugando la palabra libertad. Libertad, ya casi nadie te
quiere en su mesa, ni en su lecho, ni en su vida. La mayoría prefieren ser
esclavos de una supuesta explosión de globalidad solidaria. Como en una cruzada
por salvarlo todo, menos al mendigo que pide a la puerta de tu casa; el ser
humano yace preso de una ceguera que amenaza con robarle el alma. Sólo la
perspectiva del tiempo, que todo lo sentencia, nos acabará haciendo ver que,
como todo en esta vida, esta fiebre internauta no es tan mala ni tan buena. Es
simplemente algo más. Pero nunca el sustituto de la mano cordial, el abrazo
apasionado o el beso ardiente. Porque hay valores que no cotizan en bolsa. Esos
son los que nunca oscilan. Es muy posible que a ellos acabemos volviendo tarde
o temprano. No hacerlo, sería la destrucción del ser humano tal y como lo hemos
conocido. Estoy frente al ordenador escribiendo estas líneas. ¿Por qué lo hago?
Porque soy escritor y tengo esa necesidad irrefrenable de escribir. La
aprobación de quien me lea puede ser algo gratificante, pero nunca
indispensable. Si el artista tuviese que vivir en función de los demás, sería
una caricatura de sí mismo y esclavo de la gente. Estas líneas se perderán en
un inmenso mar de palabras por la red, donde habrá millones de textos mediocres
y algunos textos sublimes. ¿A qué puerto llegarán? Probablemente a contados
malecones. Sólo queda esperar que sean puertos de escondidos lugares donde aún
siga latiendo el corazón de los sueños.
PINTURA DE JULIO MARIÑAS |
Es así, Julio, un escritor comprometido con todo lo que le rodea, debe expresarse aún si las palabras recién alcanzan la montaña del eco mucho tiempo después.-
ResponderEliminarun abrazo
Gracias, Omar. Un abrazo.
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