UN CUENTO DE BUENOS Y MALOS

    
   

   Es madrugada. Los noctámbulos hablamos con el silencio que siempre invita a meditar y dice cosas muy interesantes. Ahora me está contando un cuento muy divertido, de no ser por lo triste de su fondo. Ocurrió en un lugar próspero donde las gentes vivían felices porque apenas si había hombres armados asaltadores de bancos. Tan felices eran, que no se percataron que, en las mismas entrañas de sus ciudades, existían ladrones sigilosos, sin armas de fuego intimidatorias. La violencia no hacía acto de presencia y los ciudadanos vivían su felicidad ficticia. Pero algo estaba minando los cimientos de un bienestar que parecía no peligrar en absoluto. Los forajidos del siglo XXI, no llevaban barba de una semana, ni invadían las calles con monturas espumeantes. Eran los profesionales de la hipocresía, la falsedad y poseedores de una falta de escrúpulos nunca vista. Por obtener el botín pasaron por encima de los cadáveres de todos aquellos que se creían vivos y felices; los que sin saberlo tenían firmada su sentencia de muerte en vida. Es un cuento del cual no sé el final. Me gustaría creer que tendrá un final feliz; pero voy siendo algo mayor para creer en esos finales donde los buenos ganan a los malos. Además ¿quiénes son los malos y los buenos? La oscuridad de la noche es como un paraíso de silencio y verdad. Allí donde uno se encuentra con su sombra más real, con la sombra de todo aquello que un día tuvo y perdió. Es madrugada. La noche me ha dado todo aquello que los días de sol ocultaron. El único reducto de libertad que no pueden profanar los oradores con sus huecas palabras de esperanza, mientras en sus bolsillos ya no cogen más fajos de billetes. Si fuese el hombre más rico y poderoso de la tierra, les entregaría toda mi fortuna y les compraría un hermoso planeta de atmósfera respirable; para que dejasen vivir en paz a los sufridores de la tierra. Esos que se conforman con un pequeño techo, un trozo de pan y una mano amiga; y se ríen de los sueños de grandeza de los poderosos. La soberbia de los poderosos hace más grande mi convicción de lo feliz que soy porque sé que jamás seré como ellos. Es madrugada. No hay mejor amigo que el silencio. No cuesta nada y te dice mucho de la pequeñez de aquellos que se creen dueños de algo. Los mismos que piensan que todo se compra con un maletín repleto de billetes. Si pudiesen, nos quitarían la capacidad de sentir. Pero no lo han intentado aún, porque no saben lo que es eso. Es madrugada y, aunque me cueste creerlo, pertenezco a la misma especie que los forajidos del siglo XXI. Pero, me queda el orgullo de no ser como ellos.

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