LOS NIÑOS Y EL MUNDO

   Veo un mar extenso. Infinito en su fría máscara invernal. Somos viejos amigos, porque él, que es sabio, me ha contado siempre historias que al final han acabado siendo realidad. Cuando su espuma besa las arenas de la playa suavemente o cuando sus olas rompen sobre los acantilados del alma; siempre ha sabido escuchar y también decir las cosas importantes. Esas que no pueden expresarse con palabras. Las que arañan las paredes del alma y quiebran los cimientos del ánimo en las convulsas noches de inviernos aciagos, nacidos de los abismos donde se agitan los fuegos de la duda. Observo el mundo. Lo veo desde mi insignificante posición de humilde siervo de la música y la literatura. Sólo el arte me ha hecho olvidar la cara más terrible del ser humano, el frontal más rotundo de mi propio “yo” soberbio de inconsciencia. Palabras, palabras; todo son palabras. Mientras, el pobre sigue siendo pobre, el rico sigue siendo rico. Los niños claman justicia humana desde sus ojos aterrados y sus vientres hinchados por la desnutrición. Veo hombres y mujeres bien vestidos, como mandan las reglas del juego social. Desde su posición de eternos salvadores me hablan de políticas, economías, progresos y otras palabras huecas. Pero yo, que nunca los he escuchado demasiado, y ahora los escucho muchos menos; sólo siento tristeza y desencanto. No es por este o aquel otro sistema en los que nunca creí. Sino porque con el coste de sus cumbres mágicas, de sus campañas radiantes, de sus encuentros y desencuentros, muchos inocentes podrían salir de la pobreza y una mísera existencia. Los que ya hemos vivido, con nuestra actividad o pasividad, podemos ser merecedores de lo que tenemos. Pero los indefensos niños que no han conocido más verdad que una tierra yerma y el dolor de una madre desgarrada por no tener que darle en alimento, ellos no tienen culpa ni merecen el castigo de la estupidez humana. Las palabras ya no llegan para describir el mundo que hemos creado. En algún momento se temió por un 1984 o Un Mundo Feliz. Eso no es nada. Aquellas sociedades imaginadas por Orwell o Huxley, al menos no ocultaban su rostro bajo palabras hipócritas y vacías. Nos han hecho creer que teníamos voz, nos han hecho creer que teníamos poder de decisión. Se han reído de nosotros desde hace mucho. Tal vez sea culpable por no haber creído nunca en ellos; tal vez lo sea por creer que, detrás de la bondad humana se oculta el rostro de la bestia. Su aliento resopla en mi nuca cada vez que observo lo que hemos hecho con un planeta de infinita riqueza. El paraíso siempre estuvo aquí. Intentando buscarlo en otra parte, practicando una doble moral, el hombre lo ha convertido en una tierra de sueños rotos, de paisajes ajados, sepulcros de cuerpos sin descanso. Pero tal vez esté equivocado. Acaso sea un sueño y mañana despertaré a otro lugar, donde ver nacer y morir el sol, escuchar el mar o simplemente acariciar el rostro de un ser querido sea lo único importante. Lejos de bolsas, lejos de leyes, lejos de todo lo podrido. Porque es posible que no exista nada de lo expuesto en estas líneas. Todos esos hombres y mujeres son “tan sabios” que arrastran a muchos en su infinita carroza de vanidades. Y qué soy yo. Sólo un solitario escritor desencantado.


Foto Julio Mariñas


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