Foto de Julio Mariñas Nacieron en el siglo XIX, pero no hubiesen desentonado en el siglo XXI, porque las tres fueron, además de excelentes escritoras, unas rompedoras en su época. Cada una a su manera. Emilia Pardo Bazán nació en Coruña en el año 1851. Novelista, ensayista y mujer de carácter. Sus artículos reunidos bajo el título de Una cuestión palpitante la convirtieron en una de las principales impulsoras del naturalismo. El escándalo que causo, hizo que su marido le exigiese que dejase la escritura y se retractase públicamente de sus letras. Lejos de hacerlo, dos años después, se separa de él, e inicia una relación con otro escritor cercano al naturalismo, Benito Pérez Galdós. En 1892 funda y dirige la publicación La Biblioteca de la mujer. En los Congresos denuncia la desigualdad entre hombres y mujeres. Además de proponer a Concepción Arenal para la Real Academia de la Lengua Española. Concepción Arenal nace en Ferrol en 18...
Calle Azagra, en el corazón de Albarracín Mi agradecimiento a Mª del Pilar Lázaro por permitirme fotografiar algunas de las obras de Adolfo Jarreta para este artículo Puerta de las Gargantas del río Guadalaviar que rodea su figura, a más de mil metros de altitud, como surgido de las mismas entrañas de las tierras de Teruel, se erige el pueblo de Albarracín. Un sueño para cualquier artista y la mejor inspiración para los pintores, poetas y demás creadores que tengan la fortuna de pasear sus estrechas y mágicas calles. Madera y yeso rojo se fusionan para dar vida a muchas de las casas que, en algunos tra...
LOS RECUERDOS Cuarenta años han transcurrido entre una fotografía y otra. Cuarenta años que han pasado con la intensidad del mar batiendo sobre la costa, con la ligereza de la suave brisa acariciando las copas de los árboles, con la fuerza del sol abrasando los verdes prados, con la frialdad de la luna reflejándose en las quietas aguas. El tiempo, con su intangibilidad, es como un bálsamo invisible que empieza a sernos aplicado cuando nacemos sin que lo hayamos pedido, y en nuestros primeros años creemos poder usarlo con la seguridad de que no tiene fecha de caducidad. Desde muy niño –tal vez por los hechos que acontecieron en mi entorno más cercano- fui consciente de la muerte. Supe entonces que el tiempo era lo único que poseía; y de que cómo lo usase dependería que mi vida fuese plena o vacía. Así lo hice; hasta que, llegada la juventud, no desperdicié ni un segundo en arañar cada instante...
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