NECIOS, QUE LLENAN LA VIDA DE RUIDO Y FURIA



    Las palabras de la tragedia de Macbeth escritas  por William Shakespeare, "La vida es una sombra... Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia”, y evocadas cuatro siglos después por William Faulkner; hoy, en el siglo XXI, retumban en mi cabeza una y otra vez como las olas de un mar embravecido al desplegar su violencia en la indefensa costa, y siguen vigentes más que nunca. Aunque, del mundo en que vivimos ahora se podría decir: "La vida actual no es ni siquiera una sombra... Se ha convertido en una débil historia contada por muchos necios, que la llenan de ruido y furia”. Y la mayoría de los “vulgares mortales” formamos una costa sufridora ante esa oleada de necios, que la llenan de ruido y furia; necios que, al igual que los mares, aunque en apariencia semejan estar calmos, tienen en su interior una tensión contenida que acaba por golpear una y otra vez la mente de la mayoría de los demás seres humanos.

    Pensándolo bien, esos necios, que llenan la vida de ruido y furia, no merecen ser comparados con el mar. El mar es mucho más inmenso en su esencia y contiene infinidad de maravillas. Incluso cuando bate con rotundidad contra el litoral lo hace sin ambages; poseedor de una grandiosidad de la que los necios, que llenan la vida de ruido y furia, carecen.

    Han pasado casi dos mil quinientos años después de la muerte de Sócrates, filósofo maestro de maestros, pero su sombra es más alargada que nunca; y me parece estar viéndolo una y otra vez, como en un día de la marmota, tomando la cicuta para cumplir la sentencia a muerte impuesta por, supuestamente, ir contra la democracia y corromper a los jóvenes; es decir, en realidad, por ir contra los poderes establecidos, el estado y la religión. Y esa sombra de aquel gigante del pensamiento que fue Sócrates, se yergue y eleva por encima de este mundo tan “democratizado” y “globalizado”, donde ir en contra de cualquier poder establecido, estado o religión, sigue siendo una condena, no siempre dictada en un tribunal y con pena de cicuta, sino dictada por los necios, que llenan nuestras vidas de ruido y furia desde sus “intocables” tronos de poder y falsa sabiduría.

    Pero además, hoy en día, Sócrates -que a pesar de no dejar un legado escrito influyó decisivamente en el pensamiento de la humanidad-, si hubiese tenido la ocurrencia de pasear las calles de cualquier ciudad impartiendo sus enseñanzas, no recibiría la atención de casi nadie, y la mayoría de aquellos que se fijasen mínimamente en él, lo habrían tomado por un loco. La gente, ante sus palabras, se preguntaría: ¿Qué es eso de la humildad? ¿Qué es eso del respeto a la individualidad de los demás? ¿Qué quiere decir con “escuchar al otro”? ¿Cómo voy a reconocer que no sé nada? ¿Para qué voy a conocerme a mí mismo, si ya sé cómo soy, porque tengo esta ideología, esta religión y sigo estas corrientes? ¿Y eso del sentido del humor, es reírse de los demás?

    En fin; el ser humano, desde la caverna primigenia, ha ido evolucionan en su capacidad de sobrevivir; primero, tomando, con respeto, de su entorno natural lo necesario para la supervivencia; después, acumulando lo indispensable para los momentos difíciles; posteriormente, al interesarse por productos que no tenía y otro individuo sí, creando un comercio para intercambiar dichos materiales; más tarde, esos productos ya no eran intercambiables, porque se les atribuyó un valor -determinado de acuerdo a un “algo” intangible- en moneda visible, y se adquirían pagando con dicha moneda; hasta que, finalmente, el hombre ha convertido cualquier producto susceptible de ser comerciado –seres humanos incluidos- en unos valores abstractos que nadie ve, pero suben y bajan de acuerdo a un complejo entramado de mecanismos que son altamente manipulables.

    Esa ha sido la evolución del ser humano en materia de sociabilidad; hasta que ese valor abstracto de las cosas –incluso las que no se ven y nadie sabe si existen- se ha ido convirtiendo en el pilar de cualquier sociedad. ¿Y qué pasa con el valor de las personas?

    Para empeorarlo todo, la evolución del hombre en su animalidad –que, no lo olvidemos, es su verdadera esencia -, no sólo no ha evolucionado, sino que ha involucionado hasta el límite de torturar y matar por placer, y de no respetar, ni a la naturaleza que lo sigue sustentando, ni a las demás especies que comparten el planeta con él, ni siquiera respetar a los de su misma especie.

    Sí; ya sé, ya sé; cuando uno se expresa así, o es un demagogo, o no vive en la realidad, o parece que le gustaría seguir habitando en las cavernas.

    Pues, tal vez sí.  ¿Necesita un ser humano algo más que un hogar donde calentarse junto al fuego, una naturaleza donde poder conseguir el sustento y uno o algunos otros seres humanos queridos para compartir la vida? Yo no necesito nada más. ¿Y vosotros?

       A pesar de vivir en un mundo terrible y caótico, con muchos necios, que llenan la vida de ruido y furia, me considero afortunado, porque toda mi existencia la he dedicado a intentar conocer algo más sobre mi mismo y lo que me rodea, procurando escuchar al otro y respetando su individualidad, pero sin permitir que nadie decidiese por mí lo que tengo que ser, pensar o hacer. Con el paso de los años, he ido comprendiendo que cada vez sé menos y, gracias a eso, no he cejado en mi curiosidad por aprender.

    Eso sí, todo siempre con sentido del humor. Porque, mi vida, tan importante para mí, al igual que todas las vidas, incluso las de los necios, es tan solo una mera sombra que se desvanecerá sin más historia. Pero mientras, hasta el último aliento, sereno, sin haber conocido el rencor ni el odio, podré seguir diciendo que he vivido plenamente la existencia que he querido, y no la que me han dictado esos seres humanos que han pululado, pululan y pulularán por la tierra; necios, que llenan la vida de ruido y furia.    


©Julio Mariñas

Compositor y escritor

(Nombre artístico de Julio César Mariñas Iglesias)

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