RELATOS ROTOS - III - PARA CUANDO LLEGUE EL INVIERNO
Estaban sentados en aquel cuarto oscuro, tétrico a pesar de la luz de
estío que entraba por la ventana iluminando parte de la habitación. ¿Has
acabado los deberes? Pregunta sin dejar de calcetar. No, aún no. ¿Entonces qué
haces leyendo ese libro? Es el que me regaló papá. Déjame ver. Tu padre no
entiende que sólo tienes diez años. Entonces, Raúl calla. Sabe que comienza el largo parlamento de su madre. Esa señora de no más de cuarenta años con
el pelo entrecanado recogido en un moño, prematuramente envejecida. Ahora luce
el sol ahí fuera, Raúl. Pero no será por mucho tiempo. Siempre llega el otoño,
y después el invierno; y, para cuando llegue el invierno, uno debe estar
preparado. Raúl escucha con resignación las lentas y sentenciosas palabras de
su madre, deseando que acabe para poder volver a la lectura. Ahí llega tu
padre. Pedro, pequeño pero corpulento, entra con una sonrisa y da una palmada
en la espalda de Raúl. Sin darle tiempo a saludar, Clara lo increpa con irónica
suavidad. El niño no ha acabado los deberes y ya está leyendo ese libro que le
regalaste. Bueno, Clara, hay mucho verano… Menos de lo que parece. Dejas tu
silla y nos acercamos a la playa. Ni lo sueñes. Tengo que acabar este jersey
antes de que llegue el invierno. Tu madre siempre igual. Así que ya has
empezado a leer el libro que te regalé. ¿Qué tal? Sólo llevo veinte páginas. Me
gusta, porque es bonito pensar en un lugar donde nunca llega el invierno y
siempre hace buen tiempo. ¿Puede existir un lugar así? ¡Cómo va a existir un
lugar así, hijo! En vez de leer fantasías deberías procurar estudiar lo que te
mandan en el colegio. Será mejor que vayas con tus tíos a la playa. Está claro
que tu madre no está de humor para salir. Vale, adiós. Raúl besa a sus padres y
se va camino de la casa de sus primos que está a pocos metros de la suya.
Cuando el niño abandona la habitación, el ambiente se hace más denso todavía.
Pedro, de pie a escasos metros de Clara, cruza su mirada con la de ella.
Siempre llega el invierno, Pedro. Tú más que nadie deberías de saberlo. No sé
por qué le metes al niño ilusiones baldías en la cabeza. Tal vez porque yo aún
creo que es posible vivir en una eterna primavera. Responde Pedro sin demasiada
convicción. Siempre has sido un soñador. Mírate. ¿Qué eres? Un poeta fracasado.
Lo que más me duele, Clara, es haber fracasado con esta relación que un día fue
hermosa. ¿Fue hermosa? No lo recuerdo, querido esposo. Nosotros ya no tenemos
solución. Tú ya no tienes remedio. Pero no conviertas a nuestro hijo en un
iluso soñador como su padre. Pedro deja la habitación cabizbajo, aunque se
detiene en el umbral de la puerta ante las últimas palabras de Clara. ¿Lo
recuerdas, Pedro? La mirada de la mujer es dura y cruel. ¿Qué tengo que
recordar? Que siempre hay que estar preparado para cuando llegue el invierno.
Hermoso relato, trizte, bien escrito, un place leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Estela.
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