EL MAR
Cuando llega el
verano, las playas, las terrazas junto al mar, los paseos, se llenan de gente. Por fin brilla el sol, los cuerpos se ofrecen a la suave
brisa para alcanzar ese moreno tan deseado. Me gusta. Es interesante. Miro las
aguas y les sonrío. Ellas me devuelven el saludo. Porque nos conocemos hace
mucho. Somos viejos amigos, y sabemos que, apenas septiembre asome en el
Atlántico, cuando las temperaturas ya no sean tan benignas, el mar volverá a
quedarse solo. Entonces, en los días de frío, cuando los vientos del Norte
azoten la costa, el océano se encrespará golpeando las playas, los malecones,
los acantilados salvajes. Cuando el tiempo de verano finaliza, el mar sabe que
sólo los marineros, los enamorados furtivos, los poetas locos, los
desencantados de mundo o algún soñador despistado, se acercarán a sus orillas
para contemplarlo. Pero yo siento que es entonces cuando más lo necesito y más
me necesita. Así sucede con los humanos. Cuando estamos mal, es cuando más
necesitamos que alguien se acerque a nuestra orilla y nos contemple. Porque,
después del verano, siempre viene un otoño. Así, los cuerpos que hoy son
jóvenes, cederán ante el inexorable paso de los días y, muchos de ellos,
probablemente guardarán sus mejores recuerdos junto al mar que hoy disfrutan.
Sólo hay que visitarlo cuando la playa queda en soledad. Se puede oír en su
espuma los cantos de sirenas, las historias de mil naufragios de amores
olvidados, el llanto de los que se perdieron en sus aguas para nunca regresar. Mágico
mar que ha sido indispensable en la evolución y la historia del ser humano.
Desde los acantilados salvajes de Cabo Ortegal donde las aguas del mar Cantábrico
y el océano Atlántico se abrazan; hasta el Cabo de Gata, balcón mágico al mar Mediterráneo;
pasando por otros muchos puntos de nuestra península desde donde se puede
admirar las aguas marinas.
Mi mente viaja a los instantes vividos en
la playa de Omaha, escenario del desembarco de Normandía; al mágico Monte
Saint-Michel con espectaculares mareas en su bahía. Desde ese arrebatador escenario junto al mar del
Norte, vuelo a las costas del Adriático en Venecia, a la playa del Lido con
sus negras arenas paseadas en otro tiempo por Byron y Shelley.
Regreso a la realidad. A mí alrededor la
playa sigue plagada de gente. Se bañan, pasean, toman el sol. Con la esperanza
de que tarde el invierno, disfruto el ahora, consciente de la fugacidad del
tiempo.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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