Foto de Julio Mariñas Nacieron en el siglo XIX, pero no hubiesen desentonado en el siglo XXI, porque las tres fueron, además de excelentes escritoras, unas rompedoras en su época. Cada una a su manera. Emilia Pardo Bazán nació en Coruña en el año 1851. Novelista, ensayista y mujer de carácter. Sus artículos reunidos bajo el título de Una cuestión palpitante la convirtieron en una de las principales impulsoras del naturalismo. El escándalo que causo, hizo que su marido le exigiese que dejase la escritura y se retractase públicamente de sus letras. Lejos de hacerlo, dos años después, se separa de él, e inicia una relación con otro escritor cercano al naturalismo, Benito Pérez Galdós. En 1892 funda y dirige la publicación La Biblioteca de la mujer. En los Congresos denuncia la desigualdad entre hombres y mujeres. Además de proponer a Concepción Arenal para la Real Academia de la Lengua Española. Concepción Arenal nace en Ferrol en 18...
AVISO Antes de escribir estas líneas, quiero dejar claro que: Yo, Julio César Mariñas Iglesias, no he militado ni milito ni militaré en ningún partido político, no profeso ninguna ideología de las vigentes en la actualidad ni anterior, no estoy ligado a ningún grupo, asociación o plataforma; sólo me debo –egoístamente- a mi ética propia única e intransferible; soy un ciudadano libre que ha dedicado su vida a la música y la literatura. He escrito artículos genéricos sobre cuestiones sociales. Nunca sobre casos particulares. Las líneas que vienen a continuación son reflexiones a las que me ha llevado una situación que está ocurriendo cerca del lugar que habito. Y siento que, como escritor, debo utilizar mi oficio para manifestar mi opinión. El escrito que viene a continuación no es un ataque personal contra nadie. Todos nos hemos equivocado alguna vez en nuestras palabras o actos. Para mí no hay malos ni buenos. El concepto del bien y del mal es...
Aquel juego que tú y yo jugábamos en el páramo perdido de una adolescencia temprana. ¿Recuerdas? Princesa virginal que asomabas tu níveo rostro al balcón del viejo arce desnudo de hojas secas. Fue así hasta que llegaron las hordas de más allá del Río Negro; rugiendo asomaron por las yermas lomas del olvido. Venían de los pantanos de aguas pútridas donde duermen moribundos los “te quieros primeros”. Y se petrificó la aurora en nuestro vagón de sueños. Aquel desde el que vimos el alba de nuevos días de ternura y embriaguez; el mismo desde el que contemplamos ocasos voraces y lascivos. No se puede nunca parar el tiempo, pequeña. Pero, ese tren en el que recorrimos ilusionados las llanuras que rinden su piel al paso de los días, aún sigue traqueteando en algún lugar escondido en el rincón callado donde gravita el alma y sus misterios.
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