LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE Y LOS DERECHOS DE LA GENTE

 




    La palabra Derecho tiene en el diccionario de la RAE veinticuatro acepciones; sin contar las definiciones de los diversos tipos de Derecho. Para acotar y especificar bien de lo que voy a hablar, me voy a ceñir a la definición número nueve, que dice: “Facultad del ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida”. La mayoría de las personas que lean esta definición estarán de acuerdo con ella. Partiendo de ese derecho que todos deberíamos poseer; como ocurrió años atrás con otros conceptos, tales como: “Lo políticamente correcto”, “Globalización”, etc.; ya hace algún tiempo, nos han hecho de nuevo el lío, y en esas estamos. La clave de la definición se encuentra en la palabra Legítimamente; es decir, conforme a las leyes. En base a esto, los políticos, líderes de opinión y grupos diversos; han encontrado una nueva forma con la que bombardear a los ciudadanos, sacando petróleo de un simple concepto -que atañe a la libertad de cada ser humano como tal-, al transformarlo en una generalización en aras de la ficticia libertad social a la que estamos sometidos, tanto los que no seguimos ninguna consigna, como los que las siguen. Para ello, el procedimiento ha sido muy sencillo. Casi se puede exponer como una receta de cocina. Se piensa en una serie de ciudadanos que se sientan marginados desde hace muchos años. (Con razón la mayoría de las veces) De un tiempo a esta parte, preferentemente por razones de sexo. (Que eso es muy moderno; aún siendo ancestral porque está en el origen del homo sapiens) Esos ciudadanos no deben ser, en un principio, demasiado numerosos ni conflictivos. (Los ancianos quedan descartados. Si tienen unas pensiones de mierda o son desahuciados que se jodan. Los trabajadores de sectores con condiciones laborales miserables tampoco merecen atención permanente. Esos melones es peligroso agitarlos) Entonces comienza el apoyo incondicional a ese grupo de ciudadanos y el bombardeo verbal a la población de cómo hay que comportarse y hablar con respecto a esas personas que se agrupan alrededor de un colectivo que los une por sus reivindicaciones. (Es cuando surge el leitmotiv: “Los Derechos de…”) Y ya tenemos todos los mimbres para establecer una corriente de opinión y hacer que, un grupo que comienza siendo minoritario, acabe copando toda la atención de la gente.

    Esto, que en un principio sería razonable y deseable, se convierte en impositivo, e incluso nocivo para el grupo en cuestión, cuando los dirigentes lo subliman de un modo tan exagerado que hace que las reivindicaciones justas se conviertan y se sientan por una gran parte de la población como una imposición, al pretenderlas establecer como máximas y leyes, dándoles una importancia muy superior a otras, como son las reivindicaciones antes mencionadas de los ancianos y trabajadores.

    Es decir; no se intenta hacer pedagogía y mostrar una realidad que sufren unas personas por su condición sexual, su origen, por sus facultades físicas o por el hecho de ser mujeres; sino que se intenta invertir lo que ha sido una dura realidad de sufrimiento y represión durante años, otorgándoles un papel de intocables frente a los que no tiene ese tipo de condición o situación social. Se produce entonces una discriminación inversa en la que, la mayoría de los ciudadanos que no pertenecen a ese grupo, acaban por no sentirse identificados con lo que, en la mayoría de los casos, son reivindicaciones justas, provocando cada vez más rechazo al grupo en cuestión.

    Los “promotores” de estas nuevas corrientes han visto un filón que puede favorecerles en sus ambiciones políticas, económicas o sociales de cualquier tipo y, mientras los ciudadanos se enfrentan, ellos sonríen satisfechos porque la cosa va bien. No puede ir mejor, al mantener a las personas en el desconocimiento del semejante, atizan el desprecio al diferente y mientras ellos se comen el pastel de la receta que han elaborado.

    Esto sería la esencia del nuevo concepto “Los Derechos de…”, que, independientemente de lo que sea reclamado por los diversos grupos en cuestión, sirve de bandera para el juego político y social, en el cual, existen personas que creen con sinceridad en su causa, pero están rodeadas de otras que son tan solo buitres intentando obtener tajada del nuevo pastel cocinado. Lo más peligroso de esta actitud es que, se emplea como vehículo para que los dirigentes de los diversos gobiernos de turno elaboren leyes que, dando derechos a unos ciudadanos, dicen “Hacerlos más visibles”, y acaban coartando a toda la sociedad en su forma de expresión y actuación. Cuando un político dice: “Queremos –con ese plural mayestático tan suyo- dar visibilidad…”; habitualmente está queriendo decir: “Quiero darme visibilidad a mí mismos y, cuanto más reivindicativa sea la idea que se me acaba de ocurrir y más absurdas las propuestas para resolver el problema, más visibilidad voy a tener”.

    Si todo esto es grave; hay algo aún peor. Los grupos minoritarios actuales enarbolan una consigna no escrita que viene a ser: “Todo aquel que no esté con nosotros es rancio, machista, fascista, atenta contra nuestras reivindicaciones y debe ser penado legalmente”. Así, los movimientos en los que sus integrantes empiezan con unas reivindicaciones casi siempre legítimas que ayudarían a enriquecer la sociedad, se convierten en una especie de masa homogénea que adquiere tintes extremistas al no permitir otro pensamiento que no sea el suyo; ni siquiera dentro del mismo grupo.

    Esto ha provocado infinidad de circunstancias. Desde condicionar o coartar la libertad de expresión de todo aquel que no piense como los nuevos movimientos, hasta atentar contra la historia y el arte. Es decir, no sólo quieren atar el presente, sino que también quieren amoldar e incluso borrar el pasado para las nuevas generaciones. Todo comienza con un revisionismo atroz en el que, en un delirio de modernidad, se pretende, no analizar, sino juzgar la historia y sus personajes con la mentalidad actual. Es decir, los instigadores de la nueva corrección política y todos los que los siguen parecen ser los jueces supremos que dan y quitan el valor histórico a los personajes de acuerdo al valor moral que, según ellos, hayan tenido sus palabras y sus acciones. El delirio.

    Con el arte las aberraciones son ya en grado sumo. No acabaría nunca de enumerarlas. Pero, pondré un ejemplo. Las películas “antiguas” son “caca, culo, pedo, pis” y no se deben enseñar a los niños. Son machistas y muestran unas cosas terribles. En gran parte de las películas actuales destinadas al gran público, el protagonista debe ser preferentemente una mujer, si es posible negra o con otro matiz de piel que no sea de lo que antes se llamaba raza caucásica, que le gusten las mujeres y machaque hombres sin compasión, además de tener que salvar al único hombre bueno de la película, en el caso de que exista, que suele ser torpe y descerebrado.

    Podría poner varios ejemplos de papeles de actrices en el cine clásico que nada tenían de mujeres reprimidas. Sería largo y extenso. Pero, como muestra, invito a ver algunos de los papeles de la filmografía de Bette Davis o Joan Crawford.

    En el caso del teatro la lista de personajes sería aún más extensa con respecto a esas mujeres fuertes, sólidas, con carácter y protagonistas por derecho de las obras.

    De la televisión mejor no hablar. En aras de “Los Derechos de…” los niños, te pueden cortar el final de un combate de boxeo en directo a las seis de la mañana de un domingo porque es “horario infantil” (no sé que niño se levanta a las seis de la mañana para ver la televisión); pero dentro de ese “horario infantil”, los niños pueden ver en los telediarios a lo largo del día, maltrato (incluido el animal que tanto preocupa) y seres humanos heridos gravemente, niños como ellos incluidos, o incluso muertos (algo que parece ser menos preocupante que el maltrato animal para algunos); o ver en diversos programas violencia verbal e insultos varios por parte de personajes sobreexcitados. Según los nuevos guardianes de la ética eso debe ser muy positivo para el niño; ahora, dos seres adultos deportistas con guantes que combaten observando unas estrictas normas dentro de un cuadrilátero bajo la cercana mirada de un árbitro, parece ser que es una salvajada que dejaría marcados a los niños de por vida. Eso sí, más de veinte tíos dándose patadas e insultándose en un campo no es nada nocivo para los niños. Pero el boxeo es malo.  ¿Tal vez sea porque para los nuevos guardianes de la ética las patadas y los golpes hay que darlo por detrás y no de frente? ¿Acaso porque no da dinero? ¿Es porque verdaderamente su visión es tan nociva para los niños en el caso de que se fijasen en él? No sé como me he pasado la vida dedicándome a la música y la escritura. Después de todo el boxeo que he visto, según los nuevos guardianes de la ética, debería haberme pasado la vida golpeando a la gente por las calles.

    Lo que hay que hacer es educar a los niños en lo que deben ver y lo que no según su edad y, cuando acceden a ciertas cosas, explicarles qué es lo que están viendo. El problema puede estar también en que muchos padres y profesores no tienen las suficientes herramientas para hacer esto con sus hijos.

    Este tema de la educación es demasiado extenso. Habría que hablar de la hiperprotección de los niños, que los convierte en personas ajenas a la realidad del mundo y crea en muchas ocasiones personas caprichosas en las que la palabra esfuerzo no tiene cabida en sus vidas.  Pero esto dilataría demasiado el artículo. Así que, vuelvo al asunto.

    El lenguaje que quieren instaurar los que manejan la sociedad, ha comenzado a usurpar la autenticidad del lenguaje real, al querer imponer desde las instituciones oficiales o extraoficiales la sustitución de una serie de palabras o expresiones por otras más eufemísticas, porque las habladas, supuestamente, ofenden a diferentes grupos o colectivos. Es decir, en un acto de perversión idiomática, se pretende que no sea el pueblo con su habla cotidiana el que vaya conformando el lenguaje y cambiándolo en el trascurrir del tiempo; sino que, como parece ser que para ellos el pueblo es tonto, hay que imponer desde los despachos y asambleas  el cómo debe hablar la gente en su día a día. Para ello, además de lo antes citado, por ejemplo, se polemiza sobre la discapacidad; que ahora debe llamarse “diversidad funcional”. El cojo ya no está cojo, ni un manco es manco, etc. Y me pregunto: qué coño importa la terminología en este caso concreto, si todos tenemos alguna discapacidad por mínima que sea y, a medida que pasan los años, aquel que no tenga cada vez más discapacidades está muerto. Lo que hay es que respetar a las personas y aceptarlas como son, y dejarse de tanta tontería; que nadie es peor, ni menos válido como ser humano, por tener alguna o algunas carencias.

    Ya había comenzado este absurdo de erradicar palabras o expresiones del idioma hace tiempo con el tema de llamar “de color” a una persona “negra”. Hace ya muchos años, impartía clases de canto en la academia de uno de mis mejores amigos que era músico de jazz, a la vez que recibía clases de jazz de él; y allí, muchas veces se juntaban varios músicos para ensayar. La mayoría eran negros. Recuerdo en una ocasión, comiendo con mí amigo y uno de ellos, que este último se reía mucho del asunto de llamarlos de color, diciendo: ¿De qué color soy? Negro.

    Lo malo de todo esto es que, la gente está tan imbuida por esta locura del desatino del lenguaje que no se percata de que acaba condicionando sus vidas y, lo que es peor, orientando las de los niños. Nadie parece entender que, las palabras no tiene en sí una intención. La intención viene dada por la situación, el tono, el gesto y la persona de la que salgan con respecto al destinatario de las mismas.

    Esta perversión del lenguaje hace tiempo que está dando pie a una sociedad hipersensibilizada en la que la mayoría de la gente se ofende instantemente con cualquier cosa que no le suene a lo previamente establecido por el sistema.

    De seguir así, acabaremos viviendo en el mejor de los mundos artificiales posible.

    Es una sociedad falsa, en donde las ideas de cada grupo son totalitarias porque se aplican en cualquier momento y en cualquier lugar, incluso al pasado, sin dar oportunidad a la más mínima reflexión ni diálogo. Vamos, el “Ordeno y mando” de toda la vida; sólo que impuesto sutilmente a través de un largo lavado de cerebro que, si nada ni nadie lo remedia, acabará adoctrinando a unos niños que el día de mañana serán fríos, esquemáticos e insensibles a todo lo que no sea su círculo vivencial e ideológico.

    Bueno, resumiendo, que me alargo; en aras de los derechos de aquellos que fueron reprimidos, despreciados y olvidados socialmente; se está estableciendo en la sociedad una dictadura del lenguaje, además de intentando reprimir a todos aquellos que no profesen las ideas preestablecidas.

    ¿Y eso es moderno? Más bien suena rancio y peligroso; porque sigue los mismos patrones de todas las sociedades represoras que ha habido a lo largo de la historia. Esa historia que no se quiere estudiar y destapar; el lema es ocultarla bajo un supuesto manto de progresismo (lo que anteriormente se hizo bajo un supuesto manto de conservadurismo). Y es peligroso porque, ya no es a nivel de un país, sino que se está instalando en gran parte del mundo, al igual que otras muchas cosas, como doctrina globalizadora. Ese adoctrinamiento está cubierto por una capa de buenismo ficticio, que no existe y nunca ha existido. El ser humano es un animal más y, a su pesar, lleva dentro de sí la naturaleza que lo ha creado; y esa naturaleza es cruel, porque las especies se alimentan unas de otras y la misma tierra está en un estado de creación y destrucción continuo. Y el hombre la ha hecho aún más cruel al crear una desigualdad atroz dentro de su misma especie. El político, líder o adoctrinador válido sería aquel que luchase con sinceridad por los Derechos Humanos, que son pisoteados a cada segundo que pasa con las guerras, el hambre y la destrucción de la naturaleza que nos acoge. Y, después de conseguir esa utopía, abogar por todo lo demás.

    Otro claro ejemplo está en “Los Derechos de…” los animales. Es la aversión y el odio feroz de muchos grupos ecologistas tienen hacia los cazadores y los toreros. Para ellos son peligrosos asesinos cuyas actividades y medios de subsistencia hay que erradicar (que, recuerdo, significa eliminar o suprimir de manera completa), porque, al matar animales que tienen derechos (otorgados por esos grupos humanos, que parecen ser los dueños y señores de la creación y guardianes de la moral), los cazadores y toreros ya no tienen ninguno en la vida que han decido vivir, nada más que el derecho a desaparecer como tales.

    En muchas más facetas de la existencia humana se está estableciendo este comportamiento discriminatorio y dictatorial hacia todo el que no piense como manda, antes era La Santa Madre Iglesia, ahora es La Ciudadanía Comprometida y Vanguardista.

    El ser humano tiene una tendencia a destruir todo aquellos que no entiende o le hace daño y, si no puede, cambiarlo para la historia. Lo hicieron las dictaduras y, lamentablemente, ahora lo están haciendo las, mal llamadas, democracias. Pero, pese a quien le pese, cada uno somos lo que somos, porque nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos y, en definitiva, nuestros antepasados, fueron lo que fueron.

    La Libertad, a pesar de lo que nos siguen queriendo hacer creer, es algo individual. De modo que, no puede ser enarbolada por ningún grupo. La libertad la da el conocimiento del pasado y del presente, el querer descubrir al otro y aprender de él, el viajar para entender que nuestro mundo no lo es todo. Sólo así podemos pensar con amplitud y criterio sin que nadie nos pueda imponer qué debemos sentir o hacer. La cultura vivencial nos hace libres ante nosotros mismos. Esa es la única libertad que existe.

    La primera meta de los dirigentes de un país debería ser la de que todos los ciudadanos tuviesen un techo donde dormir, alimentos que comer y acceso a una educación no manipulada e ideologizada que tan solo quiere fabricar consumidores para mantener el sistema. De ese modo la gente se sentiría libre en los aspectos fundamentales de la vida. Y, ese sentimiento, apartaría el recelo, el odio, el desprecio hacia los demás. Existiría gente de todo tipo. No sería un mundo ideal. Pero sí un mundo donde todos podrían expresarse con libertad a nivel social y las minorías no existirían tal y como son entendidas ahora, porque el hecho de ser desiguales como seres humanos sociales no tendría cabida en las mentes de los ciudadanos.

    En España, la educación ha pasado de partido en partido como si fuese un trozo de empanada del que los políticos de turno han tomado su porción. Y la gente sigue sin enterarse de que, dentro de esa empanada están sus hijos; los niños siendo masticados y regurgitados; utilizados sin compasión. ¿Y los derechos de esos niños? Las Humanidades han quedado relegadas como un mero objeto de decoración. La Historia se manipula una y otra vez en diversas direcciones ideológicas. La Filosofía, cuna de la civilización occidental, es inexistente en la enseñanza.

    Después de miles de años en la historia de la humanidad hechos con sangre y opresión, vinieron las llamadas “Democracias”. En España, acabados casi cuarenta años de dictadura, muchos de los jóvenes de entonces vivimos unos años ochenta llenos de libertad. No existían las fronteras sexuales ni ideológicas. Aunque estúpidos ha habido en todos los lugares y épocas, a la mayoría de los jóvenes no nos importaba quién era quién o de dónde venía. Sólo disfrutábamos de la vida sin tantas historias ideológicas. Pero, si nos hubiesen preguntado entonces, seguro que diríamos: “Esto nunca acabará. La sociedad ha cambiado y no vamos a dejar escapar esta oportunidad”. Pues, la dejamos escapar. O nos la quitaron. O una combinación de las dos cosas.

    Hoy, cuando vuelvo la mirada atrás, me emociono pensando que fuimos unos privilegiados. Y me alegro y entristezco a la vez. Me alegro al percatarme de que, por dentro, sigo siendo aquel joven de veinte años; pero me entristezco al sentir que el mundo actual ya no me pertenece ni le pertenezco; que aquella democracia “social” fue un espejismo destruido una vez más por la avaricia, la vanidad y la crueldad de los seres humanos.

    Sólo me consuela que, de todo aquello, me queda una amiga llamada Libertad.

 

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©Julio Mariñas

Compositor y escritor


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