TAL VEZ LA VIDA

    Como fuente inagotable la vida seductora, amable; cruel, trémula; se ha ido filtrando por los cristales. Allá, más allá; en la lejanía de un largo otoño presentido, un caminante se pierde en el horizonte. Los dioses, hoy dormidos en la montaña de fuego, acunaron en un tiempo lejano la pasión y el desvarío. Fue en la edad temprana de la juventud; cuerpos vigorosos, suaves como el manto que cubre la radiante primavera del ayer soñado. Una, dos, tres, cuatro… infinitas las lágrimas por amor derramadas. ¿Quién no ha tenido que asomarse a la estígica laguna en ciertas noches de dolor, hiel y ansiedad? La vida se escribe siempre con tímidos retazos en un lienzo irregular; melodía inconclusa que va meciendo las horas rotas, desgarradas, deslizándose por una pared quebrada, con humedades antiguas, restos de tardes invernales, cuando el sol no salía, y todo era penumbra; nostálgico pasado acunado en las olas de un mar eterno. Aquí y allá, los relojes van cesando su oscilante marcha; detenidos en una hora determinada, un minuto, un segundo; tan familiar para algunos, tan vacuo para otros; todo depende del lugar, el momento, en definitiva las circunstancias. La vida es indefinible. Lo es, porque hay tantas vidas como humanos pensantes; y muchas más. Infinitas vidas ajenas  a nosotros; las que fueron y ya no son; las que serán, pero jamás sabremos de su existencia. Una musa distraída se mueve sigilosa entre las sombras de la habitación; un rumor lejano de antiguas travesías lanza su postrer aliento a los pies del viejo malecón solitario. Volverán nuevos amaneceres, nuevos ocasos, nuevos tiempos tormentosos, nuevos ciclos de esplendor; pero ¿dónde estaremos para entonces? Es tan insignificante el ser humano ante la inmensidad del universo y sus misterios. Mientras, queda el soñar, como única patria y bandera; sueños que tienen la esencia misteriosa de aquello que el lenguaje humano no alcanza a descifrar. Si llorando nacemos; mejor dejar la existencia con una sonrisa escéptica y sosegada; mientras la vida ruge en su eterno ciclo de pasión y desencanto. Lo más cercano a la sabiduría, tal vez sea seguir abrazando todo aquello que late a nuestro alrededor y alimenta incansable la esperanza de que, tal vez, los sueños sean lo único que sirva de sustancia a lo eterno. 


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