CUANDO LA VIDA NOS SONREÍA
Tenías una sombra de duda en la mirada.
Tú, siempre tan ausente. Como en un extraño teatro anacrónico, cantaba bajo tu
balcón embriagado por esa silueta que se recortaba en la luz que salía de la habitación. Después, lo que empezó como un onírico cuadro romántico, acabó
convirtiéndose en fuego bajo noches estrelladas de estío. Huérfanos del mundo
bebíamos de una fuente que se nos antojaba eterna, vivificadoras aguas de
juventud sentida. Después, como esos bajeles que trazan fugaces estelas en las
aguas calmas, nuestro tempestuoso amor se fue diluyendo sin quererlo ni
percatarnos de ello. Hoy, cuando aquel tiempo semeja un lejano espejismo en la
noche de los días, en algunas ocasiones observo la luna que callada se rebela
en el cielo como un centinela sabedor de nuestra historia, y alzo mi copa para
brindar por ti, por mí, por el bello atardecer de nuestros tiempos de amor y
placer. Aquellos tiempos en que la vida nos sonreía.
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