DE OTROS VERANOS
Son las doce del mediodía y regreso de la playa. Me gusta ir muy
temprano, cuando la arena es una gran extensión sin manchas de veraneantes.
Mientras conduzco, suena Hotel, dulce
hotel de Joaquín Sabina, lo que me retrotrae más de un cuarto de siglo
hacia atrás en el tiempo. Cazador furtivo intentando seducir el azar que me
llevase hacia aquellas habitaciones tan anónimas, modestas en sus prestaciones,
pero desde las que sí era posible ver romper las olas contra el malecón besando
una nuca. Hoy, en mi memoria, esos cuartos siempre aparecen solitarios,
antiguos en su poco mobiliario. Pero en aquellos tiempos eran radiantes porque
la juventud lo iluminaba todo. No obstante, mientras el aire cálido que entra
por la ventanilla del coche me envuelve en los recuerdos trayendo aromas de
juventud, siento que soy afortunado por haber logrado no caer en la trampa de
esos amores domésticos con muebles de skay y poder seguir albergando la llama
del deseo. Los humanos tenemos la insana costumbre de convertirnos en un
espejismo de todo aquello que la juventud nos brindó o, en el peor de los
casos, pretender seguir siendo aquellos jóvenes intrépidos y sólo logrando una
caricatura de los tiempos de esplendor. ¿Dónde habita el ser humano? Tal vez en
un hogar consolidado y rutinario. Acaso en un tiempo pasado que intenta
recuperar de forma ridícula y bochornosa. Probablemente los humanos habitamos
en todos aquellos lugares donde hemos ido dejando trozos de corazón. Conduzco
lentamente y una sensación de bienestar me hace volar a otros tiempos. Siento
que he vivido, que cada instante que ahora disfruto está formado por cada
instante de aquellas vivencias. Saboreo el paseo en coche de regreso a casa
ajeno al tráfico, al mundo triste por banalidades, al mundo indiferente ante
dramas humanos. Pero nada importa en esta mañana de sábado cálida y amable.
Sólo que aún estoy, que sobreviví a las pasiones arrebatadoras, a las noches en
vela anhelando amores imposibles, a los amores consumados de se extinguieron. Y
ahora, con la tranquilidad que da haber vivido, recuerdo todo aquello con una
leve sonrisa de satisfacción y de serenidad. Puedo hacerlo porque aún me sigue
quemando esa llama cada vez que te veo. Y la vida es para mí en esta mañana de
junio, una habitación serena que siempre, siempre, mira la inmensidad de un mar
aún repleto de sueños.
FOTO DE JULIO MARIÑAS |
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