CONVERSACIONES CON SENIA (VII)


    Desde la orilla observo a Senia sumergida en las aguas cristalinas. Su cuerpo armoniosos y grácil tiene como lienzo los verdes que salpican el fondo fluvial entre cantos rodados y algún que otro pez despistado. Ahora emerge suavemente, como en una imagen ralentizada, y el agua que su torso desplaza en el ascenso decora el aire, resbala por el pelo mojado, por los delicados hombros y unos senos turgentes. Abre los ojos, me mira y sonríe. Los labios entreabiertos desprenden un “Hola” cordial. Se acerca a la orilla y me tiende la mano mientras eleva su pie derecho y asida a mi mano se impulsa para salir del agua y salvar el pequeño desnivel entre el cauce y la orilla. Después me abraza en un prolongado silencio. Siento todo el calor de su cuerpo que traspasa mi ropa.
   -¿Tienes frío?
    -No, Julio. Ninguno.
    -¿Y tu vestido?
    -No lo he traído.
    -Te cogerá el frío.
    El sol ha comenzado a caer vencido entre las romas montañas, urracas despistadas vuelan sobre los árboles cercanos.
    -Si me abrazas, no.
    La abrazaré todo el tiempo que sea necesario. Podría estar una eternidad así, sintiendo sus formas entre mis manos. Si hay algo que pueda hacerme olvidar la sensación de eterno fluir temporal, es este abrazo inesperado. Tal vez sea lo más cercano a la amistad esto que ha surgido entre los dos. Algo no buscado, sinceridad sin fisuras, espontáneas muestras de sentimientos que fluyen sin margen para otra cosa que no sea el sentir la proximidad de alguien que te espera cada día.
    -¿Te atreverías, Julio? –dice sin separar su cara de mi pecho.
    -Demasiado fría el agua para mí. Tal vez en otra noche más cálida.
    El cuerpo de Senia está seco. Deslizo mi mano por su espalda, tacto sedoso, sin un solo obstáculo en mi camino. Observar su cuerpo en las aguas me ha retrotraído a otros lugares y otras épocas; charcas escondidas en calurosos agostos de pueblos cuyo nombre he olvidado, cuando chicos y chicas nos bañábamos allí donde el río suspendía su fluir brindándonos un escenario para nuestras locuras de juventud. Aunque quisiera buscar esos lugares, no sabría por donde empezar.
    -Oigo latir tu corazón, Julio.
    -Si.
    -Golpea mi oído y mi mejilla como llamando. ¿Me está llamando?
    -Siento desilusionarte, Senia. Mi corazón no te llama. No llama a nadie. Tan solo intenta sobrevivir en un mundo donde el cerebro lo ha desterrado del trono que en otros momentos de la existencia ocupó.
    -Late fuerte.
    -Todos tenemos los latidos contados. Él también.

FOTO JULIO MARIÑAS

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