EL AMOR Y LA MÚSICA EN EL CINE

La  música y el cine han estado estrechamente unidos desde los inicios de este último. Aunque, cuando, poco después de Edisón y su kinetoscopio, los hermanos Lumière  daban forma a las primeras proyecciones cinematográficas sin ser conscientes de lo que su invento significaría para la sociedad, la música era una veterana que contaba ya con miles de años; esta demostró la humildad de los grandes y supo adaptarse al nuevo arte que daba sus primeros pasos. Sin querer hacer clasificaciones, que nunca son exactas, porque esto de los géneros cinematográficos es muy difuso, he de decir que es en las historias de amor de la gran pantalla donde más importancia ha cobrado el arte musical a la hora de relacionar la historia sentimental con la canción o tema que la ambientaba. Es la película Verano del 42, dirigida por Robert Mulligan en 1971, la primera que viene a mi mente.


La historia que nos cuenta, basada en las memorias del escritor y guionista Herman Raucher, es de lo más sencilla. Un joven de vacaciones en una isla, remanso de paz en medio de la Segunda Guerra Mundial, se enamora de una mujer casada con un piloto militar.  La atracción del adolescente por la mujer, que se encuentra en la frontera que separa la juventud de la madurez, interpretada por Jennifer O´Neill, está muy bien narrada. Pero el mayor acierto de la película es la banda sonora de Michel Legrand, que dota a los acontecimientos de un aire de nostálgica evocación. ¿Quién a los catorce años no se ha sentido atraído por una mujer casada que desprende ese aroma femenino que tanto subyuga en el despertar sexual? Escuchar la música de Legrand es volver a esos catorce o quince años, y sentir el aroma que trae la brisa marina y el sabor especial de los besos de estío. Es el nacimiento un amor puro, sin manchas, al que pone música el mismo compositor en  Los paraguas de Cherburgo. Esta vez, la película dirigida por Jacques Demy cuenta con un tema principal en su banda sonora, sutil y dulce al principio, pero que en ocasiones va tomando fuerza hasta conseguir emocionarnos.



A pesar de no ser la que canta, Caterine Deneuve recibiría el espaldarazo definitivo a su carrera con esta historia de ese primer amor que parece vaya a ser eterno, hasta que las circunstancias de la vida separan a los protagonistas con la promesa de no dejar de amarse. Cuando se vuelven a encontrar, comprenden que han cambiado. Todo es diferente. Ya no son aquellos jóvenes inocentes. ¿Quién no ha prometido amor eterno en su juventud y la vida le ha hecho comprender la cruda realidad al correr de los años? Para la película Un hombre y una mujer, Francis Lai compuso uno de los temas inmortales de la historia del cine. En este caso, los dos personajes, Anne y Jean Louis, están en las antípodas de los anteriormente citados. Viudos, sienten que el amor surge entre ellos, pero el pasado le pesa a cada uno como una losa.


  

Además  de un original montaje y el acierto de combinar diferentes matices de color en las escenas, cuenta con dos actores como son Anouk Aimée y Jean Louis Trintignant, que dotan a los personajes de credibilidad. La banda sonora al completo merece una audición atenta, ya que en todo momento proporciona a las escenas un matiz enriquecedor, con un acierto pocas veces conseguido en el cine. La música es una protagonista más. ¿Quién no ha creído perderlo todo cuando el amor se desmorona y ha pensado que es demasiado mayor o escéptico para volver a encontrar otra persona? En Casablanca, el compositor de la banda sonora, Max Steiner, quiso remplazar el tema “As time goes by” de Herman Hupfeld, por uno suyo. Afortunadamente, Ingrid Bergman ya se había cortado el pelo para la película Por quién doblan las campanas y, al no poder rodar de nuevo la escena, la cosa se quedó como estaba. Así llegó a nosotros la canción interpretada por Dooley Wilson. http://youtu.be/Wo2Lof_5dy4

En este caso, además de otras muchas cosas que la hacen eterna, Casablanca nos narra el reencuentro de “Rick”, Humphrey Bogart, y Ilsa Lund, Ingrid Bergman. Dos personas que vivieron una bella historia de amor y, una vez separados, creyeron que nunca volverían a encontrarse. Pero se encuentran en el lugar más insospechado. El personaje de Bogart quizás sea uno de los más perfectos de la historia del cine. Perdedor que ha sabido retirarse a tiempo de todo aquello que podía dañarle, pero, como vamos descubriendo a lo largo de la película, fiel a sus principios. Más que militante en ningún bando, es un claro observador y actúa de acuerdo a su ética personal. La dureza y la sensibilidad se reúnen en un personaje para la historia de la cinematografía. Y esa canción que suena una y otra vez, la luz que desprende Ingrid Bergman en el excelente plano donde comienza “As time goes by”. ¿Quién no ha regresado a un pasado mágico con una canción en la que se reflejan mil sensaciones perdidas que pensábamos no volver a experimentar? En el caso de Doctor Zhivago, son las circunstancias de una revolución y la guerra lo que separa y une caprichosamente a los protagonistas. http://youtu.be/AkzCG6H9TjA


 

 El director David Lean la filmó en 1965 y contó para la banda sonora con Maurice Jarre, que creó una música inmortal. Una bella melodía en la primera parte, modula a una segunda parte más angustiosa que nos lleva al pleno orquestal. Muy recomendable el libro de Pasternak en el que está basada la película. La canción de Lara quedará para siempre asociada a la belleza mágica de una Julie Christie en su mejor momento y la acuosa mirada de Omar Sharif; además de a una nevada Rusia que, como la mayoría sabe, era en realidad España, donde fue rodada la película. Al final, el Doctor Zhivago corre detrás de ese tranvía en el que va Lara. Un tranvía que nunca podrá alcanzar. ¿Quién no ha visto el rostro de un antiguo amor alejarse y perderse entre la multitud sin poder reaccionar? En 1970, Enrico María Salerno dirige la película Anónimo veneciano. Stelvio Ciaprini se encarga de la banda sonora y tiene el acierto de incluir el Concierto en Re menor para oboe y orquesta de Alessandro Marcelo.



    Enrico, interpretado por Tony Mutante, toca el oboe en Venecia. Los sueños de triunfo se han desvanecido y, sabedor de que su fin está cercano a causa de una enfermedad incurable, llama a su mujer Valeria, interpretada por Florinda Bolkan. Ella ha formado una familia en otro lugar, pero acude al llamamiento de Enrico. En una Venecia triste, los dos recuerdan tiempos mejores. La hermosa melodía que tiene como solista el oboe, contiene en sus notas toda la expresión y nostalgia de un pasado que los dos saben que han perdido y no van recuperar. ¿Quién no ha comprendido mirando a los ojos de un amor pasado que hay cosas que no pueden volver?
    El cine y la música se han convertido en un amplio muestrario de recuerdos que siempre llevamos en nuestra memoria. Volver a escuchar esas melodías, es recordar todo lo que nos inspiraron. Los cálidos veranos de adolescencia, el amor que creímos eterno, el nuevo despertar a sentir después de los adioses, aquel amor que pensamos olvidado y asoma en cualquier parte, el ir y venir de alguna persona en la que fijamos nuestra mirada, la inútil búsqueda de recuperar lo perdido cuando el tiempo nos acorta los sueños. Dicen que la grandeza del cine es hacernos vivir otras vidas. Pienso que es mucho más importante cuando consigue que nos identifiquemos con sus personajes e historias. Entonces nos decimos: “Esto lo he vivido yo”. A veces es un simple esbozo en lo que a semejanza con lo nuestro se refiere. Otras es tan similar, que parece haber sido creado pensando en nosotros. Y, en otras ocasiones, se queda en mera anécdota, porque la realidad muchas veces supera la ficción. Flota en el aire la música de todas esas historias de amor. Porque hay una música para cada una de ellas. Sólo tenemos que sentarnos y escuchar. Tal vez no estemos tan lejos de una nueva historia por descubrir.

 

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