CARPE DIEM (Recordatorio para un planeta enajenado)


    Camino por los estrechos senderos que los enterramientos dejan, entre cruces, losas, montículos de tierra, alguna fosa preparada que espera a un nuevo vecino; pequeño cementerio rodeado por cipreses; aquí no hay nichos, sólo cuerpos sepultados en la tierra húmeda, receptáculo orgánico devorador de carnes, músculos, tendones, huesos que incluso cederán su solidez al tiempo; y camino con pausa, observando bajo la luz de la luna en una atípica noche estrellada de otoño, los mármoles grabados con nombres para mí desconocidos, pero en estos instantes tan cercanos, fechas que no me dicen nada pero lo dicen todo; hay delgadas cruces de hierro oxidadas incrustadas en el terroso suelo encabezando montículos, algunas inclinadas, como vencidas por el hastío de los años; otras son pétreas cruces donde los hongos de la piedra han formado colonias dotándolas de un manto de tonalidades variadas, rúbrica del transcurrir del tiempo; camino entre las últimas moradas de los que un día fueron; yo, que aún estoy siendo, pero, como ellos, estoy condenado a no ser en cualquier momento; el cementerio habla de la vida mucho más que de la muerte; no es sólo un recuerdo de mortalidad, sino también un homenaje a la existencia; una sutil brisa arrastra algunas hojas secas que al rozar las losas provocan un leve e inquietante ruido indefinido, nimio, apenas perceptible; es la sutileza de las insignificantes cosas que pasan desapercibidas la mayoría de las veces, pero se vuelve significativas a nuestros sentidos cuando el silencio señorea el ambiente en que nos hallamos; ahora, mis lentos pasos sobre el irregular suelo de grava del camino central, provocan el crujir de las piedrecillas, quejosas estridencias; aquí, en el humilde cementerio escondido entre cipreses que apuntan al cielo con sus lanceoladas formas, iluminado por la luna llena, apartado de las pocas viviendas que forman el pueblo, en un rincón alejado del bullicioso “progreso”, es posible reflexionar sobre lo poco que tiene importancia y da sentido a la existencia humana, y lo mucho que es banal y no sirve para justificarla; esto último es casi todo lo creado por el hombre; chirría la puerta de hierro forjado cuando la empujo para abandonar el camposanto; por un ínfimo instante parece que opusiese resistencia a que dejase el lugar; me voy, pero, aunque pudiese parecer que sí, con el alejarme del cementerio la proximidad de la muerte no queda atrás; nunca nos deja; desde el instante en que nacemos acompaña cada momento de nuestra vida hasta el final; después, ya no hay muerte; porque la muerte es el instante de cese de la vida; después de eso quedan sólo restos que, probablemente contengan, como todo lo que nos rodea, más vida que muerte; a pesar de que, el ser humano tenga la inclinación a pensar que la vida sólo es “su Yo”; lo único cierto, sin elucubrar sobre más allás o más acás, es que, en esos restos que pueblan los cementerios, ya no habitan “los yos” que un día fueron.


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©Julio Mariñas

Compositor y escritor

(Nombre artístico de Julio César Mariñas Iglesias)

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jucemai@hotmail.com


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