GEORGES MOUSTAKI, LA VOZ DE UN POETA EN LIBERTAD

     Georges Moustaki se ha ido. Los telediarios de esta nuestra España, apenas le han dedicado unos segundos a la noticia de su fallecimiento. Hay que invertir los minutos en otras cosas mucho más importantes. Hablar de los asesinos, ladrones y toca narices de todo tipo. Y si se habla de algún  artista, es porque ha cometido, presuntamente, algún acto ilegal. Para que hablar de cultura. A fin de cuentas, la cultura tan sólo es el pilar en el que se sustentan los principios éticos y morales de una sociedad, y por lo tanto su forma de ser, pensar y actuar. Nada más y nada menos. Pero ese no es el tema. Hablo de Georges Moustaki. Ese hombre nacido en Alejandría, que llegó con 17 años a París. Ciudad que hoy lo estará llorando. En especial, la Île Saint-Louis, que fue durante cuarenta años su lugar de residencia. A la mayoría de los jóvenes, probablemente no les diga nada su nombre. Pero, en un mundo donde el panorama musical se ha convertido, en su mayoría, en un espectáculo dotado de infinitos recursos y gasta millones en alta tecnología y parafernalia; sería conveniente recordar que, el verdadero genio, no necesita de apenas un instrumento y su voz para alcanzar las más altas cotas de maestría. Georges Moustaki fue uno de los grandes poetas de la canción. Cantó a la libertad como bien más preciado, diciéndonos que sólo era lícito abandonarla por una prisión de amor con una bella carcelera. Nos hizo saber que las apariencias engañan, y un extranjero desaliñado podía ser un conquistador y ofrecer ternura y amor a las jóvenes que se cruzasen en su camino. Y, cómo no, dedicó una canción a lo más preciado que puede tener un soñador; la soledad interior. Fundamental para reflexionar y expandir nuestro “yo” más íntimo. Además de crear estos poemas, Georges Moustaki los supo cantar con naturalidad, sin darse importancia, de forma sencilla; como si se hallase en nuestro salón cantando para nosotros. Creando una intimidad vocal que calaba en el corazón de los que disfrutamos su música. Georges Moustaki, como otros cantantes que son parte esencial de unas épocas y unas generaciones, siempre estará ahí. Pero, su fallecimiento me ha hecho nuevamente sentir que el tiempo pasa, y se van diluyendo aquellas voces que pintaron de melodías mi adolescencia y mi juventud. Cuando vuelvo la vista atrás e intento hacer balance de las cosas que me han enriquecido y hecho más conocedor de lo humano; son las canciones que han salpicado mi vida las que me han llevado a reflexionar sobre los sentimientos, las sensaciones, lo más profundo. Hoy mi corazón vuela a ese lugar donde, como Georges Moustaki decía, “tomamos el tiempo para vivir, siendo libres, sin proyectos ni hábitos”. No se puede decir mejor. En la sencillez está la esencia de lo bello. En un mundo lleno de máscaras, la silueta delgada y encorvada de Georges Moustaki brilla más que nunca. Su barba y cabellos blancos se mueven con el viento que, al escuchar y cantar de nuevo sus canciones, me trae aromas de tiempos lejanos. El tiempo de ilusiones, de sueños, de intensidad desbordada que parecía no tener final. Una canción que brota de la voz de un hombre acompañado de su guitarra puede decir mucho más que un  impresionante espectáculo musical. Porque, al final, cuando cae la noche, cuando el último foco se apaga, es nuestra soledad lo que queda, es la libertad de ser uno mismo, auténtico, lo que prevalece al mirarnos al espejo. Todo lo demás es superfluo. Los que hayan vibrado con la música de Georges Moustaki lo entenderán. Aquellos jóvenes que no sepan de qué estoy hablando, que se acerquen a él, a su música. Porque existe un mundo mejor; lejos del ruido constante al que nos tienen sometidos y nos quieren “vender”. Un rincón donde podemos meditar sobre lo que verdaderamente poseemos. A nosotros mismos. No hay más. Un cuerpo, un corazón, y una vida para vivirla y exprimirla hasta el final. Y todo lo demás, es un cúmulo de despropósitos que nos han ido alejando de los sueños más hermosos. Aunque se nieguen a mostrárnoslo; el mar, los bosques, las montañas, las gentes que abren el corazón; siguen ahí. Por eso es necesario recuperar el compás, el tempo, las melodías de una época en que éramos jóvenes y libres. Georges Moustaki vive hoy más que nunca en ese jardín de ensueño que nos cantó en su canción. Aquel que buscaba sin poder encontrar. Seguro que lo habrá hallado. Estará rodeado de aquellos miles de niños de los que hablaba. Le sonreirán y les sonreirá. Y de nuevo se confirmará que existe ese lugar donde aún es posible soñar.



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