A MI MADRE


    Los sueños se vertían sobre mi adolescencia inconsciente, mientras tus grandes ojos azules se iban apagando lentamente. Pero hasta el último suspiro, como esos hermosos cisnes que parecen suspendidos en los eternos lagos de aguas cristalinas, cantaste a la vida. Y fueron nuestras miradas; la tuya serena y ya cansada, la mía entonces joven y llena de esperanzas; el último destello de complicidad que cerró las páginas del libro que tantas veces escribimos, madre, a lo largo de mi niñez soñadora, de mi adolescencia rebelde. Porque aquellas hojas del árbol caídas versadas por el romántico escritor y tantas veces pronunciadas por tus labios, se fueron alejando barridas por el viento de muchos otoños. Tantos, como años hace que sucedió todo aquello. Hoy, desde mi ventana, mientras escribo estas líneas; una vez más constato la luz de tu presencia, de aquel torbellino alegre y sabio con que supiste inspirar y abrigar mis sueños de imberbe artista incomprendido. Así, elevo una vez más mi voz quebrada por todos los recuerdos que, como una sombra amiga, caminan junto a mí. Centinelas constantes de las noches, los días. Y en el último instante; cuando el velo turbio del aciago destino se pose en mi existencia; volveré al paraíso de infancia, donde habitan los sueños que alumbra lo eterno.       
  


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