LA INVISIBLE LINEA ENSANGRENTADA - JULIO MARIÑAS

    Hace años que, para bien o para mal, las imágenes de guerra llegan a nuestras casas a través del televisor. Imposible no conmoverse ante la crueldad que el ser humano puede llegar a desarrollar. No es nada nuevo. Sobre la historia del hombre gravita siempre un rastro de violencia. Entre esas imágenes, han sido dos de ellas las que siempre me han impactado; más que los cuerpos destrozados o las bombas cayendo sobre las ciudades. Una es la mirada de los niños. Esos inocentes que viven la irracionalidad de sus mayores sin haber tenido tiempo de asimilar lo que es la vida; incluso sin poder discernir aún con claridad el bien del mal. Otra de las imágenes que quiebran el alma es la de los ancianos. Una mirada cansada pero firme, resignada. Unos ojos que nos están diciendo: “Yo hice mi vida creyendo en un mundo mejor, y ahora no tengo casa, ni tierra. Todo me lo han quitado”. Hay un río que baja turbio. Cada mañana al despertar podemos sentir el aliento del monstruo de la avaricia y la ambición en nuestra nuca. Vivimos sobre la pólvora que de forma silente y premeditada van echando cada día por los caminos que transitamos. Debemos de mojar esa pólvora cada jornada con versos, con melodías, con lienzos de colores, con todo el arte que podamos generar. Sólo así evitaremos que un día se prenda la mecha y estalle bajo nuestros pies llevándose nuestros sueños, nuestras ilusiones. Tenemos que desterrar algunas palabras para siempre de nuestro diccionario. Vocablos como “odio”, “rencor”, “poder”. Claro que tienen que existir los contrarios. Claro que el concepto de bien es dependiente del concepto de mal. Pero impidamos que el ruido de la guerra apague las melodías. Dentro de mi indignación, me resulta gracioso pensar que existen seres humanos que acumulan más dinero del que podrán gastar en cien años. Veo marionetas cuyos hilos maneja el rencor más profundo. Lo primero que deberían enseñar en las escuelas es ARTE en todas sus manifestaciones. Primar el sentimiento por encima de cualquier otra materia. Si los seres humanos creciésemos todos rodeados de bellas melodías, lienzos de ensoñación, poemas apasionados; la condición humana cambiaría radicalmente. No está reñida con el progreso la sensibilidad. Una distribución desigual de los recursos ha hecho que la tierra sea un lugar donde la gente en pleno siglo XXI se sigue muriendo de hambre, donde las guerras salpican el planeta, donde los intereses políticos y económicos priman por encima de la dignidad humana. Como en una espiral sin retorno la historia de la humanidad gira sobre si misma, cada vez a más velocidad. Corremos el peligro de generar un agujero negro que nos succione y nos haga desaparecer en el espacio. Esta pretendida sociedad del bienestar es una máscara para ocultar que seguimos siendo los mismos de siempre. El hombre, en un intento de olvidar su condición mortal, se escuda en falsas promesas de cambiar el mundo. No quiero que nadie me cambie el mundo. Quiero que el río siga fluyendo cristalino, que el mar acaricie mi cuerpo, que los árboles me hablen con sus frutos, que los verdes campos acojan mi cansado cuerpo después de una jornada caminando. Sólo quiero un rincón donde soñar. El monstruo de la hipocresía abre sus fauces sobre los humanos que, como en un espejismo, lo acarician pensando que es una “madre protectora”. Pero no. Es una bestia insaciable que sonríe vanidosa creyendo que la plebe somos tontos. ¿Dónde están los Derechos Humanos? ¿Dónde la libertad? ¿En que esquina dejamos olvidada nuestros sueños de juventud?  Hace muchos años que veo correr sigilosa una invisible línea ensangrentada que atraviesa silente todos los espacios de mi alma. Todos tenemos alguna gota de esa sangre. No existe jabón que pueda hacerla desaparecer completamente. Sólo una cultura plena de arte y ensoñación puede salvar el futuro de una humanidad que ha hecho de la tierra un lugar inhóspito y árido. El consuelo de un Oasis pleno de arte es, por el momento, el único lugar donde calmar la sed del creador que, cada vez más, tiene que buscar no perder la inspiración en un mundo lleno de dolor.

           Julio Mariñas en una de sus exposiciones de pintura. En la pared el cuadro titulado "La Guerra".
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Comentarios

  1. Todo lo que puedo decir es: amén.
    Ojalá hubiese leido esto hace mucho.
    Con su permiso, seguiré husmeando en su blog.

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