CONCRECIÓN DE ABISMOS MORTALES - Un relato de adiós y soledad
Si trazas una circunferencia volverás al mismo punto donde la iniciaste. Pero, por qué no seguir trazando otra sobre la anterior, o, con un ligero desvío se puede intentar trazar otra en el interior o en el exterior de la primera. Y así hasta el infinito; o, más bien, hasta donde nos permita la duración de nuestra existencia. Acaso sea eso la vida: partiendo de un punto determinado, comenzamos a describir en el tiempo y en el espacio que se nos ha dado –en nuestro tiempo y en nuestro espacio- una sucesión de circunferencias que se van tornando en círculos que albergan en su interior todo el contenido de aquellas vivencias que vamos experimentando. Sin embargo, sucede algo extraño. Tengo la sensación de que las circunferencias posteriores a la primigenia son incapaces de rodear del todo la esencia de esa circunferencia inicial, y tampoco son capaces de cobijarse completamente en el interior de esa circunferencia primera.
Suena el vacío en la semioscuridad de mi habitación. Enciendo un cigarrillo, y el leve destello del fósforo me hace vislumbrar por un instante su figura sentada en el sillón cercano al mío. Su piel tiene la palidez marmórea de las losas cementeriales, y en sus ojos de mirada perdida habita el vacío de la nada. Y yo aquí, con el vaso de café en la mano.
Cuando descubres que la muerte llega a todos, te asalta el temor propio del egocentrismo humano. Si consigues asimilar la verdadera realidad de la finitud irrefutable, dejas de temer, porque comprendes que el miedo es un sentimiento vano.
Una pequeña polilla silenciosa se posa en la tulipa de la lámpara de mesa; perversidad animal que no ofrece compañía, sólo recuerda lo ajeno que es a mi dolor todo lo que me rodea. En la soledad de la noche me entrego a esa resignación que da saber que el resto de mi vida transcurrirá al borde de los abismos mortales.
En este mismo instante de reflexión y silencio, en el planeta, miles de personas están naciendo, deseándose, copulando, enamorándose, haciendo el amor, agrediéndose, matando, muriendo. Y yo aquí, en esta soledad que es mi refugio. Un paraje repleto de fantasmas de otros tiempos. Muchos ya no caminan la tierra de los vivos.
Quiebra este momento el sonido de unos zapatos de tacón en la escalera. Es la joven vecina, no más de treinta años; tiene las piernas turgentes y los pechos colmados que por la gravedad descienden armoniosos sin dejar de ser firmes. Me la he cruzado más de una vez en el rellano. Para ella, alguien de mi edad, apenas es destinatario de una leve sonrisa de vecina correcta. Antaño, la sonrisa que una mujer extraña solía ser casi siempre un gesto de acercamiento. Ahora, la sonrisa de una mujer joven es una suerte de “obra de caridad”.
La vida con su ritmo natural apenas perceptible ha transformado mi cuerpo; pero yo sigo siendo el mismo.
El breve destello de las luces de un coche en el cristal de la ventana ilumina parcialmente la habitación, y de nuevo ella está ahí, con su palidez cerosa y un rictus extraño en los cerrados labios; pero esta vez sus ojos están clavados en los míos; reflejan miedo, angustia; como si el instante del tránsito final asomase de pronto en su mirada; manifiestan el horror de quien ha sido y, en un breve lapsus de tiempo, antes de expirar, se percata de que va a comenzar a “no ser”.
Las últimas circunferencias que está trazando mi ciclo vital rozan cada vez más en sus trayectorias los precipicios de abismos mortales.
Las voces de un borracho, provenientes de la calle, rompen la solemnidad de mis meditaciones, revelando de nuevo la trivialidad de las mismas, pisoteando lo poco que queda de esa buscada trascendencia.
Los agudos rincones de la habitación son ángulos que albergan los ecos del pasado. El tiempo se retuerce en la esfera del reloj perdido. Las ratas hace mucho que abandonaron el barco, presintiendo el naufragio.
Y constato que ella sigue ahí, cuando la luz del faro erigido en el farallón cercano, en su rotar, ilumina el sillón donde su cuerpo, ahora ectoplasmático, parece resistirse a abandonar la casa.
En esta cálida noche de verano las calles aun brillan húmedas a la tenue luz de las farolas, por la lluvia que en sus piedras dejó hace unas horas la tormenta, desatada por negras nubes repentinas en un llanto largo tiempo retenido imposible ya de contener. Pero yo apenas tengo la fortuna de sentir una solitaria lágrima resbalando por mi mejilla.
El calor del estío aún no ha llegado a esta habitación donde me encuentro. Siento el frío aliento que emana de sus quietas y húmedas paredes, como si de un féretro se tratase.
Alguien llama a la puerta; dos golpes secos me devuelven a la realidad, que para mí se había vuelto irreal en la nocturnidad que me acoge. Recorro lentamente el oscuro pasillo camino de la luz que late en la puerta de entrada a la vivienda. Cuando la abro, es la vecina. Lo primero que veo son sus pies que se muestran prisioneros en unas sandalias bajas, y mi vista asciende recorriendo el cuerpo sinuoso en su volumen apenas cobijado por una bata transparente; tiene los ojos negros y rasgados, y el pelo enmarañado; sus labios sensuales emiten una disculpa por la hora en que ha llamado; después se desvanece a cámara lenta, dándome el tiempo justo de abrazarla para evitar que impacte contra el suelo.
Buscar explicación a la vida es pretender abarcar la infinitud del tiempo y el espacio. Transitamos siempre abismos de mortalidad. La consciencia de estar vivos nos impide verlos o, simplemente, nos hace no querer reconocerlos.
El sol de la mañana entra por la ventana y expande su luz por toda la habitación. Me despierto y ella está a mi lado; su cabello enmarañado disperso sobre la almohada, un seno asoma entre las sábanas, al descubierto una pierna bronceada remata en un pie de empeine pronunciado. Semiincorporado en la cama, mi vista se va hacia el sillón.
No está.
A mi lado un cuerpo cálido de mujer entregado al sueño después de la batalla.
En mi interior ha regresado, o quizá nunca se ha ido, ese vacío que dejaste. Ese espacio tan concreto, tan nuestro, abierto para siempre a los abismos mortales.
----------
Foto ©Julio Mariñas
Compositor y escritor
.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario