SER ALGO SIN TENER LA RESPONSABILIDAD DE DEMOSTRARLO - LOS HIJOS DE LA FALTA DE EDUCACIÓN
Los tiempos siempre cambian. El desconcertarse, en un principio es normal en las personas que hemos vivido nuestra infancia y juventud en otra época. A poco que pensemos en la historia de la humanidad, nos percatamos que ha sido una sucesión de períodos de calma y períodos de agitación. Abundando mucho más estos últimos.
Pero, como vivo en el 2025, voy a hablar de lo que atañe a los que aún estamos en el planeta tierra. Recordando a todos, hasta a los más jóvenes, que no por mucho tiempo. La mayoría de las personas que en la actualidad vivimos, en un período de más o menos ochenta años habremos dejado de existir. Y, por cierto, no nos llevaremos nada de lo que hayamos acumulado en vida. Al menos material. Lo otro, que cada uno piense y sienta lo que quiera.
En el panorama actual, la respuesta de nuestros dirigentes a cualquier tipo de tragedia es eximirse de cualquier responsabilidad y culpar al contrario -incluso, si la cosa se pone fea, al de su misma ideología- de todos los posibles errores en los procedimientos para solventar los problemas que las tragedias colectivas ocasionan a los ciudadanos. Ciudadanos que, por otro lado, les están pagando para que “gobiernen” con eficacia y asuman las responsabilidades correspondientes a su cargo.
Qué se puede esperar de nuestros dirigentes ante una situación grave, si se han mostrado incapaces de resolver los problemas comunes del día a día que tiene la sociedad. Lejos de solucionarlos los complican cada vez más.
Pero, por otro lado, esa actitud infantiloide de: “Profe, yo no he hecho nada. La culpa la tiene fulanito. …” “Mama, yo no fui; es que la profe…”, me parece normal; dado que en las últimas décadas la educación en todos los ámbitos personales y sociales ha ido destinada a decirle a los niños y jóvenes que valen mucho, que sigan sus ideas sin dudar y a hacerles pensar que los huevos y la leche salen de unas cajas y unos envases, y no de las gallinas y las vacas.
Nací en 1966. Cuando murió Franco en 1975 (hay jóvenes que no saben quién era ese señor) yo tenía nueve años. Y vaya si me enteré. Prueba de que sabía la importancia de aquello es que aún conservo los especiales de los periódicos que yo mismo compré en aquel tiempo. A lo largo de los años setenta durante la transición en Vigo, cuando bajaba al centro de la ciudad para ir al conservatorio, más de una vez, desde algún portal donde buscaba refugio, pude observar con cierto temor las luchas entre los grises formados como un verdadero ejército a un lado y los obreros armados con ladrillos al otro. En el momento del fallido golpe de estado de 1981 tenía quince años y sólo me faltaban tres para ser llamado a filas.
Digo esto, porque la mayoría de nuestros dirigentes, cuya media es de unos cincuenta y pocos años -y muchos están por debajo de esa edad-, cuando murió Franco tenían cuatro añitos, durante la transición eran unos niños y cuando se dio el golpe de estado fallido tenían como mucho diez años. Y esto es uno de los factores que hace que no sepan la sensación que se tiene cuando con cinco años llegas al colegio y en las paredes de las clases cuelga un crucifijo y la foto del dictador, mientras te recibe un director trajeado serie y enjuto; ni que puedan experimentar lo que se siente cuando con quince años escuchas por la radio lo que ocurre en el Congreso y un día después ves en la televisión como unos guardias civiles han entrado disparando en el lugar donde estaban los representantes de los ciudadanos y como los tanques llenaban las calles.
Del mismo modo que los de mi generación, por mucho que nos lo hayan contado, no podemos sentir en esencia lo que se vivió en la terrible guerra civil del 36; los que no han vivido de forma consciente las cosas ocurridas en los últimos años del franquismo y la transición, no pueden entender en toda su profundidad lo emocionalmente convulso que fue aquello.
Pero lo que si podrían, al igual que hemos hecho los de mi generación con nuestros padres y abuelos, es empatizar con lo vivido en nuestra niñez y adolescencia, y no cerrar los ojos a una realidad que parece muy lejana, pero no lo es tanto. Nosotros hemos intentado ponernos en el pellejo de nuestros antepasados; mientras que la gran mayoría de los dirigentes de hoy en día han intentado desfigurar, manipular, vapulear y transformar a su antojo la historia de los últimos años dictadura de Franco y el período de la transición; para de paso hablar de la guerra del 36 sentando cátedra, pero siempre opinando en su propio beneficio según las diversas ideologías.
Es la eterna historia de los malos y los buenos, los que mandan y el pueblo, los rojos y los fachas, lo moderno y las tradiciones.
La persona que con cuarenta años ya no se ha enterado de que no hay ni buenos ni malos según el bando y de que no se trata de la exclusividad de un color político para organizar bien un país; ya no se va a enterar.
Porque la vida te enseña que hay malos en cualquier extracto social, que los seres humanos cuando tienen poder abusan de él en su propio beneficio y el de los suyos, que las leyes no son más que un límite que cada estado aplica según le viene en gana para los intereses particulares de los que manejan las cosas, que no son otros que los grandes poseedores de riquezas.
Y la gente, flotando en la burbuja de un bienestar ficticio, sigue sin enterarse que sólo hay una manera de saber si alguien es bueno para ti; tratarlo, conocerlo y vivir situaciones diversas con esa persona.
Aunque estas líneas no van ni de historia, ni de ideologías, ni de guerras. Van de lo que a mí me interesan y considero que es la fuente de todos los “males” que arrastra nuestra sociedad en las últimas décadas. La falta de educación.
Entendiendo por educación, entre otras cosas, la enseñanza, el aprendizaje y la cultura (incluyendo la llamada popular).
De la enseñanza y el aprendizaje se ha abandonado cualquier tipo de respeto hacia el docente y desterrado las humanidades, además de hacer desaparecer el respeto hacia los padres y abuelos; sin contar con el abandono de los antiguos oficios en beneficio de la producción en masa y de una técnica que cada vez produce artículos más mediocres exentos de originalidad, de pronta caducidad y artificiales, incluso en el caso de la alimentación; sustituyendo al largo aprendizaje por títulos que lucen muy bien en una pared pero no dan experiencia. Y de la cultura se han desterrado las tradiciones ignorando la sabiduría de nuestros mayores y condenando a los pueblos al abandono, destruyendo la producción de cultivos y ganadería ante unas leyes hechas desde unos despachos por dirigentes que sólo entienden de beneficios y dinero, mientras los “modernos” han hecho una parodia de dichas tradiciones transformándolas en formatos de actualidad en los que, en la mayoría de los casos, se pierde la esencia de las mismas.
Con estos mimbres, la educación hacia padres, profesores, mayores y semejantes es un espejismo que ya casi nadie practica; y todo lo que tiene más de cuarenta años es algo de un tiempo remoto.
En las últimas décadas se ha “criado” a los hijos entregándoles la posesión exclusiva de la razón frente a padres y profesores; además de consentirles todos los caprichos de una sociedad de consumo devoradora de cerebros.
Entonces, qué podemos esperar de los que hoy son hombres y mujeres de cuarenta y cincuenta años y manejan los asuntos que nos conciernen a todos. Salvo contadas excepciones, poco.
Pues eso. La mentalidad es: si el profesor o los padres me imponen algo que no me gusta son enemigos; si el otro político hace algo que no me gusta es mi enemigo –y aunque no haga nada también por si acaso-; y si no hay enemigos los inventamos en otra región, otro país u otro continente.
Entonces, no nos llevemos las manos a la cabeza cuando nuestros dirigentes en España, en Europa u otros lugares del mundo hacen lo que hacen. Son hijos de un mundo que lleva cuarenta años descabezado porque la filosofía, la literatura y el arte han dejado de existir como tales. La filosofía se ha convertido en videos de autoayuda en Internet, la literatura en las novelas más vendidas que son políticamente correctas y comulgan con las nuevas tendencias y el arte en un comercio donde las grandes obras y las mediocres se venden al mejor postor.
Así las cosas; las personas que como yo hayan nacido en los sesenta o antes, si analizan fríamente el panorama no deben sorprenderse de nada.
Hoy cualquiera puede ser algo sin tener la responsabilidad de demostrarlo. O bien porque tiene un título o bien porque ha llegado a un estatus social de poder que le permite campar a sus anchas sin dar explicaciones a nadie, o dando explicaciones falsas.
El grado de hipocresía y cinismo que han alcanzado los dirigentes de este planeta es insuperable. Obran y hablan, sentencian y mienten, como si las gentes de los lugares que gobierna fuesen sus siervos y además estúpidos, como si la gente los creyese. Lo malo es que pienso que muchos continúan creyendo en ellos y sus soflamas. La sociedad es un gran rebaño de ovejas que sigue a unos pastores abstractos llamados política, publicidad y fama.
Hoy la palabra dada no significa nada. La opinión se puede cambiar sin justificar el motivo o dando un argumento peregrino. Un apretón de manos no cierra un compromiso.
Creyendo vivir en el mejor de los mundos, hemos acabado viviendo en un estercolero de ignorancia y egoísmo.
¿A dónde vamos? Es fácil de responder. A ningún lado. Giramos en círculos como perros que se muerden la cola. Hasta que alguien, para bien o para mal, pegue una patada al perro. Entonces…
----------
Foto ©Julio Mariñas
Compositor y escritor
Comentarios
Publicar un comentario