LA DESHUMANIZACIÓN DEL SER HUMANO

 



    Estamos en pleno siglo XXI haciéndonos “los entendidos”. Los ciudadanos actuales todo lo saben con sus conocimientos adquiridos a golpe de datos y sentencias en las redes, exigiendo a sus semejantes que piensen y actúen como ellos consideran correcto, o le han dicho que es lo correcto, y al mismo tiempo, en base a ello, actuando sin contar con lo que esos semejantes consideran correcto. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? No hace falta pensar mucho.

    No es nada nuevo que la humanidad se ha “desarrollado” en un escenario de desprecios, rencores y odios entre los diversos individuos y sociedades; lo cual ha propiciado explotación, represión y guerras. Este es nuestro “curriculum vitae de ser humano”; si nos atenemos al significado de la palabra en latín: “Carrera de la vida”.

    ¿Con esa carta de presentación seríamos aceptados en algún planeta habitado por “seres pensantes y sensitivos”?

     No debería alarmar a nadie la situación actual, ya que el egoísmo y la prepotencia ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, la época que estamos viviendo, salvo la excepción de algunos reductos perdidos del “mundanal ruido”,  presenta unas notables diferencias con todo lo anterior.

    Hasta hace unas décadas, la información que las personas teníamos era poca, local e incompleta con respecto a la globalidad del planeta. Había que buscarla; como el alimento y otros lugares en épocas prehistóricas y posteriores. Para la mayoría, la vida se desarrollaba en el humilde reducto del hogar y un entorno social más o menos acogedor, que ya anunciaba la cruda realidad. Crecíamos con las enseñanzas de nuestros abuelos, padres y maestros, y lo que aprendíamos en la calle, porque el barrio era una extensión de nuestra casa. Cada día había algo nuevo por descubrir. Teníamos sueños; pero, la mayoría de las veces, no eran la fama o el dinero; sino llegar a vivir de lo que más nos apasionaba por el mero hecho de disfrutar, aportar algo a la sociedad y tener el reconocimiento de las personas a las que queríamos; no para amontonar riquezas o ser admirados por nuestra relevancia social envueltos en una masa de gente desconocida. Huíamos de la exposición pública y buscábamos reductos de intimidad; rincones escondidos donde desarrollar nuestras travesuras infantiles o robar un beso a la niña que nos gustaba. Al contrario de lo que se piensa, experimentábamos unas vivencias personales a nivel de relacionarnos con nuestros semejantes mucho más profundas y complejas que en la actualidad. Y sabíamos desde muy niños de la dureza de la vida porque nadie nos enmascaraba la realidad ni nos sobreprotegía. Sin embargo, hoy en día, ningún habitante del mundo llamado “civilizado” puede decir que no sabe lo que pasa en el planeta. Y esto es lo que ha desvelado definitivamente la naturaleza de la especie humana.

    En primer lugar, el hombre ha perdido todo contacto con su esencia primigenia; por mucho que eleve gritos de indignación y hable de conciencia ambiental y otras lindezas. Muchos de esos elementos indignados que hacen una política de bienestar y sueltan animales encerrados a un hábitat que no es el suyo, con el consiguiente perjuicio para “los liberados” y para las especies del lugar donde ocurre, provocando la muerte de una parte de aquello que dicen querer preservar; o persiguen a un señor con una escopeta amparados por su amor a los animales en la ignorancia suprema de que no es el cazador sino las medidas políticas de protección al medio ambiente quienes tienen que regular las normas sobre los ecosistemas; esos elementos indignados es una penita que no hayan visto y leído en la infancia -(enciclopedia “Fauna”; muy recomendable)-, como muchos de mi generación, a Félix Rodríguez de la Fuente, que explicaba de manera didáctica y precisa que, los ecosistemas tienen que tener un equilibrio entre fauna y flora, entre herbívoros y depredadores; porque es muy deseable que el lobo ibérico (uno de mis animales preferidos) habite tranquilo los montes y bosques de España; pero, si no tiene qué comer (es decir: ciervitos y otros herbívoros) acabará bajando a los cercados y granjas donde están los animales domésticos. Explicaba también el naturalista que, si el número de  herbívoros aumenta de manera desproporcionada en un lugar, los pastos se agotan y, los animales, o mueren de hambre; o, si son omnívoros, -como es el caso del jabalí-, acaban bajando a los pueblos, ciudades o playas, como está ocurriendo en la actualidad. De libro.

    El ser humano ha destrozado a lo largo del siglo XX y XXI el equilibrio de los ecosistemas naturales (muchas zonas las ha hecho desaparecer), y ahora, surgen los que quieren arreglar la situación haciendo indirectamente un daño a los animales y, de paso, jodiendo la vida de las gentes humildes que viven aún de la tierra y de especies domésticas que, por cierto, cuidan. Pero, además, no veo que esos tan concienciados con la naturaleza renuncien a sus móviles de última generación, a sus ropas en muchos casos de marca, ni que dejen de utilizar los medios de transporte que tanto contaminan. “Consejos doy que para mí no tengo”. A los grandes preocupados por la naturaleza y los animales, les instaría a que tengan un móvil como el mío, que tiene dos décadas; que compren la ropa cuando la que tienen ya esté muy desgastada o rota; como los vaqueros que llevo ahora puestos que tienen unos cuantos años. Esos que saben mucho de cómo proteger el medio ambiente, pero en su vida han cogido una azada para labrar la tierra, han cortado leña para encender el fuego o han plantado un árbol; les sería muy conveniente que por una temporada dejen la ciudad y se vayan a vivir al campo, y sientan lo que es la sensación de plantar los propios árboles y crear un huerto, para después comer sus frutos. Vamos, que, si tan preocupados están por la naturaleza, no sigan alimentando la sociedad de consumo y de paso aprendan lo que es vivir cerca de nuestras raíces.

    Por cierto; a un toro, que vive su existencia en una dehesa libre, nadie le ha preguntado si quiere salir a la plaza; es totalmente cierto. Pero, a un perro nadie le ha preguntado si quiere someterse a largas horas de peluquería, si quiere ser continuamente manoseado o si quiere vivir en un piso donde la mayor parte del tiempo no puede oler a los de su misma especie, o, en algunos casos, si le gusta el bozal cada vez que sale a la calle. Porque matar es malo, pero vivir encarcelado en un medio que no es el tuyo sometido a cosas que te han impuesto desde que naces sin que nadie te haya preguntado lo que piensas acerca de ello no debe ser nada agradable; o tal vez sea una cárcel en vida. Ya que la visión del humano crea leyes a partir de su egocentrismo; desde ese mismo egocentrismo, que piensen cómo se sentirían si naciesen en una cueva de lobos, tuviesen que andar desnudos con un cuerpo no preparado para las inclemencias del tiempo y dependiesen de otra especie para alimentarse porque su cuerpo no está preparado para la caza.

    Resumiendo este primer despropósito de siglo XXI –la protección de todos los ambientes y todas las criaturas que el hombre considera bajo su tutela indiscutible-, la inmensa mayoría del personal –salvos excepciones- no se entera de nada; van del asfalto a su piso y ni siquiera se han preocupado de llevar una vida acorde con lo que predican.

    Y no hay que olvidar que, como siempre, esto trae consigo leyes. Vivimos en “El Siglo de las Leyes”. Se instauran entonces medidas globales que, en la mayoría de los casos, ateniéndose a intereses políticos y económicos, al amparo de normas que son necesarias, establecen otras normas. Tales como las tomadas con respecto a los vehículos de más de diez años para el control de la contaminación en las ciudades; que acabarán pretendiendo la eliminación de todos los coches que no sean nuevos, privando a las personas económicamente más débiles de su medio de transporte, pero favoreciendo a las grandes compañías que venden vehículos y alentando las nuevas industrias de coches que funcionan con otras energías. Los montes y las costas se llenan de los nuevos molinos de viento, destrozando –ahí sí- amplias zonas de naturaleza, tanto en la tierra como en nuestras costas, con el consiguiente perjuicio para los pescadores. Pero eso no parece ser prioridad para la mayoría de las corrientes tan preocupadas por los ecosistemas.

    En segundo lugar, otra muestra de prepotencia e irracionalidad, son los juicios sumarísimos que se están haciendo con los hechos y personajes históricos de cualquier época y país, en el ejercicio estúpido de juzgar el ayer con el criterio de hoy. Pero, no sólo eso, sino que se pasa a la acción destrozando monumentos, estatuas y propiciando un odio, ya no sólo entre naciones, sino hacia gentes como Cristóbal Colón u otros personajes históricos; sin entender que, el mundo en que vivimos hoy es lo que es porque la historia ha sucedido así; e intentar destruir los vestigios históricos ocultándola no es más que un triste ejercicio de mediocridad. Es cómo si alguien creyese que por romper la foto de sus abuelos o bisabuelos porque tenían unas ideas diferentes a él o fueron muy malos, hiciese un acto benéfico y redentor para su persona, familiares o descendientes, que según el nuevo criterio, es mejor que no sepan lo que ha sucedido; cuando esas personas son lo que son también por ellos y a pesar de ellos.

    Otra cuestión es la reparación y justicia para las gentes que en la actualidad están vivas y, ellas o sus familiares, han sufrido represión. Una cosa son los acontecimientos vigentes por una cuestión de sufrimiento en personas de nuestras sociedades que padecen aún lo que ha sido unas mentiras propagadas en su momento por un poder absoluto; y otra muy diferente es ponerse a analizar la figura del Cid Campeador que vivió en el siglo XI. Entre otras muchas cosas, porque es imposible conocer la realidad de la historia sucedida en todos sus aspectos y muchos menos la idiosincrasia de los personajes que destacaron en ella, cuando los medios de captación de los hechos eran inexistentes, salvo algunas crónicas escritas.

    En esa línea de pensamiento, habría que destruir, por ejemplo, todos los monumentos que hubiesen albergado un harén, porque serían lugares opresores donde las mujeres fueron reprimidas, o todos los castillos medievales y fortalezas donde los señores ejercieron su derecho de pernada, o aquellos lugares históricos donde hubiesen sufrido tortura los seres humanos o… Vamos, que habría que arrasar con todo hasta anteayer, para que así la tierra quedara limpita como el culito de un bebé de todo mal pasado, al igual que el cerebro de los que promueven y ejercen estos disparates.

    Es la mentalidad más radical, absolutista y destructora que jamás haya existido. Se trata de querer borrar las huellas históricas de todo aquello que al personal no le gusta, para que las generaciones venideras crezcan aún más en la ignorancia que las actuales; que ya es decir.

    Acabaremos por destruir las cuevas prehistóricas y los monumentos megalíticos porque los hombres primitivos que los crearon eran muy machista y “arrastraban a sus hembras por el suelo para llevarlas a las cavernas”.

    Cómo estaríamos ahora si en la Edad Media se hubiesen destruido las estatuas de los emperadores romanos o los monumentos de la antigua Grecia, y las pieles, papiros, telas u óstracas donde se escribía en esas épocas; o si en el Renacimiento se hubiesen destruido los pergaminos de la Edad Media; o…

     Bueno, pues en esas estamos. Vamos a ver que cosa se nos ocurre romper hoy.

     “Mami, no me gusta el cuadro de la pared porque es la pintura de un pajarito en una jaula y los animales tiene que estar libres”. Pues lo rompo aunque sea un original de Velázquez.

    Hay que tener una paciencia infinita para asistir a tanto infantilismo y mediocridad.

    Y en tercer lugar, en consonancia con lo hablado anteriormente, el ataque al arte es el último eslabón que, de seguir así, acabará llevando a la perdición al género humano. Después de censurar a los artistas actuales de todo tipo –incluso con denuncias y sentencias condenatorias-, el paso siguiente tiene como objetivo el arte de siglos pasados. Que Picasso era un machista, pues a eliminar su obra; que el otro era no sé qué, pues nos cargarnos sus esculturas; que…

    Vivimos un tiempo de un totalitarismo brutal en el que, el personal, en vez de ocuparse de su vida, de intentar remediar la pobreza que tiene alrededor, en vez de estudiar con detenimiento el pasado y reflexionar sobre él; se dedica, en base a cuatro cosas que ha aprendido en Internet o le han inculcado los “nuevos salvadores de la especie humana”, a ejercer la violencia sobre objetos inanimados -pinturas, esculturas y demás artes-, y personajes históricos muertos que no se pueden defender.

    La mayoría de las nuevas generaciones viven en base al pasado, que desconocen, y al futuro, que nadie sabe si existirá para la especie humana; y, “el ahora”, es sólo un escenario para pensar en el pasado tan terrible y el futuro tan apocalíptico que les espera.

    Los ciudadanos miran a unos y otros políticos con desprecio o admiración; pero los políticos no son más que el último eslabón de una cadena y, sus defectos o posibles virtudes, si las tuvieran, son los mismos que los de las gentes que les han votado. Tanto políticos como ciudadanos, en su mayoría, viven en un estado de infantilismos en el que la culpa siempre es del otro, y nadie asume sus responsabilidades. Vamos, que es lo mismo que nos pasaba a los niños de mi época (antes de los cinco años, claro; después ya no), que le decíamos a nuestras madres: “Yo no he sido, ha sido fulanito”; cuando cometíamos una travesura o rompíamos algo. Pues ahora sucede igual, sólo que las gentes que actúan de ese modo tienen más de cinco, más de diez, más de veinte y, en ocasiones, más de cuarenta años. Parece como si a lo largo de su crecimiento nadie les hubiese enseñado a ser responsables de sus actitudes y palabras. Así las cosas; los ciudadanos reclaman y los dirigentes promueven innumerables leyes para proteger a todo el mundo de “los otros” en un paternalismo feroz (que eso si podría ser considerado machista) y, como decía napoleón en su momento: “Hay tantas leyes que nadie está seguro de no ser colgado”. Pues eso: Hay tantas leyes, que nadie está seguro de no ser condenado en la sociedad que estamos creando. Es como si todos nos hubiésemos convertido en jueces sabios y, a la vez, estúpidos, y necesitásemos estar sobreprotegidos en la búsqueda de un mundo feliz; que ya aviso, sin ser profeta, que no va a existir nunca. (Recomiendo la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, escrita hace casi un siglo, en los años treinta del siglo XX. No tiene desperdicio)

    Aún, los pocos que no hemos sido arrastrados por esta espiral de violencia, odio, radicalismo y totalitarismo brutal, no nos damos cuenta del peligro que la humanidad esta atravesando en una sociedad de cerebros adoctrinados desde la cuna, alejados de las humanidades (historia, filosofía, arte…), y de la cercanía personal, al estar enfangados continuamente en unos aparatos que contienen un batiburrillo infinito de datos, opiniones y sentencias que la mayoría de las gentes no pueden asimilar para discernir con criterio lo que es bueno o malo para ellos y para los suyos.

    Estamos ante el inicio de la deshumanización del ser humano. Es decir, de la perdida por parte de las nuevas generaciones de todo un bagaje que ha conformado al hombre como ser pensante y reflexivo con posibilidad de elegir lo que desea del pasado, del presente y para el futuro.

    Antes eran los tiranos de algunos países los que ejercían sus ideas e imponían sus normas, apoyados por algunas gentes de las clases más fuertes económicamente. Hoy todos somos tiranos de nuestros semejantes y creemos tener la razón y la legitimidad para juzgar, condenar y ejecutar las sentencias correspondientes.

    Recordemos que todos los radicalismos y totalitarismos han tenido como prioridad el pensamiento unitario y, como acción esencial para conseguir ese fin, atacar el arte y a los artistas, y borrar la historia que no interesa. Pues eso, blanco y en botella.

    Quien quiera entender que entienda.

    He cumplido la edad suficiente como para observar todo esto con serenidad y vivir el momento a pesar del caos de mediocridad en el que se haya inmersa la especie humana.  

    Me voy a ver y escuchar los pajaritos que una nueva primavera está comenzando a nacer.

 

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©Julio Mariñas

Compositor y escritor


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