EL SER HUMANO, LA DEMOCRACIA Y LA HISTORIA



    George Orwel decía que, “Libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”. A partir de esta clara definición sentenciadora de una realidad ya antigua, viendo la interpretación que se le da al concepto de libertad de expresión en la época actual, es fácil concluir que estamos viviendo el momento de mayor perversión del lenguaje con respecto a ese punto desde que, hace más de cuarenta años, llegó la democracia a España. Nuestra sociedad se ha convertido en una especie de urbanización de habitantes delicados y sensibles en la que no hay persona, pública o anónima, que no se moleste por algo que se haya dicho o escrito en un momento determinado.  La gente de la calle y los medios de comunicación son espejos que se miran retroalimentándose hasta tender a, no solamente lo políticamente correcto (expresión por la que ha pasado inexorablemente el tiempo), sino a lo que yo llamaría “Opinión de persona democrática”. Es decir, ahora también todo lo que se diga tiene que ser “humanamente correcto”, y eso lo dicta la globalidad de la masa que alimenta sus ansias de prohibir, aniquilar y esconder cualquier cosa que no vaya con “lo suyo”. Así, todo lo que no esté dentro de unos parámetros sociales constituidos como verdades incontestables se convierte inmediatamente en extremista, dictatorial, nocivo y despreciable. La sociedad llamada democrática, en virtud del poder que se otorga a sí misma, niega la capacidad de disentir, y no sólo eso, sino a que se ponga la más mínima objeción a esas “Opiniones de personas democráticas”. De ese modo, la democracia, en el paroxismo del absolutismo más feroz y en virtud de, no se sabe qué don otorgado por no se sabe quién, no juzga sólo a las gentes por sus hechos o aptitudes hacia sus semejantes; sino que lo hace por sus pensamientos expresados en palabras orales o escritas. Todo ciudadano o grupo concreto de ciudadanos es y son los jueces de todo y de todos; en una especie de hecatombe de descerebrados que está convirtiendo al genero humano -del que ellos forman parte- en un gran monstruo devorador de su propio cuerpo y su propio ser.

    Con estas premisas, una vez asentadas ciertas tendencias (probablemente vendrán más y más ideas absurdas), la pretensión es juzgar el pasado con los criterios del presente. Es decir, el delirio llevado al extremo. De ese modo, el revisionismo -que considero lógico en algunos aspectos cuando sirve para aliviar heridas de gentes que aún sufren en su memoria el dolor causado por ciertos hechos- ha adquirido, como no podía ser de otro modo, la costumbre de ahondar en la historia remota de la humanidad para eliminar todo aquello que se considere opuesto a la “Opinión de persona democrática”; de tal modo que, en busca de “los malos” de esta película que es la humanidad (probablemente ya demasiado larga), la intención es borrar cualquier vestigio –estatuas, monumentos, edificios, etc.- que atente contra la sensibilidad de estos maravillosos ciudadanos del siglo XXI, que tienen la piel muy fina y una autoridad moral sobre el presente, el pasado y, parece ser, pretenden tenerla sobre el futuro. Bajo estas premisas tendríamos que arrasar ciudades históricas enteras y, si no fuésemos hipócritas, acabar escupiendo sobre la tumba de muchos de nuestros antepasados, porque seguro que todos tenemos más de un hijo de puta entre ellos. Porque, gentes poseedoras de una “Opinión de persona democrática”, tengo que darles una mala noticia: La historia de la humanidad se ha hecho con sangre y dolor, y muchas cosas “feas” más que no es el momento de nombrar aquí porque me extendería demasiado.

    Contemplando el panorama, uno tiende a pensar que la mayoría de los ciudadanos del mundo de hoy se creen unos seres angelicales –“Los malos son una minoría” es otro soniquete muy actual- que jamás han cometido un acto reprochable, ni han herido la sensibilidad de un semejante y, sobre todo, tienen el don de ser poseedores de la verdad. Esto me suena a seres elegidos, seres que tienden a la perfección, seres que tienen el idílico sueño de creer que el ser humano puede acabar siendo poco menos que un ente dominador del mundo y sus misterios.

    Pues, a esa ingente masa humana que practica lo “humanamente correcto”, ya les digo yo que no. Yo, que no soy profeta, que no soy perfecto, que he hecho cosas en mi vida malas, que he hecho daño a otros seres humanos; a pesar de no estar tocado por la vara divina de discernir con tanta rotundidad los límites del bien y del mal, me encuentro en condiciones de decirles que el concepto de mal es muy relativo, que cada uno debe de examinarse a sí mismo en vez de preocuparse tanto por los demás y que ninguna sociedad va a ser mejor ni peor que las pasadas por más intentos que se hagan de ocultar la verdadera naturaleza del hombre.

    La soberbia y la vanidad que siempre han caracterizado al ser humano lo están llevando al grado más alto de locura egocéntrica. Todo el mundo sabe sobre todo, hay maestros de todo y para todo. El sí y el no se han convertido en la base del lenguaje de una sociedad que está perdiendo el lenguaje, simplificándolo a la mínima expresión. “O estás conmigo o estás contra mí”; es la premisa que rige este circo social. Estos parámetros establecidos no dejan lugar a la duda. Esa duda que, a lo largo de la historia ha hecho “evolucionar” al hombre, gracias a que le ha permitido plantearse preguntas e indagar buscando nuevas vías.

    Esta sociedad actual se asienta en un buenismo ficticio que, en algunas agrupaciones acaba convirtiéndose en una politización sectaria y adoctrinadora; además de, en ocasiones, una fuente de ingresos para quienes las promueven.

    Así, la fuerza social de las reclamaciones que son la voz del pueblo -ya que todo el mundo tiene derecho a reclamar por lo que considera justo y exigir sus derechos-, se descompensa en grado sumo dependiendo del poder de proyección de los grupos o colectivos que las hagan. De tal modo que, reclamaciones como: que las mujeres no sean asesinadas casi a diario, que los ancianos y personas desvalidas no sean expulsadas de sus viviendas o que todas las familias puedan alimentarse y tener un techo; se acaban equiparando o simplemente quedando relegadas por otro tipo de reclamaciones muy lícitas, pero de menor importancia, gracias a que son más interesantes para los políticos de turno y los medios de comunicación.

    Era cierto aquello que decía ya en el siglo XIX el escritor mexicano Manuel Altamirano, “No hay nada tan vacío como un cerebro lleno de sí mismo”. Pues esto es lo que tenemos; una multitud de cerebros llenos de sí mismos. Pero bueno, parafraseando a otro escritor, en este caso catalán, Noel Clarasó, “Ningún tonto se queja de serlo; no les debe ir tan mal”.

    A lo mejor sería interesante el no pensar en cambiar todo y sí empezar a cambiarnos a nosotros mismos, y, desde el cambio de cada uno, tender a construir una sociedad soportable como mínimo.

    Pero pedir reflexión en este gallinero es como pedir peras al olmo. A los que gobiernan –y no me refiero sólo a los políticos- les interesa que las aves de su corral no estén del todo tranquilas; no vaya a ser que se relajen mucho, incuben huevos y salgan pollitos; porque si así fuese, lo gobernantes no podrían comerse dichos huevos; y, claro, comerse los pollitos es una cosa muy mal vista; no es compatible con la “Opinión de persona democrática”. A ellos les favorece un estado de temor y alarma permanente. ¿Si no hay problemas para qué existe un político? El político, por norma general, salvo contadas excepciones, en su deseo de hacer una fulgurante carrera hasta las más altas cumbres de la adoración pública y su bienestar, tiene que estar permanentemente planteando problemas; o bien para mantener la inquietud entre la masa, o bien para ocultar otros problemas más reales y prioritarios pero de difícil solución. Cuando ciertos problemas son resueltos, aunque sea a medias o mal, hay que sacar otros problemas de la chistera; sino, parecería que, la mayoría de las veces no hacen nada. Y no es así; ¿no?

    No deja de ser increíble que, en el momento de la historia en el que más información tenemos los ciudadanos; sea en el que las gentes están en su mayoría más atrofiadas, borregizadas y sin capacidad de pensar por sí mismos y reflexionar.

    Así las cosas, los generadores de opinión de todo tipo de medios de comunicación van surgiendo como setas en este hormiguero descontrolado para acabar siendo alentadores de aversiones, odios y desprecios. Son –ya lo dice el refrán- como el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.

    Independizarse del todo de los tutores que rigen la nueva democracia es una empresa harto difícil. El bombardeo continuo de informaciones acompañadas de opiniones de diferentes signos y tendencias mina las mentes de los ciudadanos de cualquier edad y condición; incidiendo con más fuerza, para desgracia futura de la humanidad, en los cerebros infantiles y jóvenes.

    Como siempre –eso no ha cambiado a lo largo de la historia-, todo pasa por el control de la riqueza, de lo que tienes. Supuestamente es el control del dinero para que el ciudadano cumpla con sus deberes como contribuyente. Pero sólo supuestamente; porque la realidad es evitar que las personas tengan una independencia total del poder. Así, ni siquiera la tierra que tus antepasados ganaron con su esfuerzo y sacrifico, es tuya. Tienes que pagar por tu tierra, por tu casa, por la herencia de tus padres. Tienes que pagar por el agua que brota de la tierra, que es de todos y de nadie. (Sólo de escribirlo hiere). Estás desnudo e indefenso frente a un sistema que es tan feudal o más que el de la Edad Media. Los siervos de la gleba, de la tierra que araban, ahora son siervos de la ciudad que los consume a impuestos y restricciones. Todo pasa por los bancos, físicos o inmateriales. Nadie, antes de embarcarse con ellos, piensa en lo que dijo el escritor Mark Twain, “Un banquero es un señor que te presta un paraguas cuando hace sol y te lo pide cuando empieza a llover”.

    En nuestra vanidad, creemos estar viviendo un tiempo especial. Pero todo sigue estando ahí en la historia; aunque nadie lo quiere ver. Sólo con el agravante de que ahora, el control sobre las personas es absoluto y aplastante. No quedan pueblos a los que huir. La mayoría están hundidos bajo las aguas de los pantanos, han sido arrollados por carreteras o se han dejado morir de inanición.

    Hasta sobre el lenguaje se quiere ejercer mandato. Ya no es la calle la que hace las palabras y después pasan a los diccionarios. Ahora son los políticos y los grupos de presión los que deciden como se ha de hablar y, por ende, escribir; hasta adoctrinan acerca de como el ciudadano tiene que comportarse en sus relaciones personales. ¡Normas, normas, normas! ¡Leyes, leyes, leyes! ¡Hay que vivir en un mundo sin dudas, sin fisuras, sin malos! Es decir, traducido: Vivir en un mundo homogéneo donde todos seamos iguales en pensamiento, en obra e, incluso, en omisión. Es decir, resumiendo: La intención es quitarle la esencia al ser humano y su mundo, para dotarlo de una apariencia artificial.

    A quienes les competa. Me importa un pito si son dirigentes, políticos, líderes de opinión, poderes fácticos; a quienes le competa, digo (Que nadie se preocupe. No estoy loco. Ya se que no me van a escuchar):

    Preocúpense primero de salvaguarda el derecho a la vida sin tantas historias, ni promulgación de leyes de oropel, ni agitaciones. Inviertan los recursos que son de todos, aunque no lo crean, en la investigación de las enfermedades que siguen siendo incurables.

    Construyan en cada ciudad una gran complejo –en vez de tanta mamotreto generador de consumo y beneficios para unos cuantos-; un lugar atendido y vigilado, en donde cualquier mujer que vea peligrar su vida y las de sus hijos pueda llamar en cualquier momento a la puerta y ser acogida al instante –sin tantos trámites, legalidades, etc.- y dispongan para ella hasta que su situación cambie, y si es necesario para sus niños, de vivienda y alimento. Que se pudran en la cárcel –insisto; sin tantos trámites, legalidades y demás- los que matan y violan; y déjense de brindis al sol y complejidades burocráticas. Porque para que una mujer esté a salvo, sólo necesita tener un lugar donde ponerse a salvo; y una actuación que anule a su maltratador o asesino en potencia.

    Eliminen ustedes la pobreza en esas ciudades de las que se sienten tan orgullosos y hacen alarde de sus logros sobre ellas; en vez de emprender tanta obra para el bienestar de los que tienen la vida más o menos encauzada, mientras se descuida a los más desfavorecidos.

    Dejen ya de trasgredir con los poderosos y no toleren más la visión de un anciano o una persona desvalida teniendo que abandonar lo que ha sido su hogar durante años.

    Y, sobre todo; cada vez que todos y cada unos de ustedes dicen o hacen cosas que dañan al ser humano en su más profunda esencia; piensen en los niños; en los niños que fueron, son y serán; porque, los de hoy están sufriendo sin saberlo el castigo más cruel y deshumanizado que se puede ejercer en una persona. Se les está privando de la capacidad de pensar, de crear su mundo interior, de tener una personalidad; en definitiva, de vivir libres.

    Sí; ahora viene la contestación: “Todo eso es demagogia” “Las cosas son mucho más complejas”. Pero qué es entonces lo que hacen ustedes: vender humo, decir “Sí” y después “No” sin despeinarse, mentir y mentir hasta la extenuación, construir proyectos faraónicos para beneficios de unos cuantos que cuestan más de lo que valen. Las cosas son complejas si queremos hacerlas complejas.

    Tengo una amiga llamada Libertad. En ocasiones de mi vida pensé que podía haber llegado a abandonarme. Pero yo me agarré a ella con uñas y dientes; hasta que supe retenerla con fuerza a mi lado.

    Desde la tranquilidad que me da haber vivido plenamente, veo con resignación un mundo enfermo donde unos engañan y otros se dejan engañar; donde palabras como ética, el valor de la palabra dada, en definitiva, integridad; han desaparecido del panorama mundial. La tierra es un lugar donde todos participan de un juego infantiloide en beneficio propio y detrimento de todo lo demás que les es ajeno.

    Bueno; voy a seguir la charla con mi amiga, la Libertad.

    Es una pena que muchos no la vayan a conocer nunca. De saber como es, seguro que me envidiarían con mucha más fuerza de la que envidian tantas cosas banales y prescindibles.

    Esto es lo que hay. De todos modos, nada importa demasiado. El final para todos –de eso sí que no hay duda ni posible discusión- ya lo sabemos.

 

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©Julio Mariñas

Compositor y escritor

(Nombre artístico de Julio César Mariñas Iglesias)

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jucemai@hotmail.com

 


 

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