UNA BURBUJA INVISIBLE Y LOS AMANTES

 



    Si las penas fluyeran y ascendieran las cumbres de iridiscentes brillos, más allá de la lejanía divisable, de la lejanía presentida, de la lejanía posible de imaginar; y todo quedase quieto en este preciso instante en que evoco la belleza, la contemplo ante mí personificada en un cuerpo sinuoso de mujer que se muestra en su esplendor, de generosos senos, estrecha cintura, caderas retadoras, piernas firmes; ¿podría algún día yo retener este delirio, el éxtasis fugaz de unas horas; que siempre acaba disipándose en la nocturnidad mortal al despuntar de nuevo el día?.

    Fuera, cerca pero muy lejos, retumba el mundo en su caos, con masas ingentes que generan tempestades, y han decidido hacer la guerra en vez del amor; y, después de haberlo decidido, quieren obligar a los pocos disidentes a que hagan la guerra; mientras ellos, pretenden enterrar el amor.

    Los enamorados se empeñan una y otra vez en regresar al amor; cultivarlo, decorar con él su juventud; pero el mundo cruel no los acoge. Muerte y más muerte. Los campos verdes quemados, los robustos árboles abatidos, el mar negro de olvidos. La guerra ya no es armada; aunque siga vigente esa modalidad. La guerra es de tortura psicológica diaria al ciudadano a través de infinidad de mensajes supuestamente benefactores por el bien “de todos”; pero que en realidad todos son traducibles en: “No pienses. ¡No pienses! NO PIENSES. ¡NO PIENSES!”.

    Creer en el ser humano como ente social parece cada vez más imposible. Pero qué queda una vez muerta la individualidad. Qué queda una vez muerto el hombre como ser único y pensante. Ya nadie es nada si no reconoce y sigue la senda que transita el rebaño y que lleva sin remisión al precipicio. Acaso sólo queda como vía de escape un camino cada vez más estrecho, enfangado y que se pierde en la incertidumbre rodeado de maleza con espinas que se clavan en los cuerpos de los pocos que quieren buscar otros senderos.

    No; imposible. Intentar ver el mar, la montaña, el río caudaloso que baja de las alturas, los pocos bosques espesos que aún quedan; además de tarea imposible, parece casi un delito. Sólo ciudad y más ciudad; normas y más normas; obligaciones y más obligaciones. Todo a cambio de unos supuestos derechos que “nuestros tutores” nos otorgan. ¿Derecho a respirar? ¿Derecho a pensar? ¿Derecho a sentir? En algún tiempo lejano pensé que esos derechos pertenecían al ser humano desde el instante en que nace.

    Una invisible burbuja transparente que semeja elástica en contacto con nuestros cuerpos y nuestras mentes, se cierne sobre nosotros. La mayoría de la gente la acepta, porque puede mover las piernas para dirigirse al banco a ingresar o sacar ¿su dinero?, porque puede extender sus brazos para pedir lo que nadie le dará, porque puede alzar su voz aunque nadie escuche sus opiniones o sus lamentos. Pero todo es una farsa. Vivimos prisioneros en una inasible burbuja y, aquel que busca un mínimo resquicio en ella para respirar, pronto es arrastrado de nuevo al interior de una masa humana que habita en un lugar de estrechos límites donde su mente yace aprisionada.

    Los cientos de años anteriores en la historia de la humanidad podrían tener algo a que acogerse en sus despropósitos. Pero, en el siglo XXI, quién puede justificar –sin ir demasiado atrás- los últimos cincuenta años.

    Para entender que es imposible cualquier justificación, sólo hace falta coger unos cuantos artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos -documento firmado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París- y, después, sentarse y reflexionar sobre su cumplimiento.   

    Artículo 1. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…

    Artículo 7. Todos son iguales ante la ley…

    Artículo 17. 1. Toda persona tiene derecho a la propiedad…

                        2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.

    Artículo 23. 1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas…

                        3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana….

    Artículo 25. 1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda…

  

¿Qué hemos hecho? ¿Qué nos han hecho?

¿Qué seguimos haciendo? ¿Qué nos siguen haciendo?

 

    Al final, la vida del ser humano se ha convertido en una huída sin rumbo ni control hacia adelante por una ancha autopista que lleva hacia la nada; y lo único que cuenta en el trayecto, no es el número de seres vivos que se destruyan, sino ir cómodo y mirar al frente, como si a los lados no fuese quedando nada. Pero sí queda. Queda sólo destrucción y olvido.

 

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©Julio Mariñas

Compositor y escritor

(Nombre artístico de Julio César Mariñas Iglesias)

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jucemai@hotmail.com

 

 

 

 

 


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