EL PATIO DE NUESTRA CASA



El patio de nuestra casa

es muy particular;

cuando llueve no se moja

como los demás.

 

Agáchate,

y vuélvete a agachar;

que a los agachaditos

es fácil humillar.

 

    Si; lo sé, lo sé. La canción infantil tenía otra letra. Pero, lamentablemente, ésta parece ir mucho mejor para los tiempos que corren. ¿Qué sociedad se preocupa hoy en día de la infancia como proyecto de futuro para la formación de seres humanos adultos con valores éticos y conocimientos de humanismo? Hace mucho que las sociedades, aunque aparenten lo contrario, no se preocupan ni de la infancia, ni de nadie, ni de nada que no sea producir a gran escala, amasar ingentes cantidades de riqueza y bañarse en vanidad y en soberbia. Eso sí, hiperprotección física toda; ahora, protección mental ninguna. Y después nos sorprendemos de ciertas actitudes de algunos jóvenes; entendiendo la juventud como se entiende ahora, aproximadamente hasta los cuarenta o…, más bien, uno parece ser joven mientras no se demuestre lo contrario. De qué nos asombramos si a los jóvenes de hoy en día los han criado los que nacieron en la supuesta sociedad del bienestar.

    Pero bueno, en esta “democracia” donde parece ser que todo el mundo puede decir lo que piensa, nada esta oculto y es incuestionable la libertad en que vivimos; cuando "todo el mundo" es la gente que tiene los medios de comunicación y la gente que sale en ellos; la opinión de un filósofo, un escritor o un artista, vale menos que la de cualquier descerebrado, no sin estudios, porque se puede no tener estudios y tener la cabeza muy bien amueblada, sino cualquier descerebrado, incluso con estudios, que tiene su intelecto atrofiado por la codicia, la vanidad y el egolatrismo. 

    Nací en el año 1966, viví nueve años de dictadura, vi llegar la democracia, fui joven en los ochenta, década en España de las máximas libertades, y contemplé como progresivamente, en los años noventa, con lenta e inexorable firmeza, la sociedad iba perdiendo aquellas libertades que hicieron de mi juventud un paraíso inimaginable para las anteriores generaciones y, me temo que, para las posteriores. Pero esta pérdida de libertades no fue motivada por una feroz represión de los derechos. No; ni mucho menos. Todo lo contrario. Nos dijeron: “Todo es política”; y esa frase se instauró en la mente de la mayoría; sobre todo en los cerebros de las siguientes generaciones. “Todo es política” sustituyó a “Todo es amor y sexo”. A partir de ese instante, comenzaron a surgir como la espuma variadas e innumerables corrientes, no necesariamente de las que se consideran netamente políticas, que abogaban por esto, lo otro, lo de más allá; y, todo aquello que no fuese acorde con la línea de pensamiento de cada grupo determinado, cada vez más radicalizado, era víctima del rechazo, del desprecio y del odio. Ya no era la gran fiesta de la vida. Eran fiestas particulares, cada una con su idiosincrasia que, además de no querer que nadie que no tuviese sus ideas entrase en su fiesta, tampoco querían que los que no pensasen como ellos hiciesen sus propias fiestas.

    Y así, después de que he presenciado el cambio de milenio y veinte años del siglo XXI, veo con estupor como en la actualidad el mundo vive bajo una dictadura, no de unos individuos, un estado o un líder carismático; vive en una dictadura que cada grupo de esos ciudadanos se impone a sí mismo y a los demás, y que cada individuo se impone a sí mismo y a los demás. Por eso el gobierno en sí, como era entendido antes, ya no existe. Ahora, la gran mayoría de los cerebros con sus respectivos lavados, ya se autoimponen un pensamiento en exclusividad, firme y sin posibles fisuras que puedan dar cabida a comprender a otros cerebros que no piensen como ellos.

    Podemos culpar a los políticos, podemos culpar a las grandes fortunas, podemos culpar a los poderes fácticos; en algún tiempo tal vez fue válido, pero ahora sólo es una forma de consolarnos a nosotros mismos quitándonos la culpa que también tenemos.

    Hace ya años que lo dejé por imposible. Fueron infinidad de causas que no interesan a nadie y, aunque interesasen, no las iba a mencionar aquí; pero, poco a poco, inmerso en los libros, la música, la escritura, el canto, estudiando por el placer de saber cada día un poco más; fui recluyéndome en mi mundo, creando un universo material e inmaterial dentro de una sociedad loca de atar sin rumbo ni valores. Desde este lugar, que no es una torre de marfil, más bien es como un reducto pequeño entre grandes bloques habitados por seres humanos que pretenden llegar a un cielo artificial en el que ni siquiera creen, pero parece aliviarlos en la cruda realidad de la finitud;  desde este lugar, en el que siento y padezco -no voy a decir más, pero si igual que cualquier otro ser humano-, contemplo una sociedad que cada vez me es más ajena, al tiempo que, en sentimiento encontrado, me produce un dolor sordo y un mudo desasosiego; un sociedad que, con tristeza, puedo decir que ya no es mía. Aunque en realidad no es de nadie.

    Bueno, sí. Tal vez acabe siendo de aquellos -a saber quienes, son tantos-, que hacen lo que les da la gana con nuestras vidas. Aquellos que tienen una casa con un patio que no se moja como el de los demás; que quieren que nuestros cerebros estén agachaditos para que sean fáciles de humillar una y otra vez sin que apenas nos enteremos.

    Es más, si no queremos que en pocos años todo el mundo acabe cantando lo mismo, tal vez debamos regresar a la reflexión inicial. Empecé con los niños y quiero acabar con ellos. ¿Por qué? Porque son los únicos que no tienen la culpa de nada. ¿Mañana la tendrán? Es posible. Pero ahora no la tienen. Y sólo depende de nosotros que, los infantes de ahora, sean capaces de convertirse en seres humanos diferentes a la mayoría de los seres humanos de las tres últimas décadas. Sí, parece imposible. Pero, la esperanza es lo último que se pierde. ¿No?

   

©Julio Mariñas

Compositor y escritor

(Nombre artístico de Julio César Mariñas Iglesias)

No utilizar esta obra para fines comerciales sin permiso del autor.

jucemai@hotmail.com


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