EL CAMINO HACIA EL FIN DE TODO “LO HUMANO”



A modo de reflexión:
“Arte y ciencia es lo que ha convertido al ser humano en Humano,
y lo único que puede conseguir que lo siga siendo”.

A modo de recordatorio:
    Conviene no olvidar que fue un gobierno democrático en Atenas, unos siglos antes de Cristo, mediante un jurado de quinientos ciudadanos, quien condenó a muerte al filósofo Sócrates, por corromper a los jóvenes y por falta de creencia en los dioses.

EL BIEN Y EL MAL SON RELATIVOS.
EL BIEN ES AQUELLO QUE DISFRUTAMOS. EL MAL ES AQUELLOS QUE PADECEMOS.
    LA CUESTIÓN ES QUE: NUESTRO BIEN PUEDE HACER MAL A LOS DEMÁS Y NUESTRO MAL PUEDE HACER BIEN A LOS DEMÁS; Y VICEVERSA.
    SI HUBIESE ALGO QUE GLOBALIZAR, DEBERÍA DE SER TAN SOLO LOS VALORES ÉTICOS QUE AFECTAN A LA CONVIVENCIA; DE TAL MODO QUE, LIBRES DE IDEOLOGÍAS Y DE RELIGIONES, DENTRO DE NUESTRA DIVERSIDAD DE PENSAMIENTOS Y SENTIMIENTOS, TODOS TUVIÉSEMOS LA MISMA PERCEPCIÓN SOCIAL DEL BIEN Y DEL MAL.
VAMOS; LO QUE SE HA LLAMADO DE TODA LA VIDA: PENSAR EN LOS DEMÁS.

    Los veo dolientes, amargos infantes mimados balanceando sus egos al ritmo de vanidades y mediocres frustraciones. Sus gestos, sus miradas, sus ademanes; como niños perdidos vagan entre despachos, reuniones, supuestas diversiones y una vida interior mediocre. Son histriones de una comedia que siempre acaba en tragedia. Capitanes de barcos que ni las oscuras ratas desean transitar.
    Hoy sí, mañana no; tal vez, puede que acaso… La burla de los necios horada la tristeza de las gentes.
    ¿Cultura? ¿Qué es Cultura? Aquello que, está comprobado, no da grandes riquezas ni un estatus social relevante a quienes la practican, sino a quienes comercian con ella. Así: Para qué apoyar a los hombres de letras –Poetas, Escritores, Filósofos- que nos ayudan a profundizar en nuestros sentimientos y a reflexionar sobre la vida. Para qué apoyar a los Científicos –Investigadores, Médicos y demás- que hacen que nuestra existencia sea más llevadera y curan nuestras dolencias, llegando a salvar vidas. Para qué apoyar el Arte –salvo si es comercial- que es la única expresión que nos diferencia verdaderamente del resto de las especies que pueblan el planeta.
    Hay una ley no escrita entre “Todos los de Arriba” (los que están y los que llegan; los que se ven y los que no se ven) que llevan grabada a fuego en su conciencia y su inconsciencia: “Nuestras tumbas y las de nuestros descendientes estarán llenas de riquezas, aunque para ello haya que maltratar, humillar y destruir a todo y a todos aquellos que obstaculicen consciente o inconscientemente la acumulación de poder que es el único fin que alienta nuestras acciones”. Y así hacen su vida y, de paso, deshacen la nuestra.
    ¡Cuánta mediocridad! ¡Cuánto hartazgo!
    “Esto va a cambiar la forma de ver…” ¡Ja!
    En las últimas décadas, cuando se ha hecho referencia a la Cultura, se estaba hablando de cultura con minúsculas (pero que muy minúsculas), no de Cultura. Los sistemas –da igual si son totalitarios, democráticos, de un signo o de otro- se han dedicado a reducir la Cultura a una manifestación superficial, vacua, sin sustancia ni contenido. Eso es lo que han hecho los que manejan las sociedades. A pesar de todo, mucha gente de la Cultura, de Letras y de Ciencias, se ha esforzado para seguir creando y dando vida a proyectos de calidad y profundidad; viéndose abocados a trabajar y vivir en la más absoluta soledad; desamparados económica y moralmente por unos dirigentes que han mirado para otro lado; es decir, para sus intereses personales, sus afanes de reconocimiento ante sus respectivos clanes; en un comportamiento que es el súmmun del egoísmo humano. Eso sí, también hay que decirlo, dirigentes que han sido apoyados por una gran parte de la sociedad, cómplice de sus artimañas, que ha aplaudido y reverenciado sus acciones, y sigue haciéndolo en muchos casos.
    Pero, todos esos sistemas mundiales de gobierno, no han adoptado esa actitud por un especial desprecio a la Cultura. Porque a ellos siempre les ha tenido sin cuidado que existiera o no; ya que, aunque no pisaran un teatro (salvo para figurar), no leyeran un libro o les importara un comino los avances científicos; los Creadores en sí les eran indiferentes. Ellos querían reducir la Cultura, es decir, el Arte y la Ciencia a la mínima expresión, porque necesitaban que las gentes a las que gobernaban tuviesen cada vez menos conocimientos y menos profundidad en sus reflexiones; en definitiva, menos capacidad para pensar lo que era bueno o malo para sus vidas. Es decir: Hacerles olvidar que la Cultura es lo único que ofrece saber y profundidad.
    De ese modo, como es preceptivo en todo sistema actual que se precie, cuando se plantean los problemas y sus posibles soluciones, los ciudadanos están mucho menos preparados para afrontarlos y, por lo tanto, más a merced de los que manejan los hilos. No se nos debe olvidar que, además de los problemas que existen de por sí –más graves o menos graves-, magnificar un problema o crear un problema artificial, obliga a que la gente este permanentemente preocupada; es decir, “que tenga miedo”; ya que el miedo es la principal baza para quien pretende controlar a sus semejantes. En todos los ámbitos de la sociedad es igual; porque cualquier movimiento colectivo tiene un afán de control ideológico y de prevalencia sobre los otros.
    El error más grave ha sido intentar hacer olvidar la Cultura de verdad y promover en las nuevas generaciones su olvido. Porque es la Cultura lo que ha hecho al ser humano, Humano. Una obra literaria que impregna durante siglos los sentimientos de millones de personas y les hace reflexionar de un modo trascendente, es la mayor riqueza para el intelecto y los sentidos. La creación de una obra científica, no sólo es lo que nos permite tener una vida más larga y de mayor calidad, sino que puede ser lo que salve la vida de millones de personas. El Arte enriquece nuestros Sentimientos y la Ciencia enriquecen nuestra Salud. Porque el ser humano, deja de Ser Humano si no respira; pero también deja de Ser Humano si no siente y piensa siendo consciente de sí mismo.
     Ese ha sido el gran engaño: Ignorar y pretender hacernos olvidar que Arte y Ciencia son Cultura, y los pilares fundamentales donde se sustenta nuestra vida. Sí, Arte y Ciencia, eso que un sistema globalizador del individuo ha ninguneado primero y asfixiado después; al mismo tiempo que comerciaba con ellos.
           No obstante, esto no es nada nuevo. Antes, los científicos y creadores eran sentenciados a prisión o quemados en la hoguera. Ahora, en regímenes dictatoriales, se siguen aplicando contundentes medidas contra ellos, y en las “democracias” son ignorados y depreciados. Que cada uno elija. Morir por una causa o vivir por una causa sufriendo la indiferencia de la gente. Bueno, siempre es mejor vivir; hasta donde se pueda. Lo digo por experiencia; ya que he aprendido a seguir dedicado a la música y la literatura sin flaquear ni un solo día, a pesar de la indiferencia de los demás. Es más, a medida que pasa el tiempo, surgen más proyectos y disfruto como nunca de la magia de la creación. Ars gratia artis; es decir, el Arte por el Arte.
    Y, así las cosas, llegamos al año 2020 y, ¡Oh, magia del Universo Infinito!, la Naturaleza, más sabia que el insignificante ser humano, de pronto, lanza un aviso contundente, y dice al hombre: ¿Quieres seguir alejándote de todo lo bueno que has conseguido superando a las demás especies? ¿Quieres crear un mundo artificial? Créalo. Pero a mí, que soy la Naturaleza que te acoge, déjame definitivamente en paz con tus mierdas.
    Y el prepotente ser humano, en un principio no se cree nada; y después se asombra, se conmueve como un niño al que han quitado su merienda. ¡Y le parece increíble que esto le pase a él! ¿Cómo es posible? Yo que soy el dueño indiscutible del Planeta Tierra.
    ¿Qué esperaba? ¿Qué esperábamos todos? Nosotros, diminutas partículas en un Universo del que creemos saber algo y no sabemos nada. Para eso sirve también la Cultura; para entender que, por muchos conocimientos que adquiramos, seguimos ignorando casi todo. La Cultura sirve para ubicarnos como diminutos seres que somos ante una Naturaleza soberbia y maravillosa, además de cruel (desde una perspectiva humana, por supuesto).
    Parece ser también que, el ser humano global se ha enterado ahora de que los que producen y nos proporcionan los alimentos, los que limpian nuestros desechos, los que velan por nuestra seguridad; son fundamentales en nuestra calidad de vida social diaria. ¡Vaya, qué descubrimiento! Pues sí, esas gentes; la mayoría humildes y que ganan en un año lo que los que deciden por nosotros ganan en un mes, o menos; son las que llegan a fin de mes asfixiadas después de trabajar, en ocasiones más horas de las que debieran, y no gozan de ningún reconocimiento.
    ¡Y el mayor descubrimiento! ¡Los sanitarios salvan vidas! ¿Es que alguien no se había enterado? ¿Dónde estaban algunos y en qué mundo vivían para no saberlo?
    Dos de las personas más importantes de mi vida fueron médicos; amigos; profesionales admirables y personas de una cultura y humanidad extraordinarias. También podría hablar del personal de enfermería. En su mayoría gente volcada en nuestro bienestar. Todo lo que esos profesionales han hecho por mí y por los míos, se lo he agradecido en su momento mirándoles a los ojos. Por eso, me parece delirante que, ahora, a muchos les parezca un descubrimiento que los sanitarios lo hayan dado todo en esta pandemia, incluso algunos la vida, por salvar la de sus pacientes. ¿Alguien lo dudaba? Yo no tenía la más mínima duda.
    A pesar de que ahora está pasando en los países desarrollados, no es nada nuevo; el azote de enfermedades infecciosas, tanto víricas como bacterianas, lleva mucho tiempo sucediendo en numerosos rincones del Planeta olvidados por los países más ricos. Veo las noticias de lo que ocurre en los diversos lugares, escucho a los que hablan, observo sus gestos, su tono de voz, y sí me hago esta pregunta: ¿Estas sociedades que hemos creado son un sueño, una pesadilla, un extraño túnel sin final de absurda vacuidad?
    Ya íbamos muy mal con eso de: Proteger el Planeta; con adoctrinar a la gente desde los sistemas y los grupos hacia la defensa de esto y lo otro. ¿Desde cuándo la Tierra es nuestra? ¿Qué ley existe en las esferas que determine la propiedad del humano sobre el Planeta o cualquiera de las especies que lo habitan o sobre sus semejantes? Lo que hay es que no seguir torturando el medioambiente y a las especies que lo pueblan, dejarse de estupideces, y no abundar en el absurdo. “Usted recicle y sea muy ecologista, que nosotros vamos a seguir permitiendo un sistema de producción que contamina los ríos, mares y demás espacios naturales. No fume o no tome productos con aditivos, pero vamos a seguir posibilitando la venta de sustancias que matan. Bueno; no voy a continuar por ahí, porque no acabaría más. La gente se ha acostumbrado tanto al sinsentido de todas las medidas, leyes y consejos que les llueven día a día desde hace años, que en su mayoría han quedado en un estado de shock permanente en el que les parece normal la sarta de despropósitos y contradicciones con las que nos bombardean a diario.
    Primero erradicamos casi del todo, por no decir del todo, las Humanidades en la educación. Después recortamos el gasto en lo que se ha dado en llamar Cultura y Ciencia (que, insisto, son los dos pies de un mismo tronco: El Saber, es decir, la Cultura con mayúsculas). Después alimentamos cada día más un sistema global de explotación de la Tierra donde habitamos. Para, acto seguido, decirle a la gente cómo tiene que comportarse si no quiere acabar con el Planeta que el mismo sistema construido por los humanos ha degradado y sigue degradando. ¡Pero qué sinsentido es esto! En qué instante comenzó el ser humano a idiotizarse y contaminar la misma tierra y el mismo mar de donde extraía los alimentos y la misma atmósfera que respiraba. En qué momento, después de saber que lo estaba haciendo, perseveró en su despropósito y decidió seguir insistiendo en pudrir todo lo que toca.
    Dan a los ciudadanos consignas sobre lo que hay que hacer o no hay que hacer, mientras les crujen a impuestos por todo; por beber agua, por comprar alimentos, por alumbrar su casa, por tener un trozo de tierra, por ser poseedor de una vivienda, por heredar los bienes que sus antepasados se ganaron con el sudor de su frente, por cultivar tierras y criar animales de una manera saludable, y así hasta casi el infinito. Esto me hace remontarme a la Edad Media, y a la renta feudal; cuando los campesinos estaban sometidos a un régimen señorial, en el que los señores feudales tenían como único interés impedir la existencia de beneficios por parte de los campesinos, localizando cualquier forma de excedente productivo para situar sobre él un impuesto, carga feudal o derecho señorial; de tal modo que los siervos de la gleba no podían aspirar a nada más que subsistir, mientras los señores feudales mantenían, a costa del pueblo, su predominio social. Hoy en día la situación se está conformando de un modo que camina –si no ha llegado ya- a una fórmula similar. El ciudadano común está atado de pies y manos; pensando en cómo llegar a fin de mes y sin posibilidades de prosperar -a pesar de ser él quien mantiene el sistema y que sin él no existiría ni bienestar ni nada-, va intentando vivir a trompicones, mientras es bombardeado por una interminable verborrea de continuas nuevas consignas, cambios y planteamientos, que lo único que hacen es mantenerlo aturdido para que no piense en la situación de bucle en la que está sumido, ni se plantee que pueda vivir otra existencia diferente.
    ¡Qué triste ser parte de esto!; ser parte de un mundo construido a base del dolor, de la humillación y el exterminio de las demás especies que pueblan la Tierra, de la Tierra misma e incluso de nuestros semejantes.
    ¡Ánimo –dicen-, esto pasará! Claro que pasará. Todo pasa. Nosotros pasaremos; vendrán otros; y un día, el hombre, que apenas lleva unos instantes en el mundo, también desaparecerá, porque la mediocridad y estupidez humana seguirá con su absurda escalada de despropósitos o porque el ritmo natural del Universo así lo propicie.
    Primero se dejó de oír la voz de los Poetas; después de dejó de oír la voz de los Filósofos; para acabar dejando de oír la voz de los Científicos; es decir, se dejó de escuchar la voz de la Cultura; y no sólo se dejó de escuchar, sino que, en muchas ocasiones, se acalló.
    Y no hablemos ya de la Cultura Ancestral de los pueblos y sus gentes, a los que se les dio dos únicas opciones: o bien convertirse en un reclamo turístico, o quedar condenados al más absoluto abandono. “Ahora, eso de ser como antes nada. Hay que progresar”. Nunca pensé que progresar fuese destruir. Ustedes perdonen; pensé que era añadir y complementar. Así, la Cultura Primigenia, donde los Orígenes y las Raíces de nuestra esencia latían como testimonio de identidad, se ha hecho desaparecer casi del todo en aras del progreso y el espectáculo.
    En mi etapa de adolescencia y juventud como músico recorrí muchos de esos pueblos y, puedo asegurar que, en más de un lugar encontré gente sabia y profunda, con un conocimiento innato y empírico transmitido de padres a hijos; un tipo de personas que es prácticamente imposible hallar hoy en día en las grandes ciudades.
    Y además de todo esto: ¡Ánimo! ¡Más armas! ¡Más guerras! ¡Más lujos insulsos e innecesarios despojados de autenticidad! Sigamos así; dando origen a generaciones cada vez más superficiales y carentes de Cultura.
    Pero esto no es nuevo. Aunque a los humanos nos parece siempre estar viviendo un momento único en la historia; si uno revisa la trayectoria de los últimos más de dos mil años, se percata de que siempre ha sido, bajo una u otra forma, lo mismo. Lo único diferente es que ahora es todo mucho más sofisticado y etéreo; por eso los ciudadanos estamos prácticamente indefensos ante la vileza del sistema. La rapidez, el “ya”; son esenciales para que no pensemos. Y los países formados por gentes supuestamente libres, no son más que sistemas dominadores que, en vez de emplear la fuerza física, utilizan la hipocresía, la retórica vacía y el discurso fácil. “Aquí vivimos en un mundo en el que todos somos muy libres, pero usted vaya derechito en esta dirección y no se despiste. No porque le pueda suceder nada, ¡Dios nos libre!, sino porque tomar “malos caminos” (es decir, traducido: caminos propios y diferentes a los globales de dicta el sistema) puede desembocar en un grave perjuicio para usted”. Pues no sé qué es preferible; si ver venir al enemigo de frente y saber cuales son sus armas, el poder que ostenta y el peligro que uno corre; o estar muy relajado, tranquilo y confiado, para ser poco a poco inmovilizado o, si un piensa demasiado y lo dice, ser apuñalado por la espalda.
    La población de las democracias ha sido lentamente anestesiada por una supuesta “sociedad del bienestar” en la que sólo viven bien unos cuantos (demasiados diría yo), mientras los demás, van medio mareados en un barco que oscila levemente –lo suficiente para que estén aturdidos pero no se asusten en exceso y pueda surgir en ellos la tentación de amotinarse-; sobre un navío que, parece sólido, pero en su sentina guarda ideas peligrosas en constante agitación que en cualquier momento pueden estallar y acabar por hundir el barco. Quien quiera subirse a ese barco que lo haga. Yo llevo tiempo que estoy lejos de él, nadando desnudo en un mar cuyo frío me resulta infinitamente más cálido que cualquier navío infestado de vanidad y orgullo.
     Creo en las personas concretas, con sus defectos y sus virtudes, en su verdad. Creo que todos podemos ser “buenos” o “malos”, según las circunstancias de nuestra existencia. Pero nunca he creído ni creeré en la globalización de todo; y mucho menos, del individuo, de su pensamiento y su sentir. Nos bombardean desde distintos lugares; no sólo los que dirigen la nave, sino los diversos grupos sociales, las variadas corrientes de pensamiento; insistiendo una y otra vez en cómo tenemos que sentir, pensar y comportarnos; cada una de ellas ofreciendo una sola vía por la que transitar e inculcándonos que debemos despreciar a todo lo que no vaya en la línea que cada corriente sentencia como buena. ¡Despertemos! La autenticidad del hombre está en su eclecticismo; en atender, asimilar si se quiere, reflexionar si merece la pena, y decidir lo que desea hacer con su vida, sin despreciar, arrollar, ningunear o estigmatizar a nadie.     Soy libre, no porque tenga un poder de ningún tipo, ni material ni mental, para conseguir vencer o doblegar a mis semejantes. Soy libre porque he decidido desde hace muchos años vencer el miedo hacia lo que me rodea y hacia mí mismo, porque mi pensamiento y mis sentimientos no se comprar, ni con dinero, ni con falsas promesas, ni con amenazas, ni siquiera con el desprecio o el halago que se me puedan dispensar. Soy libre porque he dedicado mi vida a Vivir, al haber aprendido, hace ya tiempo, a disfrutar cada instante con la intensidad premonitoria de que puede ser el último. Soy libre porque soy Yo, en toda mi insignificancia; y no llevo adosados “otros yos” de oropel impuesto por un sistema mediocre y deshumanizado. Soy libre porque un buen día lejano, me propuse ese extraño concepto de “Ser Feliz” y, aún en la adversidad, he “disfrutado” de las vivencias al entender que esa es la única manera de existir.
    Que cada cual piense, sienta y obre como juzgue oportuno. No seré yo dispensador de consejos ni enseñanzas que no valdrían más que para caer en el vacío de una sociedad enferma. Pero basta ya de tanta lamentación y desconcierto. La vida tiene y siempre ha tenido su drama; en algún punto del planeta, en cualquier rincón olvidado por la sociedad del bienestar. Me parece lícito el lamento individual de los seres humanos que están viviendo una tragedia. Pero me parece indecente el lamento colectivo de unas sociedades que no han hecho más que acumular “no se sabe muy bien qué” a costa de destruir progresivamente todo lo bueno que las rodeaba.
    Sigamos así, y acabarán tan solo unos cuantos “privilegiados” (lo de privilegiados es una ironía) bailando bajo una atmósfera asfixiante, con sus impecables vestimentas de marca, cubiertos de billetes, sobre una tierra yerma plagada de cadáveres; tan llenos de sí mismos, que ni siquiera se percatarán de que sólo les espera, como a todos, la Soledad y la Muerte.
   


Comentarios

  1. Es excelente este escrito. No tenemos ni podemos esperar nada más que lo que nos merecemos.

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